Era un poema épico: las imágenes idílicas, los gestos heroicos, los aplausos desde los balcones, las declaraciones rimbombantes, los reencuentros familiares, los animales transitando libremente, las buganvillas floreciendo, los libros leídos hasta el final, las ratas merendando a su aire, los capitalistas repartiendo dinero, los policías ovacionados, la atmósfera diáfana. Del pesimismo de la peste parecía brotar un nuevo aire humanitario. Fueron días en que los habitantes de la tierra se volvieron filósofos. Terrible por los millares de muertos. Sublime por lo creativo. Fue un periodo breve. Relampagueante.
La mayoría de analistas pensaron con el deseo. Se creía que el mundo transitaría del hiperindividualismo al hipercooperativismo. La vida frenética sería reemplazada por una existencia pausada. Llovieron pronósticos sobre el comportamiento del individuo el día después de erradicada la peste. Se pensaba en un día apoteósico, memorable, como el que describe Albert Camus en las últimas páginas de La Peste, cuando los cohetes de los festejos oficiales rompían la oscuridad del puerto de Orán. Los poetas soñaban con una vuelta a la poesía. Los economistas hablaban de una nueva repartición. Los políticos contemplaban grandes reformas. Los revolucionarios veían el momento de “tomar el cielo por asalto”. La filosofía se ponía de moda. Pero nada de esto, querido Comején, ocurrió.
Cuando ocurren saqueos y disparos la población siente temor y pide orden. Trump y Bolsonaro ofrecen orden a los electores.
La realidad, chata y despiadada, aguó la fiesta. En países como Brasil, Bolivia, Colombia, El Salvador, Ecuador o Perú, hubo funcionarios de Estado y empresarios que encontraron en la peste una veta para acrecentar sus fortunas. Los ventiladores mecánicos, las mascarillas y los test para detectar el puñetero virus se volvieron mercancías propicias para la estafa. Fue una corrupción en grado superlativo. La peste hizo ver a la mayoría de políticos como meros muñecos de paja. El marketing puede embellecer el rostro de un gobernante pero le cuesta maquillar a los miles de muertos. Pero al final lo consiguen. Torciendo una y otra vez la realidad.
Los gobiernos autoritarios encontraron en la peste un pretexto para concentrar más poder. Los países gobernados por la extrema derecha, como Estados Unidos y Brasil, viven oleadas de violencia que parecieran contar con el guiño presidencial. Cuando ocurren saqueos y disparos la población siente temor y pide orden. Trump y Bolsonaro ofrecen orden a los electores. Aunque sólo sea un orden propagandístico. La reelección de estos dos personajes no es descartable, más aún cuando sus rivales carecen de aliento o no encuentran las palabras para seducir a los votantes.
Iván Duque tiene los poderes con los que sueñan los dictadores. Lo consiguió sin la resistencia de la muchedumbre.
La peste fue una bendición para los gobiernos que estaban contra las cuerdas. Sebastián Piñera en Chile, Lenin Moreno en Ecuador e Iván Duque en Colombia estaban sometidos a una fuerte presión social. La atención se volcó sobre la peste y los reclamos sociales pasaron a un segundo plano. El confinamiento mandó a casa a los luchadores callejeros. Desde entonces la lucha se libra desde los computadores.
La lucha virtual es una amplificación de la lucha real, no un sucedáneo. La protesta, cuando deja de ejercitarse pierde musculatura. La peste ha minando la moral de millones de ciudadanos. Cuando la moral está por los suelos no es fácil iniciar una lucha. Se puede luchar con hambre, pero sin moral no es posible hacerlo. El momento es propicio para la mediocracia. Para que los gobernantes mediocres se atornillen en el poder. El presidente de Colombia, por ejemplo, aprovechó el momento para echarle mano a todas las instancias de control del Estado. Lo consiguió en un momento en que la mayoría de colombianos vuelven a la calle para ganarse la vida. Iván Duque tiene los poderes con los que sueñan los dictadores. Lo consiguió sin la resistencia de la muchedumbre.
La mayoría de gobiernos han enfrentado la crisis económica mediante limosnas. Subsidios pasajeros y pequeñas cantidades de dinero para los más empobrecidos. Con limosnas se obtienen lealtades. Lealtades que se trasforman en votos. Ningún gobierno en el mundo ha realizado reformas o cambios legislativos que afecten la desigual distribución de la riqueza. La crisis que padecen millones de personas en el mundo cohabita con la riqueza. Una riqueza que se obtiene sobreexplotando al precariado y esquivando la tributación a través de los intocables paraísos fiscales.
La participación del partido Unidas Podemos en el gobierno hizo que los socialistas optaran por una variante anticrisis.
Con la peste se masificó el teletrabajo. Sectores empresariales están sacando provecho de la situación. No necesitan arrendar locales para continuar con sus negocios. La conexión a internet, el servicio de luz y agua que antes sufragaban los empleadores, ahora deben hacerlo los teletrabajadores. Lo que era una excepcionalidad se ha vuelto una normalidad. Una normalidad sin reglas. Si no hay reglas el empleador aprovecha la situación para tener al empleado on line las 24 horas del día, de modo que le paga menos y lo explota más. La precarización y sobreexplotación de los teletrabajadores es una de las “nuevas realidades”. La nueva realidad que están vendiendo, exitosamente, por todo el planeta.
Hubo pequeñas excepciones en el mundo. España es una de ellas. En ese país se concedieron ayudas y moratorias a una franja importante de la sociedad. La participación del partido Unidas Podemos en el gobierno hizo que los socialistas optaran por una variante anticrisis que amortiguara la caída de los ingresos de los trabajadores y desempleados. Sin embargo, Unidas Podemos que es el socio minoritario de la coalición de gobierno, no se beneficia políticamente de estas decisiones como si está ocurriendo con los socialistas de Pedro Sánchez, presidente de Gobierno de España. En las coaliciones el partido mayoritario es, por regla general, el beneficiado de las buenas políticas gubernamentales. Algo similar sucede en Portugal con los socialistas y el Partido Comunista. Es una ecuación difícil de resolver para agrupaciones como Unidas Podemos. Si continuan en la coalición de gobierno persiste su debilitamiento y si vuelven a la oposición dejan de influir en las política pública. Surgen entonces dos preguntas para la izquierda: ¿Es más importante la salud de tu partido o la salud de tu pueblo? ¿Quieres poesía, reforma o revolución?