Podría contar anécdotas bonitas y feas de mis casi 17 años en España, podría recordar las historias que me han contado y de las que he sido testigo, podría soltar un discurso sobre el derecho que todos tenemos a movernos por el mundo. Pero en vez de todo eso, quiero compartir una carta que publicó El País a comienzos de septiembre. La titularon “Me alegro por él”, pero a mí me parece que tendría que llamarse “Empatía”. Quien la firma es Núria Carreras Jordi desde Banyoles (Girona):
“Tramito un número de afiliación a la Seguridad Social. Miro el expediente. Falta un documento. Dudo entre enviar la respuesta tipo para esta circunstancia o llamar por teléfono al interesado. Llamo. Le explico lo que debe remitir. Intuyo sus dificultades para hacer los trámites a través de la sede electrónica. Le digo que mande el documento a mi correo para agilizar el trámite. Lo recibo al poco tiempo. Completo el trámite y asigno el número de afiliación. Le remito el correo de respuesta con el número asignado. Casi al momento recibo otro correo: “Núria, me alegro mucho. Muchas gracias. Que tenga un buen día”. Miro la foto del documento que ha enviado, es un chico africano, joven, con un halo de tristeza en los ojos. Sé la importancia que tiene para él ese número: poder trabajar, al fin, de manera legal, la esperanza de un trabajo. Casi puedo percibir a través de la foto el sufrimiento de años hasta llegar a ese ansiado número. Yo también me alegro por él.”
Dicen en México que hasta en los perros hay razas y con nosotros, los inmigrantes, pasa lo mismo. Primero nos clasificamos por color de piel y lengua. No es lo mismo un recién llegado magrebí, rumano, chino o senegalés que uno proveniente de Ecuador o de Colombia. Y tampoco es igual una mujer de los andes bolivianos que una de los andes venezolanos.
Llamar en vez de escribir marcó una enorme diferencia en este caso y supuso el comienzo de una nueva vida para un hombre que, seguramente, lleva años buscando una oportunidad en este país. “La esperanza de un trabajo”, como bien describe esta funcionaria. ¿Por qué decidió contarlo ella misma públicamente? No creo que intente auto aplaudirse, creo que intenta explicar que a los extranjeros no nos regalan contratos como algunos políticos se empeñan en repetir.
Creo que intenta mostrar con un ejemplo muy sencillo, la enorme dificultad que supone la comunicación verbal para una persona cuya lengua materna no es el español. Creo que logra sintetizar en pocas líneas, la larga travesía burocrática que, felizmente, culmina con un numerito mágico: el de la Seguridad Social que no solo te abre la puerta de un contrato de trabajo sino también la de los servicios de salud pública.
Dicen en México que hasta en los perros hay razas y con nosotros, los inmigrantes, pasa lo mismo. Primero nos clasificamos por color de piel y lengua. No es lo mismo un recién llegado magrebí, rumano, chino o senegalés que uno proveniente de Ecuador o de Colombia. Y tampoco es igual una mujer de los andes bolivianos que una de los andes venezolanos. Nosotros mismos nos vamos etiquetando según acentos, porcentaje de melanina y vestuario y, en cuanto saltamos del saludo protocolario a entablar conversación, añadimos categorías a la lista: capacidad económica, nivel educativo, motivaciones migratorias y situación legal.
A todos, absolutamente a todos, nos cobija la misma Ley de Extranjería, solo que a algunos los aprieta con mayor rigor y durante más tiempo. A esos, a los más jodidos, no solo los desprecia el sistema sino también quienes compartimos lugar con ellos en las estadísticas de migrantes en España. Nos hundimos todos en el mismo barco, pero el “sálvese quien pueda” es de obligatorio cumplimiento y mientras más desapercibido transites por este país, mientras mejor puedas camuflarte en sociedad, más posibilidades tendrás de sobrevivir.
De ahí mi emoción al encontrar la carta firmada por Núria Carreras Jordi en El País, porque gestos como esos visibilizan una realidad que nos empeñamos en llevar a cuestas como una cruz, en silencio. Sacar papeles en España no es fácil. Miente quien lo diga. Y duele pensar que haya quienes voten propuestas políticas que inventan cifras sobre uso y abuso de presupuestos públicos exclusivos para migrantes sin documentación y, lo que es aún más contradictorio, sobre libertades y facilidades para obtener un contrato de trabajo.
Duele, sobre todo, porque ese discurso es tan flexible, que se adapta a múltiples realidades, según el termómetro social de turno: los venezolanos en Colombia, los mexicanos en Estados Unidos, los turcos en Alemania o los españoles en el Reino Unido.
Y sigue doliendo, además, porque quienes decidimos persistir con nuestras vidas en un país distinto al que nos vio nacer, estamos pariendo hijos, segundas generaciones que construyen una nueva sociedad y no merecen llevar ninguna etiqueta que los humille ni rótulo que los clasifique. Ciudadanos, no más. Que nadie los ubique en una categoría migratoria porque ya sus padres pasamos por ese anillo ardiente de fuego.