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Las alas de un libro abierto

Heidy desafiaba el hambre, alimentándose de una motivación que no tenía por qué tener ante tanta adversidad. Cargaba a cuestas 40 libros prestados de la Biblioteca Municipal de Soledad; hablaba de sueños en barrios deprimidos por la necesidad y la falta de futuro.

Literatura para niños y niñas

Literatura para niños y niñas. Imagen del portal de Libros Libres para Todos

Adolfo García se enamoró a primera vista de Heidy Mejía al escucharla leer en un evento en Versalles, corregimiento de Santa Bárbara, Antioquia.  Él nunca había escuchado a una persona que leyera con tanta emoción, se podía ver a simple vista que no era una mujer del montón. Su mente inquieta la había llevado a estudiar Comunicación Social, Derecho, Agricultura y Gestión Cultural. Desde muy joven tenía clara su pasión por la primera infancia. Todos los sábados se subía en una canoa para llegar a la Isla del Barrio Barlovento a pocos kilómetros de la Plaza de la Aduana en Barranquilla. Los niños que no habían visto un libro en su vida quedaban maravillados con las fábulas de Esopo.   

Él tenía un trabajo estable como instructor del Sena en el área de alimentos. Ella era bibliotecaria de la Biblioteca Piloto de Medellín y hacía trabajo comunitario en la Comuna 13. Se casaron y les iba bien con un negocio de alimentos, pero ella sentía el peso de estar distanciada de su familia.  Imaginaron más oportunidades en el Caribe y la idea de cambiar de rumbo se volvió una obsesión. El estribillo de “En Barranquilla me quedo”, de Joe Arroyo, no dejaba de retumbar en el cerebro de Adolfo, como una señal que no podía dejar pasar.

La llegada a Soledad, Atlántico, no fue alegre como la canción, no tenían un plan, ni solvencia económica. Para sostenerse preparaban galletas que vendían los fines de semana en las playas de Sabanilla. A veces no tenían ni qué comer, pero su orgullo no les permitía recibir ayuda de la familia.

Heidy desafiaba el hambre, alimentándose de una motivación que no tenía por qué tener ante tanta adversidad. Cargaba a cuestas 40 libros prestados de la Biblioteca Municipal de Soledad; hablaba de sueños en barrios deprimidos por la necesidad y la falta de futuro. La gente quedaba hipnotizada con su pasión al hablar y pronto obtuvo popularidad en un lugar en el que es difícil competir con el ron, el picó y la emoción de jugar al billar. La familia le decía que cobrara mil pesos por persona.  Jamás lo hizo.

Hoy cuenta esta hazaña con la satisfacción de haber logrado sembrar muchas semillas que ya dan sus frutos con el trabajo voluntario de 14 mujeres en 75 bibliotecas comunitarias, con tan solo 10 años de trabajo ininterrumpido en lugares de difícil acceso en Sucre, Atlántico, Bolívar y Antioquia. 

La pareja se ha especializado en el diseño de proyectos y en la búsqueda de convocatorias que permitan extender su trabajo en lugares donde no hay acceso a Internet y la educación es precaria por no decir nula. Cuentan con el apoyo de instituciones como Children International, la Biblioteca Piloto de Barranquilla y la Red Nacional de Bibliotecas, después de haber ganado múltiples convocatorias nacionales e internacionales.

En sus procesos educativos se preocupan por las poblaciones más vulnerables. Para hablar del abuso sexual con los niños, además de los apoyos didácticos se valen de libros como Pepuka y el Monstruo que se llevó su sorpresa, en los que los niños tuvieron la oportunidad de dialogar con su autora, Marcela López, víctima de abuso sexual. 

En la Guajira, al hablar de machismo usaron como instrumento El Libro de los cerdos de Anthony Browne, las mujeres se identificaron con la protagonista de la familia De la Cerda, la que limpia, prepara la comida y se encarga del cuidado de todos los integrantes del hogar sin una recompensa.  Hasta que un día decide irse y al despedirse solo les dice una cosa: Son unos cerdos.

Todas se identificaron, estaban cansadas de tener que buscar el agua en un pozo y también recoger la leña para cocinar, además de cuidar a todos los integrantes de la familia. El encuentro se transformó en una terapia masiva para hacer catarsis ante un abuso ancestral.

En su oficina tienen una ilustración en gran formato de El Principito, la obra de Antoine de Saint-Exupéry que define perfectamente el trabajo de Libros Libres para Todos y Territorios, Arte y Paz, los nombres de sus proyectos más importantes.  Han cruzado desiertos, pero siempre hay un pozo que esconde una gran riqueza que no siempre se puede apreciar a simple vista.

Adolfo García y Heidy Mejía. Imagen para EL COMEJÉN

Con amargura cuentan cómo han llegado a instituciones que pueden contar con centenares de libros encerrados en una biblioteca, al abrirlos notan que nunca han sido tocados por nadie. En sus charlas con maestros, es común la queja de que no hay dotación, que no hay recursos. Heidy los refuta diciéndoles: ¿Qué más recurso que un libro?  

La pandemia no ha detenido todo este trabajo, el encierro les permitió soñar con su siguiente paso: ver las estrellas desde las bibliotecas. Es muy probable que lo hagan realidad, sin las complicaciones de inversiones exorbitantes en infraestructura y telescopios costosos. Desde hace rato se dieron cuenta que los sueños se cumplen despojándose de grandes ataduras y ejecutando un plan viable que se ocupe más del corto plazo que de metas inalcanzables. Para ver las estrellas se valdrán de su principal herramienta los libros. Los temas principales serán la ciencia, la curiosidad y las preguntas como motor en la búsqueda del conocimiento.  

Periodista.

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