Imaginemos a un grupo de escritores reunidos en una residencia de escritura a los que les ponen la tarea de crear un texto neutral. Sí, neutral, pero ¿neutral con respecto a qué? Y luego, si nos respondemos esto, viene ¿tono neutro? ¿estilo y forma neutra? ¿contenido neutro?
Sí, lo sé, nuestros escritores están desconcertados, así que supongamos que los directores de la residencia no son unos tarados y la encomienda responde a un propósito creativo específico y válido, pero, por ahora, desconocido y entonces, un poco sin dar crédito, los autores se ponen manos a la obra tanteando a ciegas el terreno, algunas desde la parodia, otros desde el rigor académico, otras desde el abordaje de la ficción y la ciencia ficción y otros desde el realismo más convencional.
Alguien ingenuamente esgrime el argumento de que en realidad la escritura del yo es la que más se acerca a una posible neutralidad, que al hablar desde la experiencia personal sólo se escucha a sí misma y eso le confiere a la voz neutralidad frente al mundo. Alguien más dice todo lo contrario, que sólo saliendo de sí mismos podemos escribir cosas neutras. Hay quien dice, claro está, no podía ser de otra forma, que el único género neutro es la poesía. La poesía, sólo ella, podría alcanzar algo tan inasible como la neutralidad. Imbécil, le gritan. Si a escritura neutra nos referimos la cuestión está en escribir diccionarios. Hay quienes creen que todo es una broma y quienes piensan que el rollo va de escritura experimental. El ambiente se torna pesado. Los egos se superponen y la literatura no aflora, es decir, el fracaso es colectivo y categórico. ¡Plop!
Ahora imaginemos que esta residencia de escritura creativa es un proyecto gubernamental que planea una literatura neutra, artificial, descolorida, sin disidencias y sin crítica. Un proyecto que, de llevarse a cabo, buscaría crear literaturas nacionales homogéneas en donde se hablen idiomas neutros, algo así como el español que hablan los madrileños, el más neutro, según dicen. Y nuestros escritores, sin saberlo, como ratas de laboratorio se prestan a este juego de crítica neutra, de poética neutra, inmaculada, para que la literatura deje de ser un arma cargada de futuro. Poco a poco, vemos como los argumentos se repiten, lo incómodo se elimina, lo malsonante se suaviza y la censura y autocensura campan a sus anchas.
Es este el panorama que quisieran nuestros caudillos y dictatorzuelos, nuestros burócratas de la cultura que se lamen por una lírica inofensiva, cateta, obtusa, por voces tartufas, pueriles, lastimeras. Pero no, gonorreitas, la poesía es resistencia, es agarrar al toro por los cuernos. La literatura, por definición, parte de una toma de partido, parte de la premisa de que algo no está bien, de que algo falta y esa ausencia es lo que intenta reparar y en ese intento se le va la vida. Se escribe no porque se quiera contar algo sino porque algo nos incomoda.
Así que mercaderes de la cultura, sátrapas del postureo intelectual, abogados de las medias tintas, la literatura estaba allí tomando una posición antes de que ustedes llegaran y estará ahí, bien campante, cuando los echemos. Se ha muerto el autor, se ha muerto la originalidad, se ha muerto la obra de arte, pero la literatura con todo su poder transformador, con toda su fuerza creadora sigue dando lora, sigue pensando que hay otras realidades posibles, sigue intentando sacudir la realidad imperante para volver a crear el universo.
La literatura hoy, más envalentonada que nunca porque no hay cosa que la ofenda más que se la menosprecie, se libera de cualquier intento de domesticación y encasillamiento acomodaticio para gobiernos de turno y grita en alto: aquí estoy y cómo es, nea, píntemela, que yo se las coloreo.
La literatura se para en la raya, sin ambages, bestia, pero también tierna, fiel compañera, fuerza capaz de aunar intereses, intenciones, de concretar lo que parece imposible.
La literatura es una herramienta propicia para soñar y para debatir y teniendo esto como motto La Parcería, un centro cultural de experimentación y creación artística que lleva 10 años tomando partido por las artes, esquivando a mucha honra cualquier atisbo de neutralidad y tibieza, se ha ideado El Stand 321.Lo que no pudo ver en la feria. Un espacio pensado no sólo para tomar posición, esgrimirla y defenderla sino también para cuestionarla. Porque la literatura, así como no es neutra tampoco tiene certezas.