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Mi reconocimiento

En EL COMEJÉN creemos, que es útil abrir nuestras páginas para dar a conocer un testimonio de quien fuera un estudiante universitario, conociera allí en la universidad a una organización insurgente  revolucionaria, se vinculara a ella siendo estudiante y posteriormente debiera marginarse para meterse de lleno a la actividad guerrillera, en la que llegó a ser un comandante de nivel nacional.  

Arte Callejero.

Arte callejero. Imagen de Richard Mcall en Pixabay

El Acuerdo Final de Paz alcanzado entre el gobierno de Colombia y la insurgencia de las FARC-EP, el 24 de noviembre de 2016, más conocido como el Acuerdo de Paz del Teatro Colón, contiene entre sus puntos mas destacados, crear un sistema de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición (SVJRNR); que reivindique los derechos de las víctimas del conflicto, y para construir paz con reconciliación.

El sistema está provisto de tres instrumentos: la Jurisdicción Especial para la Paz – JEP, el que proveerá justicia a los involucrados en hechos graves del conflicto, con una perspectiva de Justicia transicional; la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas – UBPD y la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad – CEV, que tiene por misión hacer acopio de verdad sobre el conflicto armado, a partir de los testimonios aportados por víctimas y actores del conflicto, estatales y no estatales así como de personas e instituciones civiles que terminaron siendo afectados o involucrados en el conflicto.

En este marco, la CEV, que se encuentra en la fase final del mandato de actuación para producir su informe, ha generado espacios con distintos actores, personas y víctimas, para dar verdad y propiciar la reconciliación y el perdón. La universidad pública no estuvo exenta de ser victimizada, toda vez que los campus universitarios fueron utilizados por actores violentos como espacios de confrontación, e incluso directivos terminaron involucrados con grupos al margen de la ley con fines de “limpieza política”.

En EL COMEJÉN creemos, que es útil abrir nuestras páginas para dar a conocer un testimonio de quien fuera un estudiante universitario, conociera allí en la universidad a una organización insurgente  revolucionaria, se vinculara a ella siendo estudiante y posteriormente debiera marginarse para meterse de lleno a la actividad guerrillera, en la que llegó a ser un comandante de nivel nacional.  

Mi reconocimiento 

Siendo un joven estudiante viví tiempos de revuelta y de revolución, los viví con los ojos abiertos a finales de los años 60 y comienzos de los setenta. Pero así se vivió en todo el país, era inevitable encontrarse con pasquines, discusiones, grafitis en las paredes, manifestaciones, grupos de lectura, asambleas estudiantiles, marchas y pedreas; que tenían ocurrencia, en los campus universitarios de las universidades públicas de Colombia, pero eso también pasaba en los sindicatos y en los barrios populares, también en las veredas.

Ingresé a la UIS en 1974 a la facultad de Medicina, con la gran ilusión, mía y de mi familia, de ser médico. Soy hijo de Cesar, profesor de geografía y María, costurera, el octavo entre catorce, soñábamos que al terminar la carrera ayudaría a la educación de mis demás hermanos y a la manutención de la familia, era lo menos que podía y se esperaba que hiciera.

Pero los jóvenes, como lo dijera el compañero presidente de Chile, Salvador Allende: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, estábamos en medio del hervidero social que vivía el país, eran los años del Frente Nacional, de la colusión bipartidista para excluir cualquier otra opción política del poder, lo que equivalía a proscribir y perseguir cualquier otra forma de pensar y de ser. 

Eran tiempos en el que el pensamiento socialista, comunista no cabían en el país, en el que incluso cualquier forma de asociatividad era mirada con sospecha, como el sindicalismo. Muchos activistas y líderes sociales fueron perseguidos, procesados judicialmente, asesinados; todavía ocurre. Colombia es el país donde más sindicalistas en el mundo han sido asesinados, donde más defensores de derechos humanos son asesinados y perseguidos, donde un partido político al completo fue exterminado. La lucha armada nos fue impuesta, no nos dejaron otro camino, así lo vi y lo sentí en esos tiempos, lo grave de todo es que cincuenta años después sigue ocurriendo.

Conocí al ELN en el colegio y la universidad, no llegué a ella siendo guerrillero, por el contrario el ELN me encontró y me hizo uno de los suyos, con mi aceptación y convicción total de que era la única alternativa, para realizar los cambios que el país necesitaba; pero igual pudo haberme encontrado en el barrio, el Álvarez Restrepo, barrio popular de trabajadores y empleados, construido por el Instituto de Crédito Territorial en la dictadura de Rojas Pinilla. 

El uso de los espacios y las geografías están determinados por las dinámicas sociales y sus contradicciones, esto lo sabemos cuándo analizamos las geografías de los conflictos, en dónde y porque se dan determinados fenómenos, en unos lugares si y no en otros.

No es posible pretender que la universidad pública, sea aséptica e incontaminada de lo que ocurre en el país, por lo contrario la universidad como espacio y territorio social, abierto, amplio y diverso, también es un espejo donde se refleja la realidad del país que somos.

Recuerdo uno de los debates intelectuales en los que el movimiento estudiantil y académico, estaba enfrascado en aquellos tiempos: el de la transición pacífica al socialismo. En Chile había ganado las elecciones una coalición de izquierda liderada por el Partido Socialista, e instaurado el gobierno de la Unidad Popular. Quienes argumentaban que era posible construir la revolución sin la toma del poder por las armas, tenían como ejemplo vivo lo que ocurría en Chile, pero poco tiempo después cuando ocurrió el golpe militar liderado por los militares y auspiciado por Estados Unidos, la razón pasó a manos de quienes argumentaban la lucha armada como única vía para la toma del poder.

Era un debate político, pero al mismo tiempo era un debate filosófico, en el que se enfrentaban tesis, argumentos y se escribían nuevos relatos, se debatía sobre teorías que estaban transformando el mundo; era por demás actividad académica, aunque no estuviera normada, reglamentada o hiciera parte de pensum alguno; se debatía en las asambleas, en los grupos de estudio y trabajo que crearon los estudiantes, se debatía en las colonias estudiantiles.

En el libro de mi autoría Desatar un nudo ciego en la página 26 se dice

“…En ese momento había una gran actividad estudiantil y organizativa de base, se habían constituido y extendido un sinnúmero de grupos de base que había cobrado mucha fuerza y dinámica sobre todo en los sectores estudiantiles y sindicales. Eran los Grupos de Estudio y Trabajo (GET), así se llamaban en aquella época. Todas estas expresiones, los colectivos de base o los grupos de trabajo, terminaban siendo base social muy allegada a las organizaciones insurgentes y más específicamente al ELN. Entonces, mi primera participación orgánica no fue con el ELN, fue a través de un GET, que en aquella época lo constituimos cinco estudiantes, que a la postre terminaríamos en las filas del ELN.

Pero en aquel momento, pese a nuestra afinidad con el ELN, no sabíamos que ese iba a ser nuestro final. Allí, en esta dinámica de estudiantes revolucionarios, buscábamos también hacer presencia a través de un trabajo barrial; porque sabíamos que ser estudiante es una condición transitoria, sabíamos que lo importante era la condición social y la conciencia de clase

Estudio y trabajo, hacían referencia a la formación política e ideológica, que debíamos realizar los estudiantes, a la par de los estudios académicos y trabajo en referencia a la actividad de divulgación y acompañamiento a los habitantes de barrios populares, a través de las Brigadas Estudiantiles, en un claro nexo entre luchas estudiantiles y luchas populares.

Llegar a la conclusión de combinar estudios políticos, con estudios académicos de las respectivas carreras y trabajo barrial, fue producto de discusiones y debates, en los que terminó por hacerse mayoritaria la opción de combinar las tres actividades, porque la universidad no podía ni debía desligarse de los fenómenos sociales del país, antes por el contrario, se planteaba que la universidad debía desarrollar el espíritu crítico en sus alumnos, y abocarse a examinar los aconteceres políticos y sociales que estaban incidiendo en la vida de los colombianos y que pudieran modificar el rumbo de la sociedad y del país.

El movimiento estudiantil de aquellos años, liderado por AUDESA, proponía que los estudiantes debíamos llevar las tesis y propuestas de cambio a los sectores populares, para lo cual debíamos romper con la tendencia de mantener la lucha estudiantil únicamente circunscrita a los temas de orden académico, asumir como propias las luchas populares, y desarrollar actividades extramurales, en una clara articulación de las luchas sociales, para las cuales los estudiantes deberíamos aportar con el despertar de conciencias y de transmitir las teorías de cambio a las gentes de los sectores más duramente golpeadas por las desigualdades.

Muchos años después, en el 2013, volvería a caminar por las avenidas del campus, cuando fui invitado por la recién creada “Cátedra Low Maus” a dictar una conferencia. Me costó trabajo asimilar los cambios ocurridos en la planta física, debí preguntar por los lugares emblemáticos en los años setenta. Pregunté a mis anfitriones, si aún se conservaba la pintura del rostro de Camilo Torres en el edificio de Básicas, a lo que me respondieron que sí. Debía verlo, porque fui testigo de cuando Eliecer Herlington Chamorro lo pintó con ayuda de otros de sus camaradas en 1974. Muchos años después este estudiante putumayense tomaría el nombre de Antonio García, actualmente es el primer comandante del ELN.

Por estas alamedas, edificios, aulas, pasillos del aula mater, ya habían pasado Víctor Medina Morón y Ricardo Lara Parada, quienes serían miembros fundadores del Ejército de Liberación Nacional, también Jaime Arenas Reyes, el líder estudiantil más brillante y connotado que haya tenido el estudiantado colombiano en toda su historia, que tras dejar la universidad ingresó a la guerrilla del ELN y en la que encontraría la muerte, a manos de sus compañeros de causa. Iván Calderón Tarazona y otros estudiantes terminaron en las filas elenas. También pasaron Israel Ramírez Pineda, conocido como Pablo Beltrán, actualmente segundo comandante del ELN, Pedro Cañas, nombre real del fallecido miembro del COCE del ELN Oscar Santos, Ludwing Prada Hernández, Luis Fernando Porras Martínez, Antonio Galvis, quien años después fuera conocido como comandante Diego; estos dos últimos estudiantes de medicina con quienes compartí pupitre y posteriormente trinchera; también Gladys Teresa Blanco, más conocida como la comandante Paula; algunos pocos terminaron sus carreras, la mayoría no, debimos abandonar los estudios académicos para asumir al completo el compromiso adquirido como revolucionarios en las filas del ELN. Otros estudiantes de mi generación terminaron en las filas de las otras guerrillas como las FARC, el EPL y el naciente M-19.

No todos nos conocíamos, el ELN es una organización compartimentada, solo manteníamos relaciones puntuales con unos pocos, tampoco sabíamos de planes y la mayoría de nuestras actividades giraban en torno a conseguir dinero y medios logísticos para apoyar a las guerrillas, actividades que desarrollábamos en extramuros.

Eran tiempos revueltos, había nacido el M-19, se anunciaron con el robo de la espada de Bolívar, como reacción primigenia frente al fraude electoral del partido conservador en favor de Misael Pastrana Borrero; pero al mismo tiempo el ELN agonizaba entre la operación Anorí, en la que murieron cerca de cien guerrilleros, entre ellos los hermanos de Fabio Vásquez Castaño; y los fusilamientos promovidos por Fabio, el comandante general, preso de una paranoia que terminó por sacrificar a cerca de ochenta revolucionarios, compañeros de armas.

En medio de la confusión se erguía mi voluntad y mi disposición de dejarlo todo para subir al monte, para hacerme guerrillero y luchar junto a mis hermanos que generosamente aportaban su vida a la causa de la revolución. Ese era el sentimiento que albergaba mi alma, no tenía encrucijadas en mi pecho, no tenía dudas. 

Pedí unirme a un frente guerrillero, pero pasaba el tiempo sin que se autorizara “mi subida” al monte, la crisis interna estaba cuajada y en plena forma, no había quien tomara una decisión y antes, por lo contrario, los pocos grupos guerrilleros que quedaban se desgranaban poco a poco entre deserciones, capturas, muertes en combate y la disolución de grupos.

Así que debí esperar, entretanto me sumergí en la actividad urbana y me distancié de mis estudios académicos, los que terminé por abandonar totalmente. En mi vida universitaria, nunca recibí instrucciones u órdenes para afectar la marcha y la normalidad de la UIS, es más la vida universitaria discurría en medio de la anormalidad y las tensiones que se vivían en el país. Si participaba de manera activa en el movimiento estudiantil que se expresaba entre asambleas, marchas y la consabida salida y toma de la rotonda del caballo, la cual terminaba en tropel y en enfrentamientos con la policía y a veces con el ejército.

El abandono de mis estudios se reflejó de inmediato en el rendimiento académico, situación que terminó por dejarme por fuera de la universidad, pero también de mi vida en casa; situaciones juntas que me presionaron a acelerar mi subida al monte, la que terminó por darse, previo un periodo en la clandestinidad.

Me hice guerrillero y años más tarde, fui elegido miembro de la comandancia nacional. La vida universitaria había quedado atrás. Como consecuencia de la guerra fui puesto prisionero, llevado a juicio e impuesto una pena de prisión en la que estuve durante 10 años; tiempo durante el cual representé al ELN en diálogos de paz con los gobiernos de Ernesto Samper, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe Vélez.

Aprendí el don de la palabra para resolver los problemas, empezando por aprender a escuchar y encontrar valor en las razones de los contrarios y diferentes, eso me costó tiempo, pero finalmente el razonamiento sumado a la constatación de que la guerra en Colombia había generado un nivel de agotamiento en la sociedad, y que la violencia se había degradado a uno niveles que producía víctimas de manera innecesaria y principalmente en la gentes no intervinientes en el conflicto; y que además generaba un cúmulo creciente de odios; concluí que debía hacer dejación de armas y así se lo comuniqué al país el 8 de octubre de 2003, al salir de la prisión. En adelante dedicaría mis esfuerzos a la paz de Colombia.

Hoy, tras haber hecho dejación individual de armas, movido por la convicción de que la guerra es una camino cerrado para acceder al poder en Colombia, que en el continente y el mundo se han abierto vías no violentas y democráticas, para acceder al poder para hacer transformaciones; haber asumido la búsqueda de la paz como vocación y oficio, en mi condición de Promotor de Paz designado por los presidentes Juan Manuel Santos e Iván Duque Márquez, pero por sobre todo en mi condición de ciudadano; considero que urge a quienes hemos tenido responsabilidades reconocer los actos y dar verdad, condición indispensable para la construcción de reconciliación y paz duradera.

Ser joven y universitario fue para mi un privilegio, por cuanto no todos mis congéneres lograban acceder a la universidad, lo cual representaba una verdadera oportunidad para mi formación como profesional, en correspondencia con un ferviente deseo derivado de una vocación de servicio, también de una necesidad material de orden familiar; así como para definir mi vida en el mediato futuro; sin embargo no advertí que estaba dejando ir la oportunidad a cambio de otras circunstancias que me llevaron a tomar decisiones que transformaron mi vida de manera radical.

Ingresé a la universidad para hacerme médico, pero inesperadamente, muy al comienzo de la carrera, di un giro a mi destino, que me apartó del propósito inicial y me llevó por otros caminos, los del alzamiento en armas contra el Estado y de la militancia insurgente; caminos que, en mi caso, han están pavimentados de dolor, desasosiego, inseguridad e incertidumbre.

Casi cincuenta años después, creo que como médico hubiese sido también un revolucionario, porque serlo no está determinado por una profesión en específico, sino por una conciencia social. Creo que habría entregado mi vida al servicio social, preferencialmente del lado de los que más carencias tienen, con la diferencia que lo habría hecho sin el ejercicio de violencia alguna.

Hoy creo que para un joven es compatible y perfectamente combinable la formación profesional en la universidad y la formación crítica de su carácter, sin necesidad de antagonizar ni anteponer la una sobre la otra, sin necesidad de modificar dramáticamente la ruta que se haya trazado, la que a la postre lo conducirá a la meta fijada. Ayudará mucho si se piensa que la vida discurre dando pequeños pasos y un paso a la vez.

Finalmente, No represento a nadie más que a mí, no hablo a nombre de más nadie, el reconocimiento es para mí algo personal e indelegable; por ello reconozco:

  1. Los campus universitarios son lugares para la creación de ciencia, saberes y cultivo de valores, no son escenarios para la guerra.
  2. Las universidades son territorios de paz y deben ser espacio de exclusión de guerra. 
  3. Que las instalaciones físicas no deben ser usadas para desarrollar actividades hostiles contra nadie, y menos para ser usadas como depósitos de recursos bélicos o para la fabricación de los mismos.
  4. Que los directivos universitarios deben generar espacios para el examen crítico de lo que ocurre en el país y el mundo, con un espíritu abierto y democrático, para cerrar el paso a la actividad intelectual cerrada, oculta o clandestina. Pero decididamente para hacer honor al sentido de universalidad que contiene el ser universidad, y al mismo tiempo Alma Mater, como transformadora de hombres y mujeres desde el saber, las ciencias, la cultura y los valores humanos.
  5. Que la universidad es patrimonio de los santandereanos, y colombianos por extensión, y que como tal ha de ser preservado, cuidado y desarrollado.
  6. La universidad es un territorio desmilitarizado y gobernado por instancias ciudadanas de estirpe cívico, y como total son per-se territorios, para convivencia y controversia intelectual democrática, en la que se reconoce el derecho a la diferencia.
  7. A lo largo del conflicto se han producido en el campus, hechos ajenos al buen hacer universitario, muchos de ellos hostiles, que han afectado a personas, e instituciones y propiciado imaginarios y atmósferas nocivas para la universidad. La universidad no es responsable de los actos individuales de sus alumnos o de sus ex alumnos, y mucho menos cuando estos se apartan de la vocación profesional y humanista en que han sido formados.
  8. Por los daños y afectaciones que por mi militancia insurgente, haya podido causar en personas o en las instituciones pido perdón. Señor Rector, acepte usted mi reconocimiento y concédame el perdón que de manera sincera y contrito pido. Que prime el sentido y ánimo reconciliatorio sobre todos los demás. No es la vindicta ni el rencor lo que debe albergar en el alma de los colombianos, sino el avenimiento, el reconocimiento de que podemos unirnos siendo diferentes.
  9. En el tramo final de mi vida, en el que dedico cada minuto a apagar el incendio que hace muchos años ayudé a prender, le ofrezco mi mano abierta y tendida a quienes he ofendido. No tengo más, solo mi mano y mi palabra.
  10. Señor Rector, quiero retornar a mi universidad, la que hace más de cuarenta y cinco años abandoné, para lo cual he aplicado para ser readmitido, en el marco del ACUERDO 062 de 2021 – sobre Política de educación inclusiva, reconociendo en ella un acto de justicia y reconciliación, que enaltece a la Universidad Industrial de Santander, y todas sus gentes. Gracias.

Carlos Arturo Velandia Jagua, ciudadano en ejercicio y promotor de paz por ocupación

Realizó estudios de medicina en la UIS. Fue miembro de la Dirección Nacional del ELN hasta que fue hecho prisionero. Luego de purgar condena se vinculó al Instituto de Paz de la U. de Granada (España) y luego a la Escola de Cultura de Pau de la Universidad Autónoma de Barcelona. Autor de varios libros y ensayos sobre los procesos de paz. Actualmente es un promotor de paz reconocido por el Gobierno de Colombia.

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