No sé si la historia se olvida o, simplemente, la obviamos. Pero lo único cierto es que pareciera que las sociedades no aprenden nada de los hechos del pasado. El gran Nietzsche hizo referencia al eterno retorno en un aparte de su ya clásico texto Así habló Zaratustra, en el que nos señala un tiempo que se repite infinitamente, de una naturaleza cíclica de las cosas en las que, como Sísifo condenado a subir una roca a la cima de un monte para luego hacerla rodar una y otra vez hasta el punto de partida, la humanidad estuviera también condenada a la repetición infinita de su propia historia.
Lo que vemos a diario en la prensa colombiana pareciera confirmar, así mismo,nuestro destino: atracos a mano armada, robos y un montón de muertos cada día por la negligencia de un gobierno atrapado en su propia egolatría y su profundo fracaso. La corrupción sigue siendo el lugar común, la directriz de los funcionarios de un Estado que navega al garete como un barco que perdió el timón en medio de la tormenta y que, ante el eminente desastre que se avecina, el capitán busca refugio en su camarote (en este caso viaja por el mundo con una comitiva de lambones hablando de paz mientras que el país que dirige arde en llamas). Duele en el alma ver tanta miseria en una tierra inmensamente rica en climas, en biodiversidad, en fuentes hídricas. Duele ver a cientos de niños morir anualmente de física hambre en distintas regiones del territorio nacional mientras que una ministra les regala a unos amigos la pendejada de 70 mil millones de pesos de un presupuesto destinado a llevar el internet a los más pobres del país, afectados por la peste que los confinó a las cuatro paredes de sus casas durante el último año y medio. Duele ver cómo colectivos de jóvenes estudiantes que protestaban en las últimas marchas nacionales, pidiéndole al gobierno que retirara del Congreso la reforma tributaria que afectaría el bolsillo de la clase media, caían abatidos por las balas de una institución policial cuya función era protegerlos.
No hay duda de que para los ricos de Colombia la pobreza es un gran negocio. Bastaría con saber que el 90% de los ingresos del país está en manos del 10% de la población. Menos de cuarenta familias y un promedio mayor a las cuarenta empresas, de acuerdo con un informe del politólogo y periodista Ariel Ávila. Que América Latina no solo sea la segunda región más desigual e inequitativa del planeta, sino también la más corrupta después del África subsahariana, según un informe de 2019 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), nos habla del interés y de la eficacia de las políticas gubernamentales para erradicar la pobreza extrema, el hambre, el desempleo y un sinnúmero de enfermedades que azota a las poblaciones más vulnerables de este trozo del continente.
Gabriela Ramos, exdirectora de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en declaraciones para BBC Mundo aseguró que para que un pobre supere la pobreza en nuestra región deberá esperar seis generaciones en Chile, nueve en Argentina, nueve en Brasil y once en Colombia, un promedio de 330 años. Y concluyó que este último es el país más desigual de la región por su alta concentración de ingresos en pocas manos.
Lo anterior se refleja en una informalidad laborar que supera el 60%, un porcentaje altísimo de personas que pasa hambre (6 de cada 10 colombianos consume una sola comida al día), más de 200 mil estudiantes que abandonan cada año las aulas para dedicarse a labores remuneradas (solo en el 2020 la deserción, según el Ministerio de Educación, estuvo por encima de 230 mil) y una cifra desorbitante, que supera el 47% de los estudiantes universitarios de todo el país, se ve en la obligación de abandonar su formación académica por problemas económicos, asegura la Asociación Colombina de Universidades (ASCÚN).
En un país desquiciado, superficial y violento, donde poco importa cuánto sabes, pero sí a quién conoces, una frase de estética visual nos dice “que la gente es pobre porque quiere”. “Hay que reinventarse”, se escucha decir a los altos funcionarios de un gobierno con el sol a las espaldas y lo replican los youtubers amigos en las redes y los periodistas a su servicio. “Hay que ser emprendedor”, nos martillean los mensajes de superación personal de aquellos que a punta de préstamos y deudas con los bancos montaron un negocito en la esquina de la cuadra del barrio. En realidad, son frases prefabricadas, lugares comunes, eufemismos que buscan esconder la basura debajo de la alfombra. Nadie es pobre porque quiere. Nadie escoge a sus padres ni su condición social. Joseph Stiglitz señalaba hace unos años que «un alto nivel de desigualdad económica creaba sistemas políticos que ayudaban a perpetuar esa economía». En realidad, poco importaba si un niño inteligente nacía en una comunidad pobre porque sus posibilidades de salir de la pobreza eran muy bajas. Lo mismo pasaba si el niño poco inteligente nacía en una comunica rica: sus posibilidades de llegar a la pobreza eran casi nulas. De manera que el asunto nada tiene que ver con el “emprendimiento” ni la “reinvención”, sino con los sistemas económicos.