Desvanecida vuelvo a tus costillas,
hacia una tierra sorda y espantada,
hacia tu amor de madre respetada
con una voz revolución prendida.
Vengo desnuda hasta la patria mía
con la agonía de no tener rostro
sino un golpe de sombras en la cara
y una consciencia trágica y dormida.
Vengo desnuda hasta la patria mía
con mi sentido corazón herido
con mi volcán de sueños ya vividos
vengo pariendo otra melancolía.
Traigo un cofre de soles en las manos,
una fiesta sin luces ni rebaños
y una suerte de voz atropellada.
No le vendo mi alma a las vitrinas
y a trompicones vengo, ya extraviada,
porque más vale tierna y alocada
que venderme por ramos y cortinas.
Vengo desnuda hasta la patria mía
con un sudor de ciega consternada
con un dolor de noche arrodillada,
vengo cantándole a la noche fría.
Siento un hambre voraz en las montañas
y una esperanza libre en las aceras,
siento una herida larga ¡Si la olieras!
y una luz floreciendo en mis entrañas.
Si Carranza y su voz desamparada
se posan sobre un nombre y una fecha,
si lo zarrapastrosa me hace presa
de esta canción con aire de delirio,
si languidecen versos en mis lirios
y crece un tango abajo de mi almohada
frotándome la sangre derramada,
por qué no me ofrecés una paloma
a ver si esta tragedia se me aploma
y mi fragilidad desapacible
se hace un trago de lirios sin aromas.
Si eliges esta flor, te traigo un bosque,
si me eliges un trueno, yo lo abrazo,
si eliges un bastón, levanto un brazo,
y espero una serpiente a que me pique.
Si ya no quiero sueños imposibles
porqué no me inventás un nuevo idioma
en esta rebelión intraducible.