“… Una vez procuraron cerrarme la puerta para que no entrara y otra vez procuraron abrírmela de par en par, empujándome para que saliera” (Marco Fidel Suárez en Sueños de Luciano Pulgar)
“Quiero que tenga presentes que como yo hay muchos niños y niñas que creemos en los cambios, que queremos una Colombia que dignifique al ser humano” (Carta del niño José David Olivera a Francia Márquez Mina)
Ninguno de los pobladores de Hatoviejo, a quienes les llegó la novedad del parto de doña Rosalía Suárez, el 23 de abril de 1855, hubiera imaginado que ese hijo de la lavandera iba a ser elegido presidente de Colombia en 1918. Mucho menos hubiesen vaticinado que sería el hijo más ilustre del pueblo y que en homenaje a ese recién nacido, en una choza con piso de tierra y techo de paja, Hatoviejo cambiaría su nombre por Bello, en reconocimiento al premio que le otorgaría la Academia Colombiana de la Lengua por su “Ensayo sobre la Gramática Castellana de don Andrés Bello”.
Rosalía Suárez, la madre de Marco Fidel Suárez, era morena y bajita, no tuvo oportunidad de aprender a leer ni a escribir y vivió en las condiciones más adversas de pobreza e ignorancia, relegada a la más baja posición social y soportando el peso de la culpa de un hijo ilegítimo. El padre de Marco Fidel Suárez fue don José María Barrientos, hombre acaudalado que nunca lo reconoció; tras la muerte de su esposa quiso enmendar el abandono de su hijo ofreciéndole que tomara su apellido, Marco Fidel agradeció el gesto, pero conservó para siempre el apellido de su madre.
En condiciones similares -más de un siglo después, en 1981- en Suárez, el municipio caucano que ostenta su nombre como homenaje a Marco Fidel Suárez, nace en una familia humilde, de madre minera y un campesino agricultor, una niña que desde sus 13 años -como muchas de las adolescentes de su aldea- se vio forzada a aportar al sustento familiar trabajando como minera artesanal de oro y luego como empleada doméstica en la ciudad de Cali. Es Francia Márquez Mina la actual vicepresidenta de Colombia.
En un país que ha sido gobernado por un clan de 13 apellidos ilustres y carriel abultado, ¿cómo logró el hijo de una lavandera convertirse en presidente de la República? ¿Qué peldaños elevaron a Francia Márquez desde su modesto oficio hasta alcanzar la vicepresidencia de la República? La respuesta es sencilla: fue el camino de la educación el que les permitió labrarse un mejor destino.
Marco Fidel Suárez y Francia Márquez tuvieron muy claro el poder de transformación que confiere la educación. En Francia son los saberes inculcados y aprendidos de su abuelo Andrés Mina, activista ambiental y consejero de su comunidad, los que edificaron su liderazgo y la impulsaron en 1994, a sus tempranos trece años, a denunciar el impacto negativo que traería a la comunidad el proyecto de desviación del río Ovejas, revelando el efecto destructivo sobre su territorio y sobre la identidad étnica y cultural de sus habitantes. Es la sabiduría ancestral aunada a la vivencia comunitaria del racismo y el despojo, lo que despertó en Francia Márquez una temprana toma de conciencia que la llevaría a desconfiar del ideal de progreso occidental y valorar la riqueza ambiental del territorio, aquello que el neoliberalismo ha vendido hábilmente como atraso.
La élite en el poder se forma en los países del primer mundo y usa el conocimiento para copiar e imponer políticas foráneas que venden como la panacea del desarrollo; Marco Fidel y Francia aprovechan el conocimiento para fortalecer su arraigo e identidad cultural, para adentrarse en el país de los marginados y aportar en la solución de las problemáticas sociales. Suárez, con el cristianismo como referente moral de sus actos y de su concepción política, se empeñó en visitar las regiones para conocer de cerca –y por boca de sus pobladores- sus necesidades. Francia había vivido en carne propia las condiciones difíciles de su gente y afincada en los saberes de su comunidad asumió tempranamente la defensa ecológica y étnica de su territorio. Esfuerzo que le fue reconocido en 2018, a nivel internacional, con el Premio Goldman de Medio Ambiente.
No ser ordenado sacerdote por ser un hijo “ilegítimo” puso a Suárez frente a una tara social, considerada normal en aquella época: se señalaba, se hacía desprecio colectivo, se le cerraban puertas a todo aquel considerado “bastardo”. Suárez, al ver truncado su proyecto de dedicarse a la vida religiosa, se consagró a sus estudios y decidió demostrar su preparación académica como maestro de escuela. De un destino incierto, que lo pudo haber condenado a ser un labriego, un jornalero o un andariego –de cosecha en cosecha-, Suárez se empeñó en ir a la escuela y por su cercanía a la vida monacal se aseguró un cargo como docente. Sus convicciones políticas y religiosas lo convirtieron en militante del Partido Conservador y en sus filas comenzó su ascenso político. Su preparación intelectual y su disciplina lectora le permitieron ganar reconocimiento y ser nombrado como ministro por distintos gobiernos.
No es esta una apología a Suárez y a Márquez, es un reconocimiento a su capacidad para romper el cerco que los podría haber condenado al analfabetismo y, por tanto, a la penuria. Suárez fue un digno hijo de su tiempo: devoto, “católico, apostólico y romano” hasta los tuétanos. El empeño en cultivar su educación y su perseverancia en superarse lo premiaron con el dominio de la oratoria y la elocuencia. Convencido del poder argumentativo y creativo del lenguaje, como muchos de los políticos decimonónicos, se dedicó a su estudio filológico y gramatical. Estas habilidades le hicieron ganar reconocimiento como escritor y sus artículos se publicaron en periódicos y semanarios de la época.
A Suárez le tocó defenderse a punta de palabras y de argumentos, no contento con sus disertaciones sobre el uso del idioma decidió crear un personaje que le permitiera ventilar sus opiniones: “Luciano Pulgar”. Las palabras del epígrafe expresan el propósito de compartir sus sueños. Ante una sociedad que le cerraba las puertas y luego se las abría para que abandonara el mando presidencial, acudió a aquello que nadie le podía quitar: las palabras, los vocablos deleitables para tejer historias, para arrojar dardos y saetas, para defenderse de quienes le habían enrostrado, una y otra vez, su origen “impuro” y para demostrarles que no hay pobreza más triste que la ignorancia, ni condición más deplorable que la de los iletrados, quienes como borregos se dejan manipular por los que se dicen poseedores de la verdad.
Mientras escribo estas palabras no puedo dejar de lamentar la suerte de quienes les ha sido vedado el acceso a la educación y por tanto a la palabra escrita, a los textos inmemoriales, a los libros. Otro es el mundo cuando se pueden abrir tantas ventanas en la aventura del leer. Otro es el mundo cuando se pueden abrir tantas puertas y maravillarse con el conocimiento de las culturas que enriquecen la vida humana. El camino de la escuela le permitió a Francia ampliar su cosmovisión y reconocer que no eran solo su comunidad y sus vecinos los que sufrían las consecuencias de un modelo económico que sobreponía la riqueza sobre la vida del planeta. Estaba esa otra Colombia: los nadies, en palabras de Eduardo Galeano, “los dueños de nada… los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos”. Esos a los que les está vedada la tierra, la alimentación, la salud y la educación. Esos que solo cuentan a la hora de votar.
Acceder a la escuela da rostro y luz a los nadies, les otorga un lugar, y la fuerza de sus palabras multiplica su esencia. Por eso no se entiende que los actores armados impacten con sus cilindros bomba y destruyan la escuela de Suárez (Cauca) donde estudió su primaria la vicepresidenta. Ella rechazó con vehemencia esta acción criminal: “Los violentos no silenciarán al pueblo y su anhelo de cambio. ¡Seguimos trabajando por el país! ¡Hasta que la dignidad se haga costumbre!”.
Lo propio de las democracias está en las decisiones de las mayorías y en el reconocimiento de las minorías, pero ante la ausencia de lectura crítica, de una intención deliberada para hacerse a un criterio propio, estamos ante el riesgo de que el impacto mediático, el reino de las mentiras y los fantasmas de papelillo, puedan más que los vientos de cambio. Es como el perro que busca el lazo y el bozal y los lleva a su amo para que lo saque a pasear, así su libertad esté restringida a los caprichos de su dueño.
Lo más admirable en Marco Fidel y Francia Márquez es deberse por entero a sí mismos y a su conciencia temprana de educarse. Sus vidas están marcadas por una entereza inquebrantable y serena frente a la adversidad. Gozar del derecho de ir a la escuela les cambió la vida: Suárez y Márquez son un ejemplo de cómo la educación redime al ser humano, de cómo el conocimiento es el antídoto eficaz para derrotar la exclusión, para exhibir altiva y dignamente lo que somos. La lámpara que permite salir de la caverna –la maravillosa metáfora platónica- y hacernos dueños de nuestro destino.