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La pasión argentina

La crisis argentina golpeó a los ya golpeados y no hubo tiempo para hacer pedagogía política, que, dicho sea de paso, no es el fuerte de los gobiernos progresistas de Latinoamérica. A este lado del Atlántico el discurso que continúa campeando es el que afirma que los gobiernos no importan porque al final “igual todos los días me tengo que levantar a laburar”. 

Argentina. Imagen de Pexels en Pixabay

Argentina. Imagen de Pexels en Pixabay

Alberto Fernández recibió el poco agradable encargo de regir una casa demolida, en ruinas, debilitada desde sus cimientos luego de cuatro años de desmantelamiento continuo y sostenido. En diciembre de 2019 se iniciaba una nueva etapa, la de la reconstrucción, a los ojos de una nación fuertemente polarizada, pero donde la esperanza fue mayoría, el único camino posible era hacia arriba, hacia adelante porque más bajo no podían caer, no había para dónde.

Pero sí había. Cuando los planes de gobierno apuntaban hacia un plan de reactivación económica que tenía como centro recuperar el control de las finanzas públicas con una reconfiguración de la mayor deuda adquirida por país alguno en la historia del Fondo Monetario Internacional, se acabó el mundo.

Cayó la pandemia, la salud pública colapsó y la economía interna se detuvo. Se cerraron las fronteras, se decretó la cuarentena obligatoria y miles murieron. A pesar de actuar con velocidad en términos de vacunación, no había manera de contener el avance de un virus que se movía, principalmente sobre las ruedas de un sistema de seguridad social completamente desmantelado y sin herramientas.

Pero contrario a lo que cualquiera en uso de sus facultades pensaría, la apuesta política que demolió Argentina no solo no desapareció, sino que continuó siendo la segunda fuerza política electoral en ese país. Ahí se demostró más que nunca el vínculo con esa Latinoamérica medio masoquista que siempre tiene a la mano el arribismo clasista que solo queda satisfecho con las promesas que hace el neoliberalismo.

Las promesas de siempre, promesas de macho maltratador y bandido. La crisis argentina golpeó a los ya golpeados y no hubo tiempo para hacer pedagogía política, que, dicho sea de paso, no es el fuerte de los gobiernos progresistas de Latinoamérica. A este lado del Atlántico el discurso que continúa campeando es el que afirma que los gobiernos no importan porque al final “igual todos los días me tengo que levantar a laburar”. 

Está costando aprender la lección porque no es lo mismo levantarse a laburar con la moneda local demolida, un sistema de salud desmantelado y los salarios congelados. Pero la indiferencia con los gobiernos solo opera cuando hay que entender cómo funcionan los mecanismos de inclusión social, porque a la hora de pasar factura por el sufrimiento diario, el inconformismo toma muchas vías de escape, dentro de ellas la electoral.

El pasado domingo 12 de septiembre se llevaron a cabo las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), que en resumen son las elecciones internas que habilitan a los candidatos que se van a presentar en la contienda electoral para el Congreso o para los organismos de dirección ejecutiva. 

En todo el mundo las llamadas elecciones de medio término sirven para medir un poco el clima de aceptación a los gobiernos, más allá de lo que puedan indicar las encuestas o los sondeos de opinión. Y las PASO del 12 de septiembre fueron un primer pulso para el Gobierno de Fernández. 

Y ese pulso lo perdió, fundamentalmente en términos de la comparación de la cantidad de votos que tuvo cada uno de los sectores. El Frente de Todos, coalición de gobierno logró algo más del 30% de los votos, mientras Juntos por el Cambio, del célebre Macri, logró más del 40%. 

Los análisis desde todas las esquinas se han hecho oír sobre el esperado voto de castigo al gobierno por la situación. Los números sorprendieron por la diferencia que logró el macrismo sobre el gobierno, pero es claro que siempre será más fácil ser oposición. Pero más allá de los números, lo que más sorprendió fue la reacción en cadena que generó este resultado. Claramente Argentina es un país donde la política se vive con una pasión desbordada, claramente no llega a los niveles de violencia física de Colombia, pero no hay duda que la política en ese país es uno de los temas más candentes.

Y no sólo lo es para “la barra”, sino para sus protagonistas, que es la única razón que puede explicar la crisis que se generó en la interna del gobierno luego de conocidos los resultados de las PASO. Ya había voces que anunciaban cierta distancia entre los Fernández (Alberto y Cristina), y algunas salidas en falso del presidente, capitalizadas por la derecha macrista, pudieron ahondar esas diferencias.

En esa vía, el más reciente capítulo de esta novela argentina se vio el pasado 15 de septiembre, cuando cinco ministros (a la hora de cerrar esta nota) y varios altos cargos, que están vinculados con el sector de Cristina Fernández, pusieron sobre el escritorio del presidente sus cartas de renuncia. Esta línea de comportamiento, más allá de si se comparte o no, sin lugar a dudas deja clara la fuerte tensión interna que se vive en el gobierno. Pero, aunque Cristina Fernández haya salido a aclarar que ella no está pidiendo la cabeza de nadie, tampoco (hasta este momento) se ha producido un mensaje conjunto de unidad y confianza hacia los sectores que apoyaron la propuesta que venció al neoliberalismo en 2019.

En política nada está escrito, y en Argentina menos. Es posible que lo que para el resto del continente es una sacudida a la estabilidad nacional, en Argentina no sea más que un leve resfrío, porque de la frontera hacia adentro el clima es otro y allá todo se vive con mayor intensidad. Lo importante realmente es que las opciones no son muchas y si el proyecto de nación que no ha podido avanzar con fluidez no logra consolidarse y continuar, el proyecto que sigue en la fila es el de un equipo de demolición que la nación ya conoce y que lo único que tiene seguro es que prometerá flores mientras deshoja a la gente. Lo hicieron una vez y lo volverán a hacer.  

Periodista, ilustrador y artista visual de Caras y Caretas.

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