La violencia contra las mujeres está inextricablemente ligada a todos los actos de violencia de esta sociedad que ocurren entre los poderosos y los impotentes. Es la idea de la jerarquía social del patriarcado capitalista, supremacista y blanco la que está en la raíz e incita al uso de la fuerza abusiva para conservar la dominación de los hombres sobre las mujeres.
En el mundo precapitalista se inició la guerra contra las mujeres, en la cual el patriarcado permitía a todos los hombres gobernar por completo a las mujeres de su familia; ellas no tenían ninguna posibilidad de tomar sus propias decisiones o decidir su futuro. Esta caza de brujas produjo la muerte de cientos de miles de mujeres durante los siglos XVI y XVII y fue esencial para el desarrollo del capitalismo ya que permitió la acumulación de una fuerza de trabajo masiva con la imposición de una disciplina de trabajo más rígida.
Silvia Federici explica que a las mujeres se les denominaba brujas en ese tiempo para perseguirlas, callarlas, amenazarlas, señalarlas y confinarlas al trabajo doméstico no remunerado y legitimar que estuvieran al servicio de los hombres a través del abuso sexual, las torturas y ejecuciones públicas. De esta forma se instauró un orden específicamente capitalista y patriarcal que se ha perpetuado hasta la actualidad, con algunos reajustes que obedecen solo a las necesidades cambiantes del mercado laboral y como respuesta a los procesos de resistencia de las mujeres.
A través de la posibilidad que siempre tuvieron los hombres de acceder a la educación y a trabajos remunerados, se les otorgó el poder de supervisar el trabajo gratuito de las mujeres en la casa y utilizarlas como sirvientas. La violencia contra las mujeres en el hogar se normalizó, no se consideraba un delito, y ha sido tolerada históricamente por tribunales y la policía como una respuesta legítima al incumplimiento de las obligaciones impuestas por los hombres de la familia.
La normalización de la violencia contra las mujeres adquirió una dimensión estructural en nuestra sociedad, en las relaciones de familia y de género y, aunque el movimiento feminista crece y se hace fuerte en la conquista de derechos y espacios poniendo esta lucha en primer lugar, la realidad es que los datos de feminicidios en todo el mundo siguen aumentando. La violencia se ha vuelto pública y brutal adoptando formas que solo se veían en tiempos de guerra, como es el caso de las mujeres que son expulsadas violentamente de sus territorios obligándolas a migrar en un estado de máxima precariedad y vulnerabilidad.
La violación, el secuestro y asesinatos de mujeres son una realidad cotidiana en América Latina que no tiene ninguna repercusión en los medios de comunicación, pero sí un efecto devastador en nuestras sociedades, ya que son las mujeres quienes se ocupan del cuidado de los hijos e hijas, y de la tierra. Esta escalada de violencia específicamente contra las mujeres en los territorios se debe al proceso de recolonización política que otorga a los poderes económicos el control incuestionable de la riqueza natural, y solo es posible atacando a las mujeres que son las responsables de la reproducción de sus comunidades. Esto tiene sentido cuando vemos que es la violencia contra las mujeres es mucho más intensa en las zonas de mayores recursos naturales en el mundo.
Los ataques contra las mujeres son tan brutales y crueles que parecen no tener una utilidad práctica, pero tienen todo el sentido. Suelen ser los grupos paramilitares quienes realizan la tarea de presión de desplazamiento y migración en los territorios a través del cuerpo de las mujeres con asesinatos, torturas y violaciones con nacimientos de hijos no deseados, instaurando de esta forma la pedagogía del terror en las comunidades y obligándolas al desplazamiento. Esta es la otra cara de las instituciones financieras que no vemos en las noticias y que fortalecen las dinámicas neocoloniales en las cuales las grandes corporaciones entran a operar en los territorios abandonados para extraer los recursos naturales.
La consolidación de este modelo económico y social se establece con violencia, afectando directamente a las mujeres y originando una feminización de la supervivencia que se ve especialmente en las migrantes. La necesidad de migrar para sostener a sus familias, huir de la pobreza y buscar nuevas oportunidades choca de frente con el muro de las políticas de seguridad y lucha contra la migración del Norte global.
El continuo y creciente endurecimiento de leyes y políticas de migración en Estados Unidos y Europa aumentó la violencia sobre el cuerpo de las mujeres en el tránsito y en llegada, a través de la consolidación de redes de tráfico y trata con fines de explotación sexual, cuando nos quedamos sin derechos mientras logramos definir nuestro estatus legal. Nos enfrentamos a la violencia estructural cotidiana con el acoso, controles de identificación racistas, detenciones, políticas de expulsión o repatriación, centros de internamiento para inmigrantes, criminalización y sin acceso a trabajos dignos.
La esclavitud de este siglo tiene nombre de mujer y es migrante, ya que ocupan los sectores laborales más precarios como las trabajadoras del hogar internas, las temporeras o las porteadoras, donde se ven expuestas a trabajos muy precarizados, sin ninguna protección social, con prácticas laborales abusivas y de explotación, sin descanso ni vida privada, expuestas al chantaje psicológico, agresiones verbales, intimidatorias, físicas y muchas veces sexuales por ser migrantes y, generalmente, carecer de papeles, sin ninguna posibilidad de denunciar estas situaciones porque la ley da prioridad a la expulsión del país antes que la protección de la vida. Cuando una mujer migrante hace una denuncia por abuso laboral o sexual ante la policía, se expone a que la encierren en un Centro de Internamiento para Extranjeros y sea deportada.
Emocional y psicológicamente existe una violencia sutil constante. Estar lejos de la familia y la dificultad de establecer vínculos sociales y de amistad disminuye la autoestima y opera negativamente en la construcción de identidad femenina como cuidadoras, generando culpas y malestares de género que acaban repercutiendo en la salud física y emocional.
Frente a todo este espiral histórico de violencia sobre las mujeres, nuestra sobrevivencia tiene explicación en diversas estrategias de supervivencia que van desde la autodefensa, el autocuidado y la autoorganización, la creación de redes de apoyo mutuo, la participación en espacios de articulación y alianzas con otras mujeres. En España las mujeres migrantes nos organizamos y nos encontramos en la lucha y la resistencia, denunciando las políticas migratorias racistas, las fronteras que violan derechos y los poderes económicos que explotan nuestros cuerpos y nuestros territorios, en una apuesta por la defensa de la vida, el amor y la paz.
Los cuerpos en resistencia de todas las mujeres son la muestra de valentía y acción política que cuestiona con el proceso migratorio el modelo político, social, económico y cultural de nuestro país e interpela el Norte global y al modelo económico neoliberal señalando como responsable de las causas de salida de nuestros territorios, de las políticas de muerte instauradas en las fronteras, las políticas de discriminación y expulsión.
Somos mujeres en resistencia y seguimos en pie de lucha porque nos queremos vivas, libres y combativas. Sin las mujeres no es posible la vida, si nos matan, asesinan la esperanza.