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Escribir es invitar a todo el mundo. Dejar la puerta abierta para que todos pasen

Insisto para no morir de angustia porque mientras mi cuerpo está aquí, en Europa, mi mente está allá, en Colombia. Porque mientras camino por estas calles seguras, pienso en la vida allá. En las que se quedaron allá, que son muchas, que son todas.

Escritura

Escritura. Imagen de mohamed Hassan en Pixabay

Todas las veces que supe algo sobre mí misma lo supe escribiendo y, por ilación, me convertí en escritora. Escribiendo pude recordar lo que había vivido y olvidado y así retener lo que de otra forma se hubiese perdido para siempre. Escribiendo supe del autoengaño, de la dislocación de las ideas, de las contradicciones, pero también del horizonte, del tupido de la selva y del incendio en el bosque de la mente. Y entonces la palabra como un ancla, la palabra como un soplo de vida, como razón y como consecuencia, como una forma del amor, como un desvelo, como un descubrimiento.

Escribo como si las palabras fueran mi propio cuerpo y al ponerlas así, una delante de la otra, yo misma me fuese construyendo. Aquí va un brazo, aquí una oreja, aquí una pierna…

La escritura me ha dado la sensación de existencia haciéndome creer que, de verdad, vivo y ofreciéndome una especie de amparo. Si no escribiera ¡Ay de mí! ¡Qué sería de mí si no escribiera! ¡Qué desazón y qué abandono! 

Me sigo aproximando al paso del tiempo rodeada de palabras, como si ellas fueran a evitarme la fragmentación, la soledad, esta vida desarticulada; como si ellas fueran a evitarme la muerte, esa cosa espantosa de la que huimos a todas horas, a toda prisa. Y se nos va la vida en ello. 

Relación pasional

Yo amo a las palabras y, al mismo tiempo, las padezco; las necesito, pero me duelen; las atraigo y las rehuyo; las olvido y las reinvento cuando se acercan a mí. Y cuando el barullo que me rodea es excesivo, las veo levantar las manos como si fueran niñas pidiendo ayuda para no ahogarse. Tengo con las palabras una relación que no se resuelve, que está en tensión permanente y que tampoco se disuelve, por suerte. 

Pienso como si escribiera, escribo como si pensara. Cuando pienso en el aire o en el frío ellos se escriben en mí y en ese instante la escritura, y el aire, y el frío, comienzan a atravesarme. Todo a la vez. Y escribiendo aparecen los otros y las otras, las subjetividades, las confesiones, los enigmas, los dolores compartidos.

Con las palabras insisto en hallar algo que quizás se me haya perdido, algo que se me escapó en la niñez, algo que no pude entender, ni decir mientras pasaba eso que llamamos vida. 

¿El detonante? 

Un sueño, un cuerpo que se aleja, una mirada que ya no está, una lágrima, un milagro, la necesidad de expresar o de buscar, la necesidad de denunciar para no morirme ahogada por los nudos en mi garganta. Escribiendo insisto, con mi cuerpo, con mi boca, con mis manos, con mi alma.

Insisto para no morir de angustia porque mientras mi cuerpo está aquí, en Europa, mi mente está allá, en Colombia. Porque mientras camino por estas calles seguras, pienso en la vida allá. En las que se quedaron allá, que son muchas, que son todas. Porque mientras el espejo aquí me asegura que existo, allá los otros y las otras desaparecen y porque no puedo más con tanta ausencia forzada y con tanto dolor. 

Escribo, aunque estas palabras de mala muerte se las coman las termitas y tiren la elocuencia a los carriles del metro, y se empapen de lluvia, y se desvanezcan…y también, como todo, desaparezcan. 

Escribo, y no sé qué escribo ¿poemas? No sé qué significa la poesía. Un significante cuyo significado es inabarcable. Una titánica idea con agujeros por todas partes. 

¿Poesía es este dolor que compartimos todas?

¿Poesía es esta rabia, este temblor? 

¡Ay! ¡Colombia! Tierra de mi melancolía.

María Mercedes Carranza te nombraba… 

«Colombia,

esa loca que habla sola,

se golpea

contra las tapias

y cree que alguien

la puede curar». 

Nació en Colombia en un barrio obrero de Medellín, Colombia, llamado Castilla. Estudió con las monjas del Rosal, una institución católica, moralista y opresiva que, en principio, no fue disonante con su carácter tímido. Administradora de empresas y psicóloga en la Universidad de Antioquia. Al cumplir veinte años muere su padre, un líder comunitario, desde entonces su vida está destinada a ser otra cosa. Sus cuatro libros publicados son un relato emocional de la forma en que vive, siente y se relaciona con el mundo y sus gentes. 

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