El pandémico siglo XXI ha comenzado con la bancarrota de las utopías. Hemos perdido la capacidad de imaginar un futuro mejor, es la gran derrota de la modernidad.
Agravamiento de la crisis ecológica global, temperaturas extremas, cambios irreversibles. Menos democracia, menos libertades, menos derechos, regímenes cada vez más autoritarios. Un capitalismo cada vez más salvaje, con mayor concentración de riqueza y poder en muy pocas manos, el neofeudalismo digital del que habla Yanis Varoufakis. Avances tecnológicos que no benefician a la vida, pero sirven para cumplir los sueños de infancia de los archimillonarios y para controlar y vigilar ciudadanos. En eso se resume la visión de futuro político, económico y social que empieza a predominar. Hagan la encuesta con sus familiares, con amigos, con gente en la calle.
Miedo y ansiedad. Eso es lo que produce el lento paso de este tiempo cada vez más líquido en el que nos deslizamos hacia la distopía. Miedo y ansiedad funcional al capitalismo neoliberal, que aprovecha mejor que nadie el actual malestar cultural. Como dice Layla Martínez, si solo alcanzamos a imaginar un futuro peor, el presente se hace admisible, cunde el inmovilismo y el sálvese quien pueda. Es lo que se ve en la rabia de los jóvenes que marchan en Barcelona o en Ámsterdam y en el hedonismo autodestructivo de las redes sociales. Pero el peor drama es que las izquierdas no generan una nueva alternativa, a pesar del evidente fracaso del capitalismo y su consecuente crisis ecológica. Es lo que Manolo Monereo llama «el hundimiento político-moral de las izquierdas”. Mientras tanto la ultraderecha avanza y lanza una de sus mayores apuestas históricas: la Iberoesfera.
«Iberoesfera» es el término con el que la extrema derecha, representante de la mayor herencia autoritaria del siglo XX, quiere resignificar el espacio compuesto de América Latina y la península ibérica. Al mejor estilo de los conquistadores, quieren renombrarnos para darnos un lugar en el mundo -como si no lo tuviéramos-, definiéndonos desde su proyecto neocolonial al que le son serviles las más abyectas élites locales en casi todos los países de Abya Yala. Por eso no es coincidencia que dicho programa de reconquista sea proclamado en la “Carta de Madrid”, un bando leído desde la metrópoli y al que han adherido figuras centrales de la ultraderecha criolla, como José Antonio Kast, quien acaba de ganar la primera vuelta presidencial en Chile. Al frente de ellos se encuentra VOX y su líder, Santiago Abascal, encargado de la coordinación con los otros componentes europeos del proyecto como Zemmour en Francia, Orbán en Hungría, Duda en Polonia, Salvini en Italia.
Ellos, en su mayoría hombres blancos, componen un Frankenstein de integristas católicos y evangélicos, neoconservadores, populistas de derecha y nostálgicos de dictaduras militares. Están tan bien organizados que ya han creado un servicio informativo propio para la Iberoesfera. Es natural, siempre la derecha radical ha tenido los medios para acceder y usar tempranamente las nuevas herramientas tecnológicas. Hitler fue el primer candidato a jefe de Estado en incorporar el avión como medio de campaña, entre otras grandes innovaciones de su tiempo. Hoy, a través del uso de las redes sociales, acceden a los datos de los ciudadanos para manipularlos en las elecciones. Es una de las características de esta Extrema Derecha 2.0, como la llama el profesor Steven Forti. Constituyen algo nuevo y radicalmente distinto. Aunque hay elementos de continuidad con la vieja extrema derecha se hace necesario entender a profundidad esta amenaza real a las democracias liberales.
“Santiago!” era lo último que escuchaban los indígenas antes de ser traspasados por el metal de los “conquistadores” españoles. Fue el grito de batalla con el que expulsaron a los moros de la península ibérica y fue su grito de batalla para avasallar el nuevo continente. Es un Santiago, el de VOX, el que hoy lanza un nuevo grito de reconquista al que acuden serviles los apátridas arrodillados de la extrema derecha latinoamericana. Afortunadamente en América Latina se respiran vientos de resistencia. Las calles que fueron tomadas por millones de manifestantes, antes y durante la pandemia, se transforman en mayorías electorales que alcanzan una nueva constitución en Chile, que expulsan del poder a la alianza de militares, narcotráfico y corrupción en Honduras, que doblegan democráticamente el golpe militar en Bolivia, que resisten al FMI en Argentina y que prometen cambios en Colombia. Hemos pasado por muchos dolores como para permitir una reconquista.
A pesar de que esta extrema derecha iberoamericana 2.0 se promociona como algo innovador, su “Carta de Madrid” está escrita en clave de guerra fría. Según ellos, un renovado y poderoso eje comunista es el responsable de la catástrofe actual y la principal amenaza contra la democracia. Nada más alejado de la realidad, pero los últimos años nos han mostrado que un discurso tan descabellado como este puede conseguir muchos seguidores. Por eso debemos leer mejor el momento, entender mejor la nueva fase del capital y entender a la nueva extrema derecha. Esa es la tarea, sin ortodoxias. De eso depende la construcción de la utopía contemporánea.
Precisamente, para entender mejor lo que hay detrás de la Carta de Madrid y lo que se proponen con la Iberoesfera, le hemos pedido a colaboradores desde España, Uruguay, Chile, Brasil, Ecuador, Colombia y Costa Rica que nos cuenten cómo se manifiesta la extrema derecha. Es un tema que debemos seguir de cerca, Comején.