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El Pacto Histórico se rebela contra el destino

La Modelo de Bogotá, amen de la capilla, tenía un exclusivo lugar de peregrinación: el pabellón de alta seguridad. Un extravagante lugar en el que aguardaban sentencia o purgaban condenas los hombres más poderosos de Colombia. Los mafiosos. Hasta ese pabellón iban algunos políticos a presentar el saludo, como en el filme de Francis Coppola, a los “señores”.

Pacto Histórico

Imagen de la Fundación Pares

Gustavo Petro, con su peculiar pedagogía, trataba de convencernos de que la rebelión armada no era una alternativa para Colombia, que la acción política legal era entonces el único camino para transformar y democratizar al país. Un Cristo crucificado, coronado de espinas, fijado a la pared de la capilla de la Cárcel Nacional Modelo de Bogotá, parecía darle la razón a Petro. La Virgen María, desde su marco de madera, nos miraba como a sus hijos díscolos. Eran los meses en los que se iba Ernesto Samper y se perfilaba en el horizonte Andrés Pastrana con su carita de niño malvado. Eramos más de un centenar de guerrilleros presos, empotrados en nuestras ideas maximalistas, polemizando con una joven promesa de la política que veía en las armas un lastre que no dejaba avanzar la izquierda. El tiempo certificó y dio luz verde a las formulaciones de Petro.  

Meses después llegó a la capilla Antanas Mockus con su barba de león mal rasurado. Un tipo chévere. Nos cayó bien. Iba acompañado del fallecido padre Alirio López, un cura que no tenía miedo de meterse en el hoyo para sacar a los pandilleros de las barriadas y ofrecerles una alternativa no violenta. En el encuentro con Mockus no sólo estuvimos los guerrilleros sino también unos cuantos pillos interesados en birlarle la cartera a algún miembro de la comitiva del profe que, había renunciado a la alcaldía de Bogotá, para hacer su primera intentona a la Presidencia. Fue una sesión divertida. Nos enteramos, por boca de su creador, del significado del lema “Bogotá Coqueta”, la cultura ciudadana y de los beneficios de una sociedad ilustrada y desarmada. 

Soplaban vientos de paz. Poc a poc, como dicen los catalanes, la capilla de La Modelo se fue transformando en una especie de ágora por la que pasaban intelectuales, escritores y artistas que exponían sus ideas ante un nutrido auditorio compuesto por guerrilleros que nos habíamos empecinado en cambiar el mundo mediante una insurrección armada. Para entonces se hablaba del Derecho Internacional Humanitario para lo cual la Oficina del Alto Comisionado de Paz, presidida por Daniel García-Peña, invitó a Rafael Nieto Loaiza a una sección sobre el tema con hombres que habíamos estado en guerra. Fue una velada que aún recuerdo por la versada exposición de Rafael Nieto y el vehemente debate que hubo después, en un ambiente de genuina cortesía. Veinte años después Rafael Nieto estaba disputando su candidatura presidencial por el Centro Democrático. Pienso que fue una equivocación de su parte. Pasar de la alta cultura a un aquelarre en los que manda la confabulación no debe sentar bien a un hombre de sus cualidades. 

La Modelo de Bogotá, amen de la capilla, tenía un exclusivo lugar de peregrinación: el pabellón de alta seguridad. Un extravagante lugar en el que aguardaban sentencia o purgaban condenas los hombres más poderosos de Colombia. Los mafiosos. Hasta ese pabellón iban algunos políticos a presentar el saludo, como en El padrino de Francis Coppola, a los “señores». Políticos que luego eran nombrados ministros o personajes anodinos que de la noche a la mañana eran elegidos alcaldes o gobernadores. Con el tiempo los mafiosos recuperaron la libertad, y los políticos ocuparon sus celdas. Una lista que, grosso modo, la han integrado: cuatro contralores generales, un procurador general de la nación, tres ministros, 26 congresistas del proceso 8000, 59 parapolíticos y un largo etcétera de gobernadores, alcaldes, militares  y funcionarios de poca monta. Lo que ocurrió fue un cambio de roles. Los mafiosos se volvieron políticos y los políticos mafiosos. La casta política que ha gobernado a Colombia hasta el día de hoy ha normalizado esta puerta giratoria.

La linea que separa a la vieja política tradicional del crimen es muy delgada. Federico Gutierrez, por ejemplo, entró y salió recientemente de la Penitenciaria “La Picota” de Bogotá para hacerse un selfie. Con lo caprichoso y arbitrario que es el destino de Colombia quizá un día vuelva al mismo penal para que un guarda de reseña le tome tres fotografías y le haga estampar sus dedos manchados de tinta sobre una cartulina decadactilar. No sería extraño. Según la fiscalía en los dos últimos años del gobierno de Duque, los jueces colombianos han condenado a 1759 personas involucradas en redes de corrupción y 10.450 han sido imputadas de crímenes contra el erario. Los mejores carteristas de Colombia no están en ciudades como Barranquilla o Bogotá sino dentro de las formaciones políticas que han gobernado al país desde el año cero. Carteristas, con actas de congresista o alcalde, que de un tirón se llevan una fortuna como el caso que involucró a la ministra Karen Abudinen. ¡70.000 mil millones de pesos, Comején, de un sólo tirón! 

Los propagandistas del régimen han banalizado a tal grado el saqueo de las arcas del Estado que da igual estar dentro o fuera de la cárcel, lo importante es tener la sartén cogida por el mango. No perder las elecciones. Impedir, mediante bombas propagandísticas, que la candidatura del Pacto Histórico se alce con la Presidencia el próximo 29 de mayo. Todo ese barullo que han armado alrededor de “La Picota” no es más que otra miniserie de bajo costo para entretener a las barras. Vendrán más espectáculos, con actores y actrices de quinta categoría, acompañados de alguna comparsa para intentar descarrilar al tren de la historia. Hay que rebelarse, Comején, contra el destino que nos han impuesto. Acuérdate cuando leías a Camus en “La Picota”.     

Escritor y analista político. Blog: En el puente: a las seis es la cita.

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