Un boxeador europeo boxea por tradición, por cultura. En Latinoamérica se boxea por supervivencia. Los boxeadores europeos se aferran mucho a la enseñanza, a las enseñanzas que les dieron desde el primer día, en cambio el latinoamericano suele improvisar muchísimo más, porque está más acostumbrado a que los golpes le vengan de cualquier sitio de la vida.
Ese es el planteamiento táctico del púgil argentino Sergio “Maravilla” Martínez, campeón mundial en dos categorías. Fue leyenda en el cuadrilátero junto con Manny Pacquiao y Floyd Mayweather Jr. Hoy es actor de cine y teatro. El documental Leyenda Maravilla: triunfal, caer, volver de Amazon Prime describe al boxeador que empleó su talento para derrotar a rivales que, en las papeletas, parecían más potentes que él.
Gustavo Petro y Jean-Luc Mélenchon son en la actualidad, libra por libra, los dos mejores púgiles de la izquierda occidental. Para conseguirlo tuvieron que salirse del guión. Saltándose el insufrible libreto que se cuece a fuego lento en las sedes, asambleas y congresos de la izquierda que se empeña en existir, pero sin cambiar nada. Petro y Mélenchon encontraron que la política va más allá del plató de televisión, la tertulia de expertos, el evento a puerta cerrada, la declaración institucional, el efímero twit o el video de tik tok. La política hecha desde la torreta de un panóptico, sin el contacto de carne y hueso con la gente, es pura fantasía. El poder y el entusiasmo que emana de la plaza pública no tiene sucedáneo. Petro y Mélenchon devolvieron la política a su estado natural. Cara a cara con el pueblo. Como los míticos fajadores del boxeo que subían al ring del Madison Square Garden a dar la batalla ante veinte mil espectadores.
Mélenchon, por ejemplo, desmontó el cuento del “cordón sanitario” alrededor de la extrema derecha. Un cuento que relega a la izquierda al mero papel de goma de mascar adherida a la rueda del establishment. Mélenchon decidió ir de frente contra la extrema derecha. Con un martillo ideológico fue rompiendo la cristalería de la señora Marine Le Pen, imantando y devolviendo la ilusión a millares de trabajadoras y trabajadores castigados por el sistema. La táctica de Mélenchon fue, como la de Sergio “Maravilla” Martínez, alejarse de la tradición y la enseñanza de la izquierda convencional. Los resultados saltan a la vista: debilitó a Macron y adelantó a Marine Le Pen. Lastima que la izquierda española siga pegada al libreto. Preguntándole a sus oponentes si pactan o no con Vox. Una campaña basada en esta pregunta está condenada al fracaso. El “cordón sanitario” es, en resumidas cuentas, una táctica inútil. Los resultados de Andalucía y Castilla y León lo testifican.
Petro, en cambio, sometió al inexpugnable reducto de la extrema derecha latinoamericana: Colombia. Fue un asedio que llevó años. Un trabajo de demolición en el que participaron cientos de lideres políticos y sociales y miles de ciudadanos anónimos. Iván Cepeda, con la ley en la mano, llevó hasta el limite al ex presidente Álvaro Uribe, la quintaesencia de la extrema derecha colombiana. Francia Márquez encauzó a los movimientos sociales —los nadie—, el feminismo militante y la revuelta callejera hacia la ruta electoral. El presidente electo es una síntesis de la izquierda colombiana en todas sus variantes. La reunión de Petro con el expresidente Uribe no debe interpretarse retorcidamente como lo hace el columnista Daniel Coronel en la revista Cambio (La culebra está viva), sino como un movimiento inteligente hacia la civilización de la derecha.
Le he explicado a una amiga de derecha, no rancia, que lo mejor que le pudo pasar a ella, a su agrupación de derecha y al país, es que Petro fuera electo presidente y Francia Márquez vicepresidenta. Colombia necesita normalizar la existencia y la gobernabilidad de las fuerzas de izquierda y progresistas que llevan años ceñidos a las reglas constitucionales. Gustavo Petro no compartió el fallo del procurador Ordoñez, pero lo cumplió. Daniel Quintero fue destituido sospechosamente por la procuradora Cabello, pero aceptó la decisión. El senador Iván Cepeda ha llevado un proceso contra el ex presidente Uribe sin saltarse una coma de los procedimientos legales. Las fuerzas progresistas de Colombia no son una amenaza para la Constitución y la ley.
En Colombia, la derecha rancia, considera a la izquierda como un problema y no como algo intrínseco a la democracia. El problema no sólo es político, sino también cultural. Conduce a la barbarie y al empleo de la violencia para anular al contrario. A diferencia de otros países de Latinoamérica, incluyendo en los que hubo feroces dictaduras, la gobernabilidad para la izquierda no es un problema, antes por el contrario, una ventaja para la oposición política que puede presentarse como alternativa como ha ocurrido en Brasil, Uruguay, Argentina o Chile. Cuando la izquierda se debilita la derecha asciende y viceversa. En eso consiste la normalidad política, una asignatura pendiente en Colombia a causa de los rancios y neorrancios que desde el poder central ofrecieron al país un sólo menú: violencia, devaluación ciudadana, odio, transgresión de la ley, miedo, corrupción y persecución a los jóvenes.
Remate: Vuelta a la realidad. Ronald Rojas, conocido en la guerrilla de las Farc como “Ramiro Durán” fue asesinado por francotiradores a escasos minutos de la ciudad de Neiva. Rojas, un joven brillante, solidario y comprometido hasta el tuétano con los acuerdos de paz, es el 321 firmante de paz asesinado. Los nubarrones contra la paz y la reconciliación oscurecen a Colombia. Llevará años disiparlos.