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El déjà vu de la movilización latinoamericana

Periodista, ilustrador y artista visual de Caras y Caretas.

Foto de Natasha G. en Pixabay

Foto de Natasha G. en Pixabay

Luego del oscuro pasado común de las dictaduras, transcurrido el tiempo, casi todo el sur del continente vivió las particularidades de la construcción de proyectos alternativos de gobierno. Eso ya no es así, el balance de los factores que influyeron en ello, va desde los errores propios, hasta las trampas judiciales, pasando por las traiciones y “otras hierbas”, pero será para otra ocasión esta reflexión.

Los gobiernos alternativos del continente fortalecieron las capacidades de inserción de los sectores más deprimidos de la sociedad en la economía del mercado. Mejoró sustancialmente la capacidad de compra y endeudamiento de la clase media. Mejores salarios, subsidios en los servicios, es decir menor gasto, fortalecimiento del intercambio interno de circulante y una moneda local fuerte. Con el tiempo esa realidad dejó de ser una victoria y se convirtió en lo cotidiano en lugares como Argentina y Uruguay.

Para mucha gente, incluso la que vivió un pasado más hostil, el avance individual se debió exclusivamente a un esfuerzo también individual y no a la generación de condiciones colectivas propicias, y, por el contrario, la política social que 10 años atrás le había alejado del peligroso borde de la miseria, ahora se convertía en el obstáculo que le separaba del futuro de lujos y derroche que el mercado asegura que se puede conseguir fácilmente.

Los gobiernos de izquierda se quedaron cortos en el terreno del debate ideológico y esa es una situación difícil de ocultar. Una de las muestras de dicha afirmación es, justamente que las organizaciones sociales y alternativas salieron de los gobiernos de izquierda casi igual que como llegaron. Los avances orgánicos y de presencia e inserción en la base de la sociedad, no avanzaron de manera significativa en muchos de ellos, tal vez en Venezuela fue donde más se hizo esta apuesta, lo que, en parte explica la feroz resistencia que ha opuesto su pueblo a la guerra de tercera generación que se libra allá.

Poco a poco Latinoamérica vio cómo se desmontaban, en semanas, las conquistas logradas en años. Avances que habían significado debates, movilizaciones y un tremendo movimiento político en las naciones, fueron desmontados con una firma. Argentina, Brasil y Ecuador son claros ejemplos de ello, se vio muy fácil de lograr ese retroceso.

Los gobiernos de izquierda se quedaron cortos en el terreno del debate ideológico y esa es una situación difícil de ocultar. Una de las muestras de dicha afirmación es, justamente que las organizaciones sociales y alternativas salieron de los gobiernos de izquierda casi igual que como llegaron.

Las organizaciones sociales y políticas no lograron reaccionar con la suficiente fuerza para mantener lo conquistado, con lo que se podría deducir que las conquistas democráticas se quedaron en el terreno del ejercicio gubernamental, sin la suficiente raigambre popular, (tomándome la libertad de caer en una afirmación un poco panfletaria).

La movilización se intentó, la gente salió a la calle y trató de defenderse, pero no fue suficiente, mucho de lo logrado se perdió y el discurso de deslegitimación de los gobiernos de izquierda a los ojos de la ciudadanía, inculcó imaginarios que terminaron permeando a las mismas organizaciones sociales, al punto que algunas de ellas prefirieron apoyar a la derecha en las alianzas locales y las disputas por los gobiernos. Ejemplo claro de lo anterior se vio el año pasado en Ecuador, cuando Lenin Moreno estuvo acorralado en Guayaquil, con un país en llamas y las calles tomadas por las organizaciones indígenas. Pero ante la posibilidad de que la situación fuera capitalizada por Rafael Correa y su sector, muchas organizaciones prefirieron bajar la presión y permitir que Moreno continuara en la presidencia.

Las movilizaciones se fortalecieron en 2019, países como Chile y Colombia vieron inundadas sus calles por miles, tal vez millones de personas que salieron a pelear por lo que en otros lugares ya se había logrado y se dejó perder.

Uruguay está transitando este mismo camino, la pandemia no ha dejado ver el tamaño del colmillo de las organizaciones sociales en un gobierno tan radicalmente contrario a sus intereses, de todas maneras, hay que tener en cuenta que los sectores sociales en este país tienen características particulares, el privilegio de la unidad por encima de las diferencias en lo ideológico y algunas veces en lo metodológico, han hecho que haya un factor menos de qué preocuparse a la hora de la movilización.

Ahora sólo Argentina tiene un gobierno alternativo, pero que no puede poner a funcionar un proyecto de nación diferente a sacar la economía del estado de desmantelamiento en que quedó luego de los 4 años de Macri. Chile, mucho más a la derecha, tiene un acumulado de décadas de exclusión disfrazada de progreso que ya dijo basta. Uruguay desea salir a la calle, ya lo ha hecho, pero el pulso aún no se ha podido dar. Brasil tendrá que esperar a que la crisis haga implosión, ya que por ahora no hay alternativas organizativas claras y Paraguay sufre unos niveles de violencia y exclusión que poco se conocen pero que pueden impulsar unidad en la movilización.

La pandemia pasará y la gente de esta generación ya vio hasta dónde se puede llegar tomando las calles, eso está casi seguro, las movilizaciones volverán, la preocupación tendría que ser por, ¿qué capitalización van a generar en términos estructurales esas movilizaciones? ¿Movilizar para quién?

Periodista, ilustrador y artista visual de Caras y Caretas.

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