Lo que pocos analistas creían que iba a pasar finalmente ocurrió: en la madrugada del 24 de febrero de 2022, Rusia lanzó un ataque a gran escala contra Ucrania. Aunque el recrudecimiento del conflicto iniciado en 2014 era evidente y se esperaban posibles choques militares entres las tropas de ambos países, pocos imaginaban que estos se extendieran más allá de la región del Donbás formada por las repúblicas independentistas de Donetsk y de Lugansk al oriente del país. No fue así. Al finalizar la intervención de Putin, 4:30 hora local, los misiles del ejército ruso empezaron a impactar blancos en ciudades como Kiev, Járkov, Odessa, Dnipro y Mariupol, a la par que columnas blindadas y unidades de tropas especiales de infantería cruzaban líneas fronterizas desde Crimea con destino a Jerson y Mariupol, desde Rostov del Don hacia el Donbas, desde Belgorod hacia Járkov y desde Gomel (Bielorrusia), Briansk y Kursk hacia Kiev.
Rápido, los medios occidentales se inundaron de titulares respecto al “inicio de la guerra”. A decir verdad, este conflicto en el plano militar empezó en el año 2014. En dicha fecha, el presidente legítimo de Ucrania Víktor Yanukóvich fue derrocado por un movimiento que, aunque heterogéneo, era encabezado principalmente por líderes prooccidentales. Estos eran movidos por un fuerte sentimiento antirruso y por el deseo de que el país entrase a hacer parte de la OTAN e iniciase un proceso de incorporación a la Unión Europea. El acercamiento del entonces presidente Yanukóvich y la negativa a firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea fue la excusa para que se convocaran manifestaciones multitudinarias que llevaron a su derrocamiento. En tales manifestaciones, movimientos ultranacionalistas y milicias neonazis jugaron un papel esencial, aunque valga decir, quien ocupó el poder finalmente fue Petró Poroshenko, uno de los oligarcas que hizo su fortuna a partir de la apropiación de la riqueza de los trabajadores tras el fin de la Unión Soviética. El derrocado Yanukóvich también pertenecía a esa nueva oligarquía, pero a diferencia del nuevo mandatario, sus vínculos económicos no los tenía con Occidente sino con Moscú.
Durante el caos que se formó tras la caída de Yanukovich, a la par que la parte occidental de Ucrania celebraba, en el oriente del país muchos temían a la represión que se podría generar en las zonas ruso parlantes. Ese temor no era infundado, ya que el movimiento del Maidan que lideró las protestas, en el plano callejero tenía como fuerzas de choque a grupos ultranacionalistas que, con símbolos neonazis y glorificación a colaboradores de Hitler como Stepan Bandera. Para estos grupos ser ucraniano es hablar en ucraniano, renegar del pasado soviético, practicar el anticomunismo y ser antirrusos. Tales grupos de ultraderecha quemaron vivas a 43 personas en Odessa que defendían su cultura y lengua materna rusa.
En ese momento comenzó el conflicto. Crimea se declaró “independiente” y un par de semanas después se unió a Rusia. Crimea había pertenecido a Rusia hasta 1954 cuando el máximo líder de la URSS, el ucraniano Nikita Kruschov, decidió hacerla parte de Ucrania. En aquel momento la cesión se vio como gesto de amistad puesto que Ucrania y Rusia hacían parte del mismo país. La vuelta de Crimea a Rusia en 2014 acarreó duras sanciones internacionales contra Moscú, a la par que sirvió como excusa para que una parte de la sociedad ucraniana se acercara más a Occidente. Por esas mismas fechas inicia la guerra en Donbás, donde las milicias locales con apoyo ruso declararon la independencia de la región, temerosas de los grupos de ultraderecha que tomaron el poder en Kiev. De inmediato, grupos paramilitares de extrema derecha y tropas regulares son movilizadas para retomar la zona, iniciando un conflicto armado que dura hasta la fecha.
La afectación a la población ruso-parlante en Donbás fue una de las razones que esgrimió Putin para justificar las operaciones rusas en Ucrania. Las otras, impedir que dicho país se una a la OTAN y a la Unión Europea, su desmilitarización y su desnazificación.
En cuanto al primer propósito -proteger a la población ruso-parlante ucraniana en especial en el Donbas-, para alguien nacido en América puede ser difícil de entender. Para un americano el concepto de nación está circunscrito a la de Estado, de tal manera que todo el nacido dentro de las fronteras Colombianas, por ejemplo, suele ser considerado colombiano independientemente de las diferencias culturales, étnicas, religiosas e históricas. Esto ocurre porque en nuestro Continente, la nación es una creación del Estado. En Europa no pasa eso, el Estado suele ser una creación de la Nación y se pertenece a la misma nación cuando existe cierta homogeneidad étnica, religiosa, histórica y sobre todo lingüística, sin importar las fronteras dentro de las cuales se haya nacido o vivido.
Aunque miles de personas y sus ancestros hayan nacido y vivido toda la vida en lo que desde 1991 es Ucrania y tengan pasaporte ucraniano, por el hecho de hablar ruso y tener cultura rusa, tanto ellos como el resto de ucranianos son identificados como rusos a ambos lados de la frontera. Por esta razón un número alto de población ruso-parlante nacida en diferentes países que hicieron parte de la Unión Soviética es considerada rusa aunque ni ellos ni sus ancestros cercanos hayan pisado jamás suelo de dicho país. Esto explica por qué Rusia considera como un ataque al pueblo ruso los actos adelantados por las tropas Ucranianas contra los territorios rebeldes del oriente del país, pero también explica la postura que ha tenido de apoyo irrestricto a los separatistas ruso-parlantes de Transnistria en el conflicto con Moldavia, Ossetia y Abjasia en la liza con Georgia.
En el marco de la operación actual, lo que respecta a la protección de la población ruso-parlante del Donbás, el objetivo pareciera ya haberse alcanzado. En los primeros días de intervención la línea del frente se aleja cada vez más de las regiones que eran asediadas por las tropas ucranianas, y es posible que en poco tiempo todo el territorio independentista esté liberado e incluso, que sea incorporado a Rusia. No obstante, aunque esto se logre por la vía militar, a la larga, el propósito central de proteger a la población ruso-parlante no se va a alcanzar. Este propósito es complejo, ya que hay población que por su lengua es considerada rusa en las otras catorce ex repúblicas soviéticas. La propaganda occidental y las mismas circunstancias del ataque a Ucrania, ha despertado una ola antirrusa de la que difícilmente saldrá bien librada la población ruso-parlante no solo de Ucrania sino del resto de Europa Oriental.
Esto llevará a revivir tensiones étnicas en algunos casos, y en otros, a que los mismos ruso-parlantes terminen asimilándose a las etnias nacionales de los países en los que habitan. Es decir, el objetivo de “proteger a la población rusa” que en el fondo buscaba despertar simpatía de esta etnia dentro de Ucrania y las demás ex repúblicas soviéticas por el gobierno de Moscú, puede terminar con un efecto contrario. Esto ya se ha visto en ciudades mayoritariamente rusofonas, como Mariupol, Odessa o Járkov, donde se esperaban movilizaciones a favor de la causa rusa, pero hasta el momento eso no ha ocurrido. Si se tiene en cuenta el llamado de Putin a que los militares locales depusieran al Presidente de Ucrania, es probable que los rusos esperaran que con la intervención iniciara una guerra civil a nivel nacional en Ucrania o al menos que se produjeran deserciones masivas del ejército, principalmente de aquellos soldados conscriptos cuya lengua materna es el ruso, pero esto tampoco ha sucedido. Ni tampoco hay muestras de fisuras en las tropas locales ni de alzamientos que llevasen a una guerra civil más allá del Donbás. Por el contrario, pareciera en esta primera semana, que el ataque ruso, en vez de exacerbar las divisiones étnicas de Ucrania, está logrando el efecto contrario y cohesionando a su dividida población.
En cuanto al objetivo de impedir que Ucrania se adhiriese a la OTAN, cabe resaltar que esta es la principal motivación del ataque ruso, junto con impedir la expansión de la Unión Europea hacia el Oriente, dos procesos que suelen ir de la mano. En febrero de 1990 Gorbachov se reunión con James Baker, entonces Secretario de Estado estadounidense, quien le aseguró de manera verbal que una vez desapareciera el Pacto de Varsovia, la OTAN no se expandiría hacia el Este. Gorbachov y sus asesores no eran tontos para saber que una promesa verbal no tiene ningún valor jurídico desde la óptica del Derecho Internacional y por ende, su obligatoriedad es nula. Aún así, tanto Gorbachov como su sucesor Boris Yeltsin solo les importaba destruir a la URSS a cualquier costo, incluso, a costa de la futura seguridad de la región.
Cuando se liquidó el último vestigio de socialismo y fue desmembrada la URSS la nueva casta rusa empezó a preocuparse por la expansión de la alianza militar comandada por Estados Unidos. Fue entonces que se formuló la Doctrina Kosyrev, mediante la cual se proponía la integración europeísta de Rusia, como aliado del imperialismo de la Unión Europea, y se cuestionaba una posible expansión de la OTAN hacia la orbita de los estados ex soviéticos. Por su contenido, esa doctrina fue asimilada a la Doctrina Monroe a lo ruso, es decir: los países ex soviéticos para los rusos. Tales pretensiones adquirieron forma y solidez a finales de los años noventa, con la formulación de la Doctrina Primakov, la cual ya no mostraba a Rusia como un perrito faldero de Occidente, sino que planteaba la necesidad de volver al multipluralismo, donde Rusia debería retomar un papel importante e independiente en la esfera internacional, a partir del multipolarismo y de la explotación a su favor de los conflictos regionales. En ese orden de ideas la expansión de la OTAN y/o de la Unión Europea hacía el Este ya no se condicionaría a que Rusia hiciese parte de tales organizaciones, sino que se vería como un acto hostil a sus intereses.
A pesar de dicha doctrina, Rusia fue incapaz de oponerse a las expansiones que hizo la OTAN en 1999 sobre países del antiguo Pacto de Varsovia, como también fue incapaz de ejercer alguna acción para que no se incorporasen antiguos estados soviéticos en 2005. Sin embargo, la cosa fue distinta en 2008 con Georgia, la cual fue atacada cuando viró hacia Occidente. Igualmente, desde 2014 se tomaron acciones respecto a Ucrania: Crimea y Donbás. Aun así, esto no fue suficiente para disuadir la aproximación de dicho país tanto a la OTAN como a la Unión Europea.
Por esta razón, el ataque ruso a Ucrania se mostró como una formula para detener el expansionismo de la OTAN y de la Unión Europea en la orbita de influencia rusa. Los objetivos propuestos difícilmente se lograrán. Antes, por el contrario, países que habían sido reticentes a hacer parte del bloque militar atlantista como es Finlandia y Suecia, ahora parecen interesados en iniciar un proceso de adhesión al pacto. Con el ataque a Ucrania, la restricción de que países con disputas territoriales no puedan hacer parte de la OTAN seguramente se revisará. De ser así, a países como Georgia se les facilitará el camino para adherirse, y muy probablemente otros como Azerbaiyán también pueden plantearse la posibilidad de entrar a hacer parte o al menos de tener una colaboración más estrecha con la organización militar.
En el caso de Azerbaiyán, esa posibilidad es latente dada su estrecha alianza con Turquía -miembro de la OTAN desde los años 50’- y dado el respaldo de Rusia a Armenia en la disputa por Nagorno Karabaj. El objetivo buscado por Putin es difícil de lograr aunque alcanzase una victoria militar total. Incluso bajo esa posibilidad, se estaría ante un escenario en el cual un gobierno en el exilio haría todo el proceso de adhesión a la Unión Europea, por ejemplo, lo que llevaría a una situación compleja: un país comunitario invadido por Rusia. Tal circunstancia plantea un escenario del que difícilmente podrá encontrar salida el gobierno de Putin.
Aunque en estos primeros días de operaciones se ha logrado destruir importantes centros de mando, aviones, depósitos de armas y sistemas de defensa ucranianos, el propósito ruso de desmilitarizar a Ucrania será muy complejo. Incluso, si Ucrania no logra su membresía en la OTAN, eso no será un obstáculo para que reciba grandes cantidades de armamento de la Unión Europea y Estados Unidos. Muchos de estos países han mirado con recelo a Rusia y treinta años del más feroz capitalismo en la que fue la patria de Lenin no han podido borrar el sentimiento antirruso que se propagó durante la Guerra Fría.
El común de los ciudadanos de Europa Occidental, Estados Unidos y el resto de América, siguen asociando a Rusia con el comunismo a pesar de que Putin pertenezca a un partido de derecha conservadora y su principal opositor sea el Partido Comunista de la Federación Rusa. Putin es el heredero directo de Yeltsin, el individuo que destruyó a la URSS desde dentro. Aun así, el apoyo de Rusia o la neutralidad respecto a países que Estados Unidos considera enemigos, han llevado a que los gobiernos tanto del continente americano como del europeo, busquen desfogar el sentimiento antirruso ante cualquier oportunidad. Para estos países, esta guerra les cae como anillo al dedo. Países abiertamente antirrusos como los del Báltico o Polonia han sido los primeros en ofrecer armas a Ucrania. A renglón seguido lo hicieron la mayoría de países de la Unión Europea. Destaca el giro de Alemania que en teoría se negaba a exportar armamento a zonas de conflicto. Estados Unidos desde luego tiene un interés central en toda la situación.
Si Rusia lograra una victoria militar relámpago y consiga derrocar al gobierno ucraniano, el objetivo de la desmilitarizar a Ucrania estaría lejos. La táctica que empleará Occidente en tal circunstancia será la misma que utilizó Reagan en Afganistán para socavar el poderío de la URSS en los años 80’. Seguramente formarán combatientes equipados con armamento que pueda causarle el mayor daño posible a los ocupantes. Habían pasado pocas horas de la ocupación ordenada por Putin cuando Alemania anunciaba el envío de armamento antitanque y antiaéreo a Ucrania. Muchas de esas armas llegarán directamente a las milicias de civiles que se han conformado en diversas ciudades. Aunque el ejército regular acabe rindiéndose, el equipamiento entregado a los civiles causará daño y sobre todo, millonarias pérdidas económicas al equipo militar ruso.
En este escenario, un triunfo militar ruso a corto plazo no significará una victoria. A mediano y largo plazo, la ocupación solo generará pérdidas económicas y militares. Rusia ha sido atraída a una trampa de la cual sabe como entró, comió el cebo, pero difícilmente sabrá como escapar.
En cuanto al objetivo de “desnazificar a ucrania”, vale primero poner las cosas en contexto. No se puede negar que en el año 2014 el Euromaidan y las protestas contra Yanukóvich estuvieron protagonizadas en gran medida por grupos neonazis. Igualmente, sería tapar el sol con un dedo si se negara que algunos de esos grupos paramilitares como Sector Derecho o el infame Batallón Azov gozan de reconocimiento oficial. Tampoco se puede negar que ha existido, al menos en los últimos ocho años, una política oficial de glorificación de colaboradores de los Nazis durante la ocupación de la Unión Soviética, como el caso del terrorista Stephan Bandera, famoso por los crímenes que cometió al lado de las SS contra comunistas, polacos y judíos. La glorificación del criminal Bandera se oficializó desde el año 2010 cuando el oligarca presidente Viktor Yúschenko lo declaró “héroe de Ucrania” a pesar de la oposición del parlamento de la Unión Europea, Polonia y Rusia. Aunque Yanukovich revocó luego esa decisión, fue rehabilitado a partir de 2014. Igualmente, el régimen surgido tras el golpe de Estado de 2014, para complacer a los grupos neonazis tomó la decisión de ilegalizar al Partido Comunista, a la par que prohibir por completo la simbología soviética, asociándola al comunismo. Los gobernantes de Ucrania siguen glorificando rasgos del nazismo y trasladando su simbología entre los grupos paramilitares que actúan en la guerra contra el Donbás.
Aun así, considerar que el gobierno ucraniano es “nazi” o “fascista” es abusar de estos términos, circunstancia que por desgracia, se ha vuelto común en estos tiempos. El gobierno ucraniano no es nazi ni fascista. Es un gobierno de derecha, neoliberal, antirruso y pro estadounidense. Lo “nazi” o lo “fascista” no se puede endilgar a un jefe de gobierno solo porque viola los derechos humanos o es ultranacionalista. El fascismo implicaba también un modelo de gobierno corporativo y una visión de capitalismo de estado que usaba el colectivismo para provecho de la burguesía, circunstancias que no existen en Ucrania. El ser “nazi” implicaba aparte de las características fascistas, el factor racial, que por corresponder a un momento histórico determinado era principalmente antisemita. Zelensky, el actual presidente de Ucrania, es judío y sería un contrasentido reclamarse nazista. Lo que no se puede negar es que que la la actual Ucrania es una democracia restringida, que prohíbe cualquier expresión política antirrusa y que además, prohibe la actividad de los comunistas que, no cabe duda, conforman un conglomerado histórico e importante en el país. Tampoco se puede negar que el actual gobierno de Ucrania es complice de violaciones de derechos humanos que ejercen tanto militares como paramilitares en la región del Donbás y en otras zonas del país contra las poblaciones afines a Rusia o contra las personas que se reclaman comunistas o rememoran el pasado soviético.
Por otra parte, la narrativa rusa tampoco puede llevarnos a desconocer que el mismo partido de Putin, Rusia Unida, es un partido de derecha, conservador, que en muchas ocasiones ha sido acusado de ser cercano a partidos de extrema derecha en Europa, como Vox de España o la candidata ultraderechista francesa Marine Le Pen, al igual que Bolsonaro en Brasil, uno de los pocos latinoamericanos, que ha expresado de manera expresa su apoyo al ataque a Ucrania. En el plano interno son conocidas la animadversión de Putin por el comunismo, a pesar de guardar cierta admiración por el pasado glorioso de la Unión Soviética. Una situación que aunque parezca extraña es entendible, dado que las posiciones ultranacionalistas rusas incluso de extrema derecha como el llamado “movimiento nacional-bolchevique” que, de bolchevique solo tiene el nombre, también glorifican el pasado soviético e incluso, fusionan la simbología nazi con la soviética.
Por lo anterior, la famosa “desnazificación de Ucrania” no se logrará porque si bien hay un creciente resurgimiento de movimientos neonazis, eso no significa que el gobierno actual lo sea. Al contrario, las circunstancias actuales llevarán a que esos movimientos se fortalezcan en el plano ideológico debido a que la actual agresión les proporcionará un caldo de cultivo para su ultranacionalismo. Las armas que el gobierno de Zelensky y Occidente está distribuyendo entre la población acabaran en manos de los paramilitares, convirtiéndolos en un riesgo para los intereses de Putin, en caso de que Zelensky sea derrocado y las tropas rusas vuelvan a casa. En un escenario caótico no es descartable que los paramilitares ultranacionalistas consigan el poder por las armas.
En resumen: Rusia mordió el anzuelo. Fue atraída a un pantano del que difícilmente saldrá bien librada. A lo ya dicho, hay que sumarle el efecto de las sanciones económicas, el aislamiento político al que queda sometido el Kremlin y sobre todo, las implicaciones que esto tendrá para la industria energética y militar, únicos campos en los que Rusia le compite de tú a tú a los Estados Unidos. Industria militar y energética, dos renglones con los que Washington desea estrangular a Moscú. De este pantano Rusia solo podría salir bien librada si China le da una mano, pero en la estrategia actual de acumulación de fuerzas que hace Pekín, es poco probable que se involucre en esta lucha de manera decidida. Los estrategas chinos consideran que es muy prematuro y aventurero en los actuales momentos plantarle cara de manera directa a Occidente.