Alex Jones, el líder mediático de la paranoica extrema derecha de los Estados Unidos fue condenado el pasado 12 de octubre a pagar 965 millones de dólares en indemnizaciones por los daños causados a las familias de los niños asesinados en la escuela primaria Sandy Hook. En diciembre de 2012, un exalumno mató a tiros a 20 niños y a seis profesoras. Jones, teórico y divulgador de la conspiración, aseguraba a sus miles de seguidores que la masacre no se había producido y que, los padres, profesores y niños eran actores contratados por el Deep State (Estado profundo o las cloacas del Estado) para hacer una campaña en contra de la tenencia y uso de armas.
Las familias víctimas han sido amenazadas de muerte por los seguidores de Jones y se han visto acorraladas de forma sistemática por un internet que, desde el nacimiento de las redes sociales, es cada vez más tóxico, polarizado y antidemocrático. De hecho, en nombre de la libertad de expresión, el canal de Jones, InfoWars, se dedica a promover las teorías conspirativas y las noticias falsas. Jones se ha definido a sí mismo como paleo conservador y libertario y fue uno de los personajes mediáticos que defendió el supuesto fraude electoral en los comicios presidenciales de los Estados Unidos en 2020 que terminaron con la aspiración de reelección de Donald Trump. En un mitin suyo, el 6 de enero de 2021, reiteró su apoyo a Trump, días antes de que los seguidores del expresidente asaltaran el Capitolio, en Washington.
La multa de Jones ha despertado de nuevo a sus seguidores en todas las redes sociales. Consideran la sentencia un atentado a la libertad de expresión.
El caso de Jones no es único en el mundo. La pérdida del control informativo por parte de los medios de comunicación tradicionales ha degenerado en el absoluto descontrol. La figura del gatekeeper o guardián de la información (que actuaba como un curador del proceso de construcción informativa y de su propio impacto en la audiencia) es imposible de aplicar en las pocas autopistas (las redes sociales concentradas) por las que circulan absolutamente todas las informaciones del mundo.
En las nuevas autopistas, la posibilidad de que cualquier mensaje se pueda lanzar a un potencial incontrolado de receptores crea un problema fundamental para una democracia que tenía, entre otros, dos principios fundamentales: la concepción de la información como un bien público necesario para alimentar el interés y la discusión pública, y la deliberación política como una forma de construcción (y educación) discursiva dentro del universo de lo político. En ambos casos, los medios de comunicación cumplían un papel decisivo para el mantenimiento de los procesos democráticos.
Con el imperio de las redes sociales se ha perdido el control sobre los emisores que, de forma irresponsable, han aprovechado el canal para fabricar mentiras que favorecen los intereses, sobre todo, de la extrema derecha. La sorpresa es que los mensajes de los nuevos grupos políticos radicales han conectado de forma directa con el estilo de los nuevos canales de comunicación: son rápidos, son emocionales, conectan con los sentimientos básicos de los ciudadanos y han aprovechado todas las crisis del siglo XXI (ya llevamos varias en pocos años) para acusar a la democracia de favorecer a unos pocos: las élites y todos aquellos otros que han venido a “nuestro territorio” a aprovecharse de nuestros derechos.
El discurso de la derecha en las redes sociales ha sido, sin duda, muy efectivo. Sven Engesser, Nicole Ernst, Frank Esser y Florin Büchel indican que su estrategia comunicativa se compone de cinco claves narrativas. En su estudio, los investigadores de la Universidad de Zurich plantean que el mensaje de la derecha enfatiza la soberanía popular; aboga por el pueblo al que debe protegerse de “enemigos”; ataca a las élites tradicionales y “traidoras” incluidos los medios de comunicación; excluye a otros (mujeres, migrantes, minorías sexuales o raciales) e invoca el sentimiento de la patria como una razón sentimental que está atacada por los enemigos fabricados. Los autores señalan que las redes sociales han dado a los actores políticos la libertad de articular su ideología y difundir sus mensajes sin ningún tipo de filtro o control del uso de la información.
Al mismo tiempo, la configuración de los contenidos y su estética rompe también con el discurso político tradicional ligado a la construcción racional de un pensamiento político estructurado. El uso de la sátira o de la caricatura de la realidad es uno de los elementos principales de los mensajes de la extrema derecha en sus canales preferidos, las redes sociales.
La investigación realizada por Christian Schwarzenegger y Anna JM Wagner titulada “Can it be hate if it is fun? Discursive ensembles of hatred and laughter in extreme right satire on Facebook”, indica al respecto que la estrategia de la sátira, la burla y la caricaturización de los discursos políticos progresistas ayuda a la extrema derecha a ampliar su estrategia discursiva y a posicionar con más éxito su ideología radical. Los autores demuestran que la sátira, después de publicarse y de recibir las interacciones de los usuarios, conforma un conjunto discursivo, un argumentario efectivo que, al apoyarse en el humor (estrategia que reduce el escudo cognitivo racional del individuo) encubre, pero desvela inconscientemente la intención política del posicionamiento ideológico. Al mismo tiempo, esta estrategia narrativa multiplica las posibilidades de difusión de las posiciones de derecha extrema a través de la proyección de narrativas e imágenes radicales.
A través del discurso alternativo, la extrema derecha logra también posicionar en el imaginario social “hechos alternativos” que confirman los sesgos de opinión que un individuo tiene y con los que, normalmente, podemos sentirnos más cómodos. En esa lógica, los hechos, en principio verificables empíricamente, se han desdibujado en hechos alternativos construidos con intencionalidades políticas evidentes: las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos o en Colombia han sido robadas, por ejemplo.
La ausencia de deliberación en los espacios mediáticos, así como la imposibilidad de controlar la calidad de la información como bien público para la toma de decisiones y para la construcción de la opinión pública, ha hecho que la extrema derecha tenga un canal abierto y disponible para construir, con buenas técnicas publicitarias, miles de hechos alternativos. El agravante del problema es que, al igual que con las mentiras (fake news), construir un hecho alternativo es fácil, rápido y efectivo, mientras que desmontarlo es costoso, largo y excesivamente complicado pues se trata de un proceso de pensamiento racional, no guiado por las emociones.
Escribe Tim Wu en su libro sobre la atención que “Hitler entendió el principio fundamental de la demagogia: enseñar o persuadir es mucho más difícil que desatar emociones. Y tiene una aceptación mucho peor: lo que más desea la gente es una excusa para experimentar plenamente sentimientos poderosos latentes en su interior, pero cuya conciencia quizá le lleve a reprimir”.
Los medios de comunicación necesitan volver a ser, así, el impulso de la conciencia social perdida. Alex Jones es el ejemplo más reciente (pero no el único) de la gran pérdida.