Si no hay sorpresas o chanchullos el Pacto Histórico es la alianza política llamada a ganar las elecciones parlamentarias del 13 de marzo y las posteriores elecciones presidenciales en Colombia. Hay razones de peso para explicar este fenómeno, pero también amenazas que, cada día, acechan con fuerza. Miremos algunas de ellas.
Un proyecto de sociedad, no de gobierno
Varios fenómenos han golpeado al país en muy corto tiempo, produciendo una suerte de terapia de choque en el pensamiento y el debate político contemporáneo. El Pacto Histórico es quien mejor representa esos cambios, mejor: es la alianza que está en superlativa posición para incorporarlos.
El proceso de paz y su posterior acuerdo, a pesar de la no implementación, abrieron una ventana de tiempo por la que entraron nuevos aires que refrescaron el pensamiento político de la ciudadanía. Se vivió una repolitización de la sociedad colombiana, se presentaron explicaciones alternativas a la situación del país, narrativas contrarias a las del establecimiento y se vivió el surgimiento de nuevas voces, nuevos temas y nuevos liderazgos. Se actualizaron las agendas políticas.
La no implementación de los acuerdos de paz y el desgobierno de Iván Duque dejaron al descubierto las verdaderas razones de la violencia, la pobreza y la exclusión. El deterioro de la seguridad en las zonas rurales, el aumento del narcotráfico, el surgimiento acelerado de nuevos grupos criminales, la desprotección de las áreas estratégicas de reserva natural, la mayor concentración de la riqueza, el acaparamiento de tierras, los crímenes de las fuerzas militares y policía y todas las conspicuas y centenarias lacras de la realidad nacional nada tenían que ver con una supuesta “amenaza terrorista”. Los verdaderos culpables han quedado al descubierto.
El desastroso manejo de la pandemia y el paro nacional impactaron a los colombianos. El estallido social ocurrido en 2021 no tiene precedentes en la historia reciente del país. La gente se encontró en la calle, y la violencia y el terrorismo de Estado quedaron en evidencia. Las sinergias que se liberaron en ese encuentro ciudadano empiezan a dar frutos, los resultados del paro comienzan a verse y cubren a toda al ciudadanía.
Loa acontecimientos impactaron en la sociedad colombiana, pero sobre todo en los jóvenes, coincidieron con una asombrosa revolución tecnológica y de las comunicaciones, con un cambio en la forma de vida y del trabajo y una profundo trance cultural en Occidente, agravado por la crisis climatica. Esto desencadenó un cambio profundo de prioridades y mentalidades, que afecta irremediablemente a la política, tanto en sus contenidos como en sus formas, y Colombia no escapa a ello, todo lo contrario, su adversa realidad complejiza este proceso de transformación.
De todas las alianzas electorales, el Pacto Histórico es la que mejor representa al nuevo país. El país cambió y sigue cambiando. No es un asunto retórico, de voluntades políticas o de programas escritos a las carreras. Es un tema profundo, de realidades concretas, de trayectorias, de acumulados, de consecuencia con la historia y de entendimiento del momento actual del país, del planeta y la humanidad. Lo que está sembrando el Pacto Histórico es un nuevo proyecto de sociedad que supera incluso a la izquierda ortodoxa, tan tradicionalista -y a veces tan corrupta y violenta- como a la propia derecha colombiana.
Cara de pueblo
El Pacto Histórico crece porque es la única alianza que se parece al país real. Las otras “ofertas”electorales están compuestas solo por candidatos varones, blancos, de más de 40 años, políticos al uso provenientes de las capas privilegiadas.
Los candidatos y candidatas presidenciales del Pacto Histórico tienen, en cambio, pinta de calle. Juntos son una mezcla de la Colombia del común, vienen de diferentes partes del país, son indígenas, afros y mestizos. Hay candidatos cristianos y hay candidatos ateos. Hay políticos de mucho recorrido, exguerrilleros y aprendices entusiastas, así como luchadoras sociales que no se achican y dan la talla en todos los debates, con propuestas claras y contundentes. Son los únicos que no le deben nada a nadie, que no aceptan dinero de los grandes empresarios para financiar sus campañas y que no tienen escándalos de corrupción encima. La presencia de Francia Márquez en los principales escenarios del país, encarnando en cada palabra la autoridad ancestral heredada de incontables generaciones de luchadoras populares, es en sí mismo un hecho reparador para la política colombiana y para muchos de sus ciudadanos.
Esta exitosa alianza, que ha logrado meterle pueblo a la política, irrumpe en medio de la crisis de los partidos políticos, que es en un fenómeno global. Tanto en su forma como en su contenido está siendo consecuente con el cambio que predica y cumple con algunos de los elementos claves de la política electoral contemporánea. Mientras que los nostálgicos del establecimiento claman por la resurrección de los partidos, el Pacto Histórico parece haber aprovechado de la mejor manera posible las reglas de juego.
Plomo y fraude
Lo único que puede detener el triunfo del Pacto Histórico en las elecciones parlamentarias y presidenciales de Colombia es una bala o un gigantesco fraude electoral. Plomo y corrupción es lo que sobra en ese país. Ambos planes ya están en marcha pero cualquiera de estas dos salidas incendiaran a Colombia.
Solo una clara señal de los Estados Unidos puede detener la locura del sector más violento, corrupto e inescrupuloso del establecimiento colombiano, tal como sucedió en Honduras. Allí, los gringos apoyan a un gobierno abiertamente socialista y el expresidente Juan Orlando Hernández, émulo de Álvaro Uribe y otrora aliado incondicional de la Casa Blanca, está en prisión mientras espera ser llevado a juicio por corrupción y narcotráfico dentro de su país. La extradición hacía los Estados Unidos, donde deberá responder por narcotráfico, está en curso.
En Honduras, una élite corrupta mantenía el poder en alianza con los militares y narcotraficantes, luego del golpe de Estado del 2009. Los paralelos y conexiones con Colombia son tantos que el propio expresidente Álvaro Uribe era considerado guía ideológico de ese tenebroso pacto de poder y las fuerzas militares colombianas madrinas de las hondureñas. Un partido, LIBRE, nació y fue constituyéndose como la gran juntanza de todos los sectores sociales y políticos movilizados contra la dictadura. Dos veces les robaron las elecciones mediante artimañas y muchos de sus dirigentes fueron asesinados y encarcelados, mientras que otros abandonaron el país para no morir asesinados por la alianza narcocorrupta. Para las elecciones del 2021 era inocultable el desbordado apoyo popular a la candidata socialista Xiomara Castro. Gracias al guiño norteamericano, no solo se llevaron a cabo y respetaron el resultado de las elecciones, sino que además se pudo asegurar la transición pacífica del poder. Para los gringos representaba, entre otras cosas, poner un tapón en la fuente de las caravanas de migrantes que han azotado su frontera sur durante una década. Se juntaron intereses.
A Gustavo Petro y todo su combo, así como a los que defienden la democracia en Colombia, se les esta haciendo tarde para lograr el mismo guiño protector del gobierno de los Estados Unidos. El tiempo corre y se trata de las vidas de los candidatos y del futuro del país. Ese gesto es la única real garantía para no morir a manos del gangsterismo que tanto daño le hace a Colombia.