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¿Jóvenes y revolucionarios? La justificación de la generación Z a la dominación tecnológica de Silicon Valley

Los jóvenes mantienen una confianza ingenua en la pantalla que desdibuja y elimina la crítica social. En el siglo XXI se han convertido en usuarios de la técnica propuesta por la tecnología, sin que logren intervenir o subvertir el proceso de elaboración de la técnica que domina la tecnología, convirtiéndose en esclavos de ella.

Performance en Cali, Colombia.

Performance en Cali, Colombia. Imagen de Ana de Poética

En su libro Atención radical, la escritora Julia Bell cuenta una anécdota cuando se preguntaba sobre el uso que los jóvenes hacen de internet: “Llamo a una amiga que tiene dos hijas adolescentes. Le pregunto cómo les administra el acceso a internet. Suelta un suspiro y me dice que se la pasan horas viendo vídeos en YouTube de gente que abre huevos Kinder”. Algunas páginas más adelante, la profesora de la Universidad de Londres describe algunos ejemplos de la lista de lesiones y muertes relacionadas con los selfies, que Wikipedia recolecta desde el 15 de octubre de 2011. El último registro, el caso 192, es el de un joven holandés de 19 años muerto tras caer del Puente de la Libertad, en Hungría. Había trepado a la estructura del puente para hacerse un selfie.

Los datos de un estudio de varios años realizado por investigadores de la Universitat Autònoma de Barcelona, de la Universitat de Vic-Universitat Central de Catalunya y de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (Colombia), demuestran que los jóvenes universitarios han pasado de utilizar una media de 31,1 horas a la semana su teléfono móvil en 2019, a utilizarlo un promedio de 42,3 horas en 2021. El efecto pandemia ha hecho que los jóvenes aumenten el consumo de su pantalla móvil individualizada un 36% en solo dos años.

¿Es un problema que los jóvenes pasen más de una jornada laboral a tiempo completo enganchados a su teléfono móvil? 

La respuesta parece evidente, sobre todo si se detalla qué hacen los jóvenes con su tiempo en pantalla. Según los datos del estudio realizado, los jóvenes pasan de media 10,3 horas a la semana en Instagram, 9 horas en WhatsApp, 7,7 horas en YouTube y 7,4 horas en Tik-Tok. En todas estas redes o plataformas de streaming (a las que se suman también Twitch y Twitter) el consumo se incrementó entre los datos comparados de 2019 y 2021. De la misma forma, también aumentó el porcentaje de población de usuarios que usa cada plataforma. Así, por ejemplo, el 98% de los jóvenes usa WhatsApp, el 96% tiene una cuenta en Instagram, el 76% es usuario cotidiano de YouTube y el 40% tiene una cuenta en Tik-Tok, una red que en 2019 no llegaba al 1% de los jóvenes.

Los datos recolectados entre jóvenes españoles demuestran que el aumento del tiempo de uso del teléfono móvil durante los meses de la pandemia no implicó una diversificación de su uso. Al contrario, el mayor tiempo invertido en las pantallas se concentró en pocas plataformas: cuatro redes sociales (Instagram, Tik-Tok, WhatsApp y Twitter) y dos páginas de streaming (YouTube y Twitch). El fenómeno es arrollador: ninguna plataforma dominante perdió horas de consumo y las nuevas plataformas que se suman al oligopolio solamente aumentaron el tiempo de uso global. Es decir, los jóvenes no han dejado de ir a Instagram o a WhatsApp, lo que han hecho al sumar a Tik-Tok y Twitch es tener menos horas de descanso, de estudio, de ocio no digital, o de socialización alejada de las pantallas.

A pesar de que los datos de consumo son realmente sorprendentes (un crecimiento del 36%), la parte cualitativa del estudio arroja también información que pretende animar una reflexión social sobre el impacto adormecedor de las redes sociales sobre la capacidad crítica de los jóvenes.

En primer lugar, las motivaciones para usar las redes sociales que se identificaban en los datos de 2019 estaban ligadas a objetivos más sociales: “hablar con gente que está lejos o que no ves hace tiempo”, “contactar con personas que no ves hace años” o “facilitar la comunicación entre grupos de personas”. Pero en 2021 se ha dado un salto cualitativo hacia nuevos valores ligados a la lógica psicológica promovida por las redes. Los jóvenes mencionan entre sus motivaciones la “capacidad de tener mucha publicidad”, “el seguimiento de tendencias”, “la posibilidad de seguir la carrera de un artista”, “ver qué hacen personas de influencia que seguimos”, “mostrar escenas de nuestra vida”, u “obtener reconocimiento personal”.

El cambio en las motivaciones de uso de las plataformas da cuenta de la penetración de los valores fomentados por las plataformas en la vida cotidiana de los jóvenes que, ante el impacto masivo y el uso adictivo de las redes sociales, han terminado por interiorizar y proyectar como propios. Valores como el narcisismo y la fama personal, la promoción de operaciones estéticas como causa de presiones o cánones sociales o la necesidad de recibir likes y recompensas emocionales como símbolo de publicidad o notoriedad personal han terminado por ubicarse de forma sutil pero efectiva en el discurso de los estudiantes universitarios más letrados. 

En segundo lugar, a pesar de que en los dos años del estudio los jóvenes participantes de los focus group señalaron a las redes sociales como escenarios de muchos problemas y de que identifican sentimientos negativos con su uso, no están dispuestos a dejar de usarlas porque:

“Hemos nacido en este sistema y pensamos que ya forma parte de nuestra vida”.

“En nuestra sociedad estar fuera de las redes supone estar fuera de muchas cosas. Lejos de amigos, familia, lejos de la actualidad. En definitiva, lejos de la vida”.

“Porque somos adictos. Y pese a que digamos que las usamos demasiado o las queremos dejar, en el fondo no queremos. El miedo a la desinformación o desconexión es mayor que la voluntad de desintoxicarse”.

Por último, a pesar de que todos los jóvenes estudiados manifestaron en 2021 que sabían que las empresas dueñas de las redes sociales generan ingresos adicionales por el manejo y venta de datos, que los usuarios no son los que controlan lo que pasa en las redes y que las redes sociales actúan como cajas de resonancia de creencias e intereses de los usuarios, algunas de ellos justificaban la actuación de las plataformas tecnológicas dominantes:

“No damos la información sin recibir nada a cambio, se trata de una transacción de bienes por servicios, una relación de quid pro quo. Una simbiosis entre consumidor y vendedor, donde uno no puede vivir sin el otro y viceversa”.

“Los usuarios son trabajadores gratuitos de las plataformas y en muchos casos los usuarios no son conscientes de ello. Pero es una cuestión retroactiva, ya que nosotros también podemos acceder de manera ‘gratuita’ a esto y se nos facilita una herramienta que nos permite hacer todo lo que hacemos”.

“Hemos de pensar que las empresas desarrolladoras y, por consiguiente, sus trabajadores, deben cobrar por ello. Si no queremos pagar por hacer uso de estas, se deben financiar a través de otras vías: en el caso de las redes, con nuestros propios datos”.

Las respuestas anteriores asimilan discursivamente una justificación capitalista a las prácticas poco transparentes, poco democráticas y abiertamente explotadoras que realizan las plataformas tecnológicas. El discurso denota, por una parte, un ejercicio supremamente efectivo del poder sobre los usuarios que justifican como beneficiosa la dominación. Por otra, establece la consolidación del modelo del capitalismo cognitivo o del capitalismo de plataformas que introduce el desarrollo de la pérdida del sentido (individual y colectivo) y que produce como consecuencia “la automatización del sentido común”, como propone el profesor chileno Claudio Celis.

La descripción realizada por los jóvenes de las plataformas —como inherentes a su contexto, pero a la vez externas e incomprensibles para ellos— establece una contradicción básica pues ellos mismos arropan el instrumento (y lo justifican), al tiempo que lo veneran (sin comprenderlo). El rito del trabajador-consumidor, en esa exaltación del aparato conducida por la producción de contenido hipermasiva y por la autopublicidad, consiste en la aceptación de los valores de las plataformas (como la fama o la nueva estética de las masas), bajo los cuales el mercado y el consumo se estructuran por la caducidad y actualización permanente del diseño y de la funcionalidad de los mismos aparatos.

Los jóvenes mantienen así una confianza ingenua en la pantalla que desdibuja y elimina la crítica social. En el siglo XXI se han convertido en usuarios de la técnica propuesta por la tecnología (o las tecnológicas), sin que logren intervenir (o subvertir) el proceso de elaboración de la técnica que domina la tecnología, convirtiéndose en esclavos (adictos) de ella.

En el siglo XXI, y con la posibilidad más grande de acceso a la información de toda la historia, el sentido común revolucionario de los jóvenes (socialmente necesario) se halla secuestrado y controlado por seis o siete plataformas que concentran y explotan su atención digital.

Un nuevo libro revolucionario tendría que empezar, hoy, con la frase: “seguidores de instagramers e influencers (y consumidores de vídeos de gatitos, huevos Kinder y reguetón machista) de todos los países digitales, uníos”.

Politólogo y periodista. Profesor de periodismo en la Universitat Autònoma de Barcelona

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