Comunistas. En sectores de la derecha y la extrema derecha, esta palabra parece haberse convertido en un comodín para deslegitimar, estigmatizar, ahuyentar, causar pavor en determinados sectores de la opinión pública, sobre todo en periodo previo a las elecciones; en particular si hay un partido de izquierda en el horizonte. Su corolario, el “castrochavismo”. Aunque existen partidos comunistas en el mundo, estamos muy lejos de lo que llegó a ser el comunismo antes de 1989, fecha en que cae el muro de Berlín.
Y esto que algunos llaman utopía ha sido la lucha continua en el viejo continente.
La demolición de Checkpoint Charlie que se produciría unos meses después, anunciaba el fin de más de cuatro décadas de guerra fría, de enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética. El mundo bipolar dejaba de existir con el gran coloso soviético desintegrándose en varias repúblicas. El modelo neoliberal, preconizado estandarte norteamericano, terminaría erigiéndose como el gran vencedor; la construcción de un régimen comunista deja de ser una opción viable después de que la perestroika terminara dándole la estocada final.
Esa fobia al comunismo tiene sus raíces bien ancladas en la estrategia de los Estados Unidos durante esos años de fría bipolaridad. El enfrentamiento ideológico encontró asiento en la doctrina Truman y su política de “contención” del comunismo y el posterior Plan Marshall de ayuda económica para la reconstrucción europea; verdaderos antídotos contra el enemigo jurado, el enemigo comunista a aniquilar. Subsecuentes y tenebrosas “cazas de brujas” encienden sus hogueras macartistas. Persecución política, represión, deslegitimación, arrestos y violación de los derechos de cientos de personas norteamericanas, dentro de la lógica de infiltración comunista, fueron los utillajes de estas cruzadas inquisidoras. Comités y grupos de vigilancia, incriminaciones falsas sobre los acusados, listas negras que llegaron a incluir directores de cines, actores y escritores, devastaron las carreras y las vidas de numerosas personas. En algunos casos se llegó incluso a la ejecución de los perseguidos.
Hoy, terminado el antagonismo entre los dos campos en confrontación, resquicios de la Guerra Fría han seguido colándose en la post-bipolaridad en diferentes capítulos sangrientos de la historia.
América Latina no escapó al antagonismo bipolar y fue escenario de una contienda de ajedrez con torres, alfiles y peones cumpliendo la función asignada. La Doctrina de Seguridad Nacional, apéndice de la política exterior norteamericana y verdadero Caballo de Troya de estratégicos y calculados movimientos, se fue deslizando subrepticiamente por entre los países latinoamericanos, logrando en varios casos dar vía libre y apoyo para la instauración de regímenes dictatoriales.
En esta lógica bipolar anclada en especial en el Cono Sur, no solo el curso político económico que adoptasen los gobiernos podía ser una amenaza contra la ampliación de la hegemonía neoliberal, sino que se consideraba que sus ciudadanías podían representar igualmente un peligro para la seguridad nacional. Se engendraron así al interior de los países con regímenes totalitarios cruentas lógicas de terrorismo de Estado.
En Colombia, el Estatuto de Seguridad bajo el Gobierno de Turbay Ayala fue una forma soterrada de instalar lógicas que privilegiaban la visión propia de la Doctrina de Seguridad Nacional, al amparo de un presidente elegido por sufragio universal. La ciudadanía quedó expuesta a la vulneración de los derechos constitucionales y humanos, a la estigmatización de aquél que de forma no violenta disintiera ideológicamente frente al Gobierno y a amalgamas arbitrarias con la insurgencia armada.
En Colombia, los resquicios de la Guerra Fría mantenida artificialmente por el sopor narcotizante todavía sobre demasiados individuos, ya no tiene cabida en las ciudadanías en movimiento.
Estos instrumentos utilizados para negar lógicas de pensamiento y expresión diferentes a aquellas instauradas por el sistema y por lo tanto para criminalizar la protesta social pacífica, prevalecen con fuerza en diferentes momentos de la historia de Colombia, llámesele Estatuto de Seguridad o posteriormente Seguridad Democrática. Hoy, terminado el antagonismo entre los dos campos en confrontación, resquicios de la Guerra Fría han seguido colándose en la post-bipolaridad en diferentes capítulos sangrientos de la historia, con lógicas muchos más complejas que una simple dicotomía ideológica.
Se ha generado un macartismo criollo mucho más tenebroso el cual, desde la segunda mitad del siglo XX, ha cobrado con vidas de seres humanos su creciente apetito por la salvaguarda de un andamiaje doctrinario totalitariamente promiscuo. En Colombia, un “valor agregado” generó una forma especial de macartismo, en la medida en que intereses ligados al narcotráfico, con su desmesurada capacidad de lucro, permeó y sigue permeando y cooptando espacios gubernamentales. El insaciable pecunio busca, ante todo, no necesariamente la salvaguarda de una ideología; sobre todo, el acceso a un flujo de capital que por lo demás sobrepasa con creces las más altas expectativas de cualquier modelo de negocio de lógica neoliberal; todo esto en detrimento de la violencia y muerte que ha generado en la sociedad colombiana.
Desde su ventana ideológica, hoy la construcción del “enemigo comunista” por parte del sectarismo de la extrema derecha colombiana instrumentaliza los medios de comunicación y utiliza estrategias de marketing al servicio de intereses políticos en redes sociales. Y esto con un claro objetivo: vincular las legítimas reivindicaciones de movimientos políticos, sectores sociales, defensores de derechos humanos -todos ellos ciudadanías en movimiento- con lógicas de acción “castrochavistas” o con insurgencia de escenarios anteriores a los Acuerdos de Paz de 1996. Sin embargo, esta tentativa de hacer reverberar la lucha anticomunista carece de consistencia por una simple razón: en la época actual, lo que verdaderamente podría llamarse comunismo existe más en el imaginario colectivo derechista, que en la realidad de un mundo globalizado.
Políticas que no privilegien la servidumbre en favor de unos pocos sino el verdadero servicio a la población.
Un mundo mayoritariamente anclado en los preceptos del neoliberalismo que aboga, cada vez con mayor voracidad, por una mercantilización progresiva de la salud, la educación, el derecho a una vejez digna, y todo aquello que pueda convertirse en un producto a la venta dentro de la lógica de mercado de competencia “pura y perfecta”.
Atribuirle al movimiento ciudadano, principalmente a los jóvenes, éticamente concernidos por la degradación social, democrática y del medio ambiente, una supuesta veleidad comunista en medio de un país de corte feudal, donde para haber un comunismo tendría que darse primero un verdadero auge del capitalismo, es intentar congelar, con absoluta carencia de argumentos socio-políticos, la avalancha de reivindicaciones legítimas que van más allá de las políticas de derecha versus izquierda, de capitalismo versus comunismo. Es negarse desdeñosamente a comprender y atender las verdaderas razones de la protesta social.
No, las reivindicaciones son otras. No las de un comunismo de antaño propias de la lógica bipolar de la Guerra Fría, o las de un “castrochavismo” inexistente. Son las reivindicaciones de ciudadanías que basan su acción en la concepción de un mundo más equilibrado, éticamente justo, económicamente generoso, ambientalmente previsivo, socialmente creativo, intelectualmente avanzado.
Reivindicaciones que apuntan, si tuviéramos que definirlas dentro de un espectro político, a la social-democracia que surgió en algunos países europeos, en particular en los países nórdicos durante la segunda mitad de siglo XX, o a movimientos progresistas que hoy buscan implementar políticas públicas en favor de la población más vulnerable y salvaguardar las existentes.
Políticas que no privilegien la servidumbre en favor de unos pocos sino el verdadero servicio a la población. Y esto que algunos llaman utopía ha sido la lucha continua en el viejo continente a lo largo de gobiernos sociales cuyas estructuras, consolidadas a lo largo de numerosos años de implementación de políticas públicas en favor de la sociedad, están intentando ser desmontadas en favor de un determinado corporativismo neoliberal que busca suplantar el espacio ocupado por el Estado de bienestar desde una perspectiva keynesiana.
En Colombia, los resquicios de la Guerra Fría mantenida artificialmente por el sopor narcotizante todavía sobre demasiados individuos, ya no tiene cabida en las ciudadanías en movimiento. Estas son cada vez más conscientes de su labor de construcción de una sociedad a la altura del potencial de amor, fraternidad, paz y libertad que mora en los corazones y las mentes de una masa crítica que esperamos se convierta en mayoría, ¡por unanimidad!