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“Hispanic-tears” o cuando los invasores lloran

Cuando los ilustrados hispanistas hablan de la “civilización y el progreso” que llevó el imperio español a América, realmente de lo que están hablando es del aniquilamiento sistemático de seres humanos y del aplastamiento de sus culturas para poder imponer su cultura, su lengua y su religión. A eso le llaman civilización.

Estatua derribada en Colombia

Estatua derribada en Colombia. Imagen de @la.otraparte

Tal vez algunos de ustedes recuerden un diálogo que ya es mítico de la película La Vida de Brian (1979) de los Monty Phyton, una parodia sobre la vida de Jesucristo, en la que se hace una pregunta a los presentes en una reunión del Frente Popular de Judea (que era entonces colonia romana): ¿Y a cambio los romanos qué nos han dado?». Tras un corto silencio alguien contesta:

–El acueducto.

–Ah sí, sí, eso sí nos lo han dado.

–Y el alcantarillado.

–Sí, de acuerdo, reconozco que el acueducto y el alcantarillado nos los han dado los romanos.

–Y las carreteras.

–Evidentemente las carreteras, eso no hay ni que mencionarlo, hombre. Pero aparte del alcantarillado, el acueducto y las carreteras…

–La irrigación, la sanidad, la enseñanza, el vino, los baños públicos, el orden público.

–Bueno, pero aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?

Traigo a colación este diálogo a propósito de la “hispanomanía” que se vive en estos días en España, donde las figuras ilustres de la derecha y la proto extrema derecha han salido en medios a exaltar “la grandeza del imperio español” y su “aporte civilizatorio” a América, el continente así bautizado por los europeos y que fue tomado a sangre y fuego en el siglo XV.

Si intentáramos tener un diálogo similar al de la película con cualquiera de los ilustres hispanistas que se han expresado públicamente estos días, como el expresidente de España José María Aznar, la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, o el director de la Oficina del Español de la Comunidad de Madrid, Toni Cantó, ellos dirían que, en relación a la colonización de América, el Imperio español le “dio todo” al continente y sus habitantes, mejor dicho, nos lo dio todo: cultura, civilización, progreso, religión y lengua, así mismito como los romanos. 

Sin excluir que todos los imperios han expandido sus fronteras mediante la violencia y que han expoliado y esclavizado a los conquistados, sería muy osado comparar al Imperio romano con el Imperio español. Dejando de lado la duración de ambos imperios (Roma duró mil años y el Imperio español menos de tres siglos) hay diferencias substanciales entre ambos que hacen imposible que lleguemos a la conclusión de que el Imperio español “nos lo dio todo”. 

De una parte, Roma fue un imperio cuyo interés central era expandir su territorio no solo para ampliar su poder militar y comercial sino para aumentar sus contribuyentes. Las provincias conquistadas eran parte del imperio tanto para contribuir con impuestos como para recibir las infraestructuras y los servicios públicos con los que éste contaba, de ahí que hasta el día de hoy sobrevivan los monumentales acueductos, puentes, vías, etc., construidos por Roma en lo que hoy es Europa, el norte de África y Próximo Oriente. De otra parte, y a diferencia del Imperio español, Roma no arrancó a los conquistados su cultura, ni impuso una religión o una sola lengua, y tampoco implantó un sistema esclavista basado en la consideración de que existen humanos y no-humanos y que estos últimos por su condición pueden ser usados como propiedades.  La esclavitud en Roma dependía de las deudas o de la situación del conquistado, no de su naturaleza per se, como el hecho de ser indígena o negro.

En lo que sí son comparables ambos imperios es en la crueldad, tanto es así que en algunas crónicas de la conquista se recogen las matanzas y asedios a sangre y fuego de las ciudades por parte de los españoles como proezas heroicas heredadas de los romanos. Sobre esto, dice el profesor Antonio Espino López de la Universidad Autónoma de Barcelona, en su artículo “Granada, Canarias, América: el uso de prácticas aterrorizantes en la praxis de tres conquistas, 1482-1557”, que la “amputación de manos, esclavización del vencido y matanzas indiscriminadas son las principales medidas de represalia tomadas por las autoridades romanas contra la resistencia indígena, amén de los saqueos y el arrasamiento de ciudades. Y exactamente lo mismo iba a ocurrir en la conquista de América.”

Llegados a este punto ya podemos decir con certeza que el imperio español no sólo no nos dio nada, sino que arrasó todo. Sin contar con que las enfermedades llevadas por los europeos diezmaron la población nativa en un 90%, en lo que se conoce como la Gran Mortandad (se estima que murieron 56 millones de personas por esta causa), el Imperio español, al igual que los otros imperios europeos que invadieron el continente, asumió que ese territorio era un lugar para el saqueo, para el pillaje, para el enriquecimiento rápido de los que se atrevieran a aventurarse en estas tierras desconocidas. Aquí no hubo ni anexión de territorios ni expansión territorial y poblacional de dichos imperios, ni “derechos” para nadie que no fuera español, sino expolio puro y duro.

Cuando los ilustrados hispanistas hablan de la “civilización y el progreso” que llevó el Imperio español a América, realmente de lo que están hablando es del aniquilamiento sistemático de seres humanos y del aplastamiento de sus culturas para poder imponer su cultura, su lengua y su religión. A eso le llaman civilización. La Cumbre de los Pueblos Indígenas de América sostiene que la acción de los conquistadores europeos “no solo causó uno de los genocidios más grandes de la historia, lo cual destruyó cientos de culturas y estableció un sistema permanente de opresión y explotación, sino que también el genocidio y la explotación continuaron con los estados nacionales sucesores de las potencias coloniales”.

Uno de los argumentos utilizados para refutar estas afirmaciones es que la gran empresa del Imperio español en América fue la evangelización de los pueblos indígenas, no su destrucción. Como si la evangelización en sí misma no fuese una atrocidad, la historiografía y, sobre todo, las crónicas de la época, han demostrado que con la excusa de dicha evangelización se arrasaron pueblos, se hicieron masacres y se levantaron iglesias sobre lugares indígenas sagrados. Ya en 1511, menos de dos décadas después de la llegada de los españoles, el fraile dominico Antonio de Montesinos, denunció, en un conocido discurso, las condiciones sociales y los abusos a que eran sometidos los indígenas del Nuevo Mundo por parte de numerosos encomenderos de La Española. Esta denuncia dio lugar a Las leyes de Burgos (1512-1513) promulgadas por la Monarquía Hispánica, en las que se abolió la esclavitud indígena y organizó su conquista a través de la creación de la figura de la encomienda, que, en teoría, prohibía a los encomenderos la aplicación de todo castigo a los indios y se les reconocía como trabajadores de la corona con jornal, alimentación, vivienda, higiene y cuidado, esto, claro, siempre y cuando los indios aceptaran ser cristianizados, reconocieran la superioridad de los europeos y asumieran su condición de vasallos del monarca. Para constatar su sometimiento se leía públicamente a grupos, asambleas o autoridades de los pueblos indígenas el Requerimiento, un texto castellano, escrito por el jurista Juan López de Palacios Rubios en 1512, que recogía los preceptos del Derecho natural europeo y en el que se establecía que los Estados europeos eran superiores y se declaraba como obligatoria “la predicación de la fe religiosa, y la preservación frente a los sacrificios humanos en la América precolombina”. Se suponía que luego de la lectura del texto los indígenas debían aceptar públicamente lo que allí estaba consignado para evitar ser conquistados de manera violenta, pero se ha sabido por las crónicas y por Bartolomé de las Casas que el requerimiento, leído muchas veces a kilómetros de los indígenas y en castellano, sirvió a los encomenderos para justificar el arrasamiento de los pueblos encontrados bajo la excusa de su rechazo a la autoridad imperial.

La institución de la esclavitud de personas africanas en América merecería un artículo aparte, sin embargo, vale la pena al menos mencionar que fue tan o más cruel que la esclavitud de los pueblos originarios del continente. Desde comienzos del siglo XVI se empezó a traficar con personas que fueron secuestradas en África y usadas como animales de carga en las plantaciones de las colonias americanas hasta el siglo XVIII. Alrededor de seis millones de personas fueron traficadas y esclavizadas, así como sus descendientes, bajo la lógica de la superioridad europea frente a otros pueblos y la deshumanización de aquellos que no lo eran, avalada por el evolucionismo social y la clasificación racial. Hoy, en las grandes ciudades españolas y europeas podemos contemplar magníficos edificios y monumentos pagados con el dinero de la explotación humana de indígenas y negros en los territorios colonizados en América y África.     

Por supuesto nada de esto es reconocido por los hispanistas que están en las universidades y en los platós de televisión, porque a su juicio todo obedece a un complot de los enemigos de España para enlodar su nombre. Bajo la excusa de la llamada “leyenda negra, que según los hispanistas fue la mala propaganda al imperio construida por los holandeses e ingleses en el siglo XVI, que básicamente describía las atrocidades cometidas por el Imperio español, los hispanistas han negado lo innegable: que la colonización del continente de Abya Yala fue un hecho que no sólo esclavizó y asesinó a millones de personas durante más de tres siglos sino que dejó profundas secuelas en los supervivientes de los pueblos sometidos y en sus culturas. La llegada de los europeos supuso aplastar e invisibilizar civilizaciones, lenguas y creencias e imponer la idea en los territorios invadidos que la europea es la cultura superior por excelencia.

El próximo 12 de octubre se celebrará en España, como cada año, el Día de la Hispanidad, una exaltación nacionalista, de connotaciones fascistas, que exhibe con orgullo la construcción de una nación sobre el genocidio, el expolio, el saqueo y la esclavitud de los pueblos de Abya Ayala y de África. Los hispanistas han empezado pronto a exhibir sus banderas de la “civilización y el progreso” llevado a América por los españoles y hasta han publicado un panfleto quejumbroso, con dinero público, sobre la “hispanofobia” (redactado por la ONG seudo antirracista Movimiento contra la intolerancia, que dirige Esteban Ibarra) para denunciar lo que a sus ojos es un odio visceral hacia lo español por parte de los nuevos enemigos del mito hispanista: los independentistas catalanes, vascos y gallegos, los indigenistas y los inmigrantes y antirracistas que nos atrevemos a contravenir la historia triunfalista del imperio español y su glorioso legado.  

Colombiana radicada en Barcelona y enamorada de Catalunya. Comunicadora social, Investigadora, activista migrante, feminista y antirracista.  Miembro de Poder Migrante, una red de activistas y colectivos que trabaja por los derechos de las personas migrantes en España.  www.podermigrante.es

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