Después de conocerse esta semana el ganador del Premio Planeta 2021 o, mejor dicho, la ganadora, que en realidad eran tres tíos que escribían juntos bajo el seudónimo femenino de Carmen Mola, el sector rancio del machismo más recalcitrante, tanto de España como de los países de habla hispana, ha salido a las redes a celebrar esa “victoria” en contra de las “feminazis” que, a su juicio, han sido vencidas en una contienda que, según ellos, ha demostrado que ningún feminismo le quitará a los hombres el “lugar que les corresponde dentro de la cultura”, y del mundo en general.
No pretendo en esta columna hablar de la estafa que supone el Premio Planeta para los escritores que se postulan esperando ganarlo, siendo de todos conocido que los ganadores son siempre escritores “invitados” a participar y que suelen ya publicar para la editorial Planeta o alguna de las editoriales de su grupo empresarial. Tampoco quiero hablar de la estrategia de marketing que hubo detrás de la elección de una obra escrita por tres hombres con seudónimo femenino, que además supuso darle un golpe a la editorial Random House Mondadori que venía publicando a Carmen Mola; mucho menos quiero sugerir con mi escrito que detrás del mencionado premio haya una clara intención de atacar al movimiento feminista español, aunque esta sea el efecto causado.
De lo que quiero hablar es de la responsabilidad de las empresas culturales, de entretenimiento y similares a la hora de seguir la voluntad popular de los haters, esa masa informe que repta por los redes sociales y por los foros de internet, y que pide a gritos que se retire a un actor de un papel por su origen étnico, se suspenda una serie por sus alusiones feministas, se haga boicot a un juego de ordenador por ser escrito por una mujer, o, como en este caso, se vitoree un premio que se entrega a tres hombres y que a su juicio demuestra que “hoy en día los hombres se ven obligados a usar un pseudónimo femenino por culpa de la dictadura feminista”, como afirma un usuario en una red social.
Haters y la cultura de la cancelación
¿Qué es un hater? En internet existe algo que se conoce como el fenómeno troll (castellanizado trol), que es como se definen las prácticas asociadas a sabotear y provocar a otros a través de mensajes en redes sociales, comentarios de blog, salas de chat, etc., aprovechando la condición de anonimato que nos brinda internet. El fenómeno troll nace y se desarrolla en los años 90 en repositorios de archivos temporales que se convirtieron en foros y que llegaron a ser muy conocidos como 4Chan (hoy cerrado), 8Chan, Reddit, entre otros. Allí, las bromas subidas de tono pasaron a convertirse en acoso y bullying, hasta tal punto que se registraron casos de suicidio entre sus usuarios.
Los haters surgen dentro de esta cultura troll (incluso hay quien no hace distinción entre un troll y un hater) y se vertebran en manadas de acosadores dedicadas a escupir su odio por doquier y en el último tiempo a imponer lo que se ha llamado la “cultura de la cancelación”, que es el ánimo de anular cualquier vestigio, registro, aparición, etcétera, de una persona que ha contravenido algún mito social “intocable”. Los egipcios y los romanos ya llevaban a cabo una cultura de la cancelación, el llamad Damnatio memoriae que consistía en borrar cualquier registro, imagen, referencias, inscripciones (incluso de sus propias lápidas) de personas que dichos imperios consideraban enemigos.
En este punto es clave distinguir entre las denuncias públicas de hechos como el acoso sexual, tal como sucedió con el movimiento #Metoo, que se presenta como un movimiento que anima a las mujeres acosadas a contar lo sucedido en internet para “desnormalizarlo”, y que logró que por fin se judicializara a Harvey Weinstein, uno de los mayores depredadores sexuales de Hollywood; de la cultura de la cancelación movilizada por los haters, o por los llamados fans tóxicos de determinados productos de entretenimiento, que han terminado creando una atmósfera irrespirable que no solo llena la red de mensajes cargados de odio, sino que han supuesto para muchas personas la pérdida de sus empleos, de sus carreras profesionales y de su salud mental.
Uno de los casos más sonados de Hollywood ha sido el de la película Ghostbusters: Answer the Call (2016), que fue objeto de acoso y llamado a ser boicoteada a cuenta de que su elenco era exclusivamente femenino. No importó que el propio Dan Aykroyd, guionista y protagonista de la primera película de los Cazafantasmas mostrara su apoyo público a esta versión, lo importante parecía ser la opinión misógina y racista de los que se hacen llamar fans. Un ejemplo claro de lo que consiguió este ciberacoso fue el hecho de que la actriz afroamericana Leslie Jones, que interpreta a una de las cazafantasmas, se viera obligada a cerrar todas sus redes sociales después de que su web fuera hackeada, sus datos personales fueran publicados en la red y se la pusiera en el punto de mira del sitio web Breithbart de supremacistas blancos.
Disney dice sí a sus fans racistas
Star Wars es una saga de películas y series estadounidense tan exitosa y conocida a nivel mundial que hasta quienes no han visto ni uno solo de sus productos audiovisuales saben de qué estamos hablando. Nace como una fórmula cinematográfica que prometía continuidad en el tiempo y así fue. Hoy, después de su nacimiento en el año 1977, con la película Star Wars Una nueva esperanza, se han hecho 13 películas y media docena de series.
Una característica muy particular de Star Wars son sus fieles seguidores, que desde los años 70 hasta hoy siguen pendientes de cada estreno de la saga tanto en el cine como en la televisión y últimamente en las plataformas de streaming. Por supuesto, esta fanaticada tiene también su lugar en internet, donde es usual encontrar páginas, foros, influencers y más dedicados exclusivamente a hablar de este ícono de la cultura pop.
¿Y en dónde entronca el fenómeno de los fans de Star Wars con los haters? Pues en el hecho de que alrededor de las últimas producciones de Star Wars, ahora de propiedad de Disney, se han levantado sendas polémicas entre los fans más tóxicos por introducir nuevos personajes femeninos en reemplazo de los masculinos, por impulsar la diversidad étnica, y hasta por evidenciar relaciones homosexuales. La excusa que se utiliza para justificar los comentarios misóginos, racistas y homófobos en contra de los personajes es que “no se respeta el espíritu” de la saga original (70 y 80), y lo que es una realidad es que aquellas películas son el reflejo del cine y de la sociedad de los años 70, en los que la representatividad de las minorías de USA no era proporcional a su población.
La respuesta de Disney frente al odio escupido por los haters hacia el reconocimiento de la diversidad no es como uno de sus cuentos de hadas, donde el bien triunfa sobre el mal, sino la cruda confirmación de que una empresa buscará sus beneficios por encima de todo, incluso del ciberacoso, del bullying y del derribo de personas. Este ha sido el caso de los actores John Boyega y Kelly Marie Tran (él afro, ella asiática) que hicieron parte del reparto de la saga que arrancó en 2015 con la película El despertar de la fuerza. Tuvo tanto eco el ciberacoso de los fans tóxicos no solo a los dos actores sino a las películas, que Disney terminó cediendo a sus caprichos racistas y decidió disminuir, hasta desaparecer, la presencia de esos dos personajes en la saga.
La responsabilidad social empresarial vs las ganancias que dejan los haters
El caso de Disney no es aislado, son muchas las empresas de la industria del entretenimiento que ceden ante las presiones de los fans tóxicos: retiran personajes de series y películas por representar la diversidad sexual o étnica, callan frente al ciberacoso a actores y actrices, no rechazan públicamente las actitudes misóginas, racistas, xenófobas u homofóbicas de sus fans, cancelan contratos para contentarlos y mucho más. De esta forma la cultura de la cancelación promovida por estos trolls termina respaldada por empresas que no sólo están más preocupadas por sus ganancias que por la ética, sino que muchas veces comparten valores y formas de pensar con esos fans.
Retomando el caso del Premio Planeta de este año, está claro que la elección de los tres premiados no responde a ninguna campaña de fans tóxicos, sino más bien a una estrategia de marketing de la empresa. Sin embargo, una vez conocido el fallo, las hordas machistas, muy activas en Forocoches (la versión española del 4Chan), no se han hecho esperar y han salido a celebrar este premio como un triunfo y han vertido en la red todo tipo de improperios e insultos contra las mujeres y asociaciones feministas que discrepaban de la adjudicación del galardón. El caso más grave de ciberacoso en relación a este tema lo ha sufrido la librería madrileña Mujeres y Compañía, especializada en la venta de obras creadas por mujeres, que retiró los ejemplares de la novela ganadora y por ello lleva recibiendo amenazas e insultos desde entonces. Frente a esto Planeta, por supuesto, no ha dicho ni dirá ni mu.
Para la mayoría de nosotros está claro que el mundo ha cambiado, que las minorías y los grupos humanos discriminados ya no se ocultan y que han encontrado en la industria del entretenimiento (cine, streaming, cómic, video juegos, literatura, etc.) y en Internet un lugar para posicionar sus reivindicaciones históricas, pero ni los fans anclados en los productos de entretenimiento del siglo pasado, que no reflejaban la diversidad étnica, de género, sexual, etcétera, ni las propias empresas de entretenimiento (hoy muchas de ellas enfrentadas a graves escándalos de acoso y abuso sexual) están preparadas para aceptar esas reivindicaciones.
Es el momento en que las empresas, mirando hacia su propio futuro, decidan si optan por un puñado de fan tóxicos, que disminuyen a medida en que la presión social los arrincona, o si aceptan que, de esa diversidad, de la que reniegan los trolls, hacemos parte la mayoría de la población.