Terence MacSwiney murió de hambre. Llevaba 74 días sin probar alimento. Estaba en huelga. Ocurrió en la cárcel de Brixton, Inglaterra, donde cumplía una condena por sedición. Fue enterrado con el uniforme del Ejército Republicano Irlandés (IRA). Miles de personas asistieron al sepelio. Corría el año de 1920 y la guerrilla irlandesa libraba una lucha de independencia. MacSwiney era dirigente del Sinn Féin y poeta. Durante la huelga de hambre expresó: “triunfarán aquellos que más sufren, no aquellos que mayor dolor infligen”. Esta frase es citada por Patrick Radden Keefe, periodista de The New Yorker, en su libro No digas nada, para explicar la ética del sacrificio.
Gerry Adams, el expresidente del Sinn Féin que estuvo tres veces en prisión, dijo que las posibilidades de que muriera asesinado eran de un 90 %.
El pasado 16 de octubre tirotearon en una remota aldea de Colombia a Juan de Jesús Monroy. Un excombatiente de las FARC que en la línea del frente era conocido como “Albeiro Suárez”. Un hombre caro para el mundo de la guerrilla. En la guerra se inflige dolor y se sufre. Dos caras de una misma moneda. Albeiro, como todos los excombatientes, sufrieron e infligieron dolor. Él, junto a un centenar de sus camaradas, volvieron al oficio que desempeñaba antes de tomar las armas: el cultivo de la tierra. Un oficio tan antiguo como el hombre mismo.
Quien en algún momento de su vida estuvo dentro del mundo de las FARC, como fue mi caso, conoció la ética del sacrificio. El sacrificio corporal encaminado a una causa que para unos fue justa y para otros injusta. Sobrevivir en la selva o el páramo con vestimenta y alimento exiguo era un castigo corporal que podía durar años. La muerte, la prisión o la deserción eran las únicas maneras de sustraerse a la penalización que te fijaba la naturaleza por el mero sesgo ideológico de desafiarla. El adversario, personificado en el soldado de infantería, sufría igual que el guerrillero. En eso consiste la guerra: una sumatoria de sufrimientos.
Volverse al monte puede ser peor que esperar. Las posibilidades de vivir o salir con vida de un estado de insurrección permanente es igual a cero.
Cuando los cientos de guerrilleros y guerrilleras de las FARC abandonaron su modo de vida trashumante llevaron consigo la ética del sufrimiento y del trabajo no remunerado. Levantaron ranchos y regaron semillas en los lugares que el Gobierno les indicó. Eran explanadas yermas y sin agua que no ilusionaban. Pero nada es imposible para campesinos levantados a golpe de hacha y machete. La mayoría de combatientes de las FARC eran campesinos. Son campesinos. Albeiro y otro tanto de guerrilleros asesinados convirtieron el desconsuelo en esperanza. Cumplían cabalmente la parte que les correspondía del acuerdo firmado con el Gobierno. El Gobierno, en cambio, no cumple o cumple a cuentagotas.
Al asesinato de excombatientes de las FARC en fase de transición, se junta el homicidio de los líderes sociales y activistas del movimiento político Colombia Humana. Por la cabeza de los exguerrilleros firmantes de paz gravita la tentación de volverse al monte para evitar la muerte a mansalva o permanecer en los espacios territoriales (ETCR) y áreas de reincorporación (NAR) a la espera de que el ambiente internacional y nacional mejoren. Volverse al monte puede ser peor que esperar. Las posibilidades de vivir o salir con vida de un estado de insurrección permanente es igual a cero. En Colombia no hay espacio para que la lucha armada prospere. Todo lo contrario. Las armas son un lastre que beneficia a la corriente más autoritaria del sistema y perjudica a las fuerzas políticas que luchan contra el sistema.
Es difícil vivir sobre el filo de un puñal. Gerry Adams, el expresidente del Sinn Féin que estuvo tres veces en prisión, dijo que las posibilidades de que muriera asesinado eran de un 90 %. Transcurrían los años de plomo en Irlanda del Norte y la alternativa de los revolucionarios y nacionalistas de salir con vida eran escasas. Con el 10 % de probabilidades restantes Gerry Adams piloteó las negociaciones de paz con el Gobierno de Tony Blair.
La avalancha de asesinatos que ocurre en Colombia solo es posible detenerla cuando se junten dos factores. Uno externo y otro interno. La presión y la amenaza de sanciones políticas por parte de la Casa Blanca al Gobierno de Colombia y la elección de un nuevo huésped en la Casa de Nariño.
Los guerrilleros de las FARC que hicieron dejación de armas para rehacer sus existencias están empleando ese porcentaje de vida para mostrarle al país que son parte de él, que quieren seguir existiendo como cualquier otro colombiano. La Peregrinación por la Vida y la Paz que comenzó el 21 de octubre, día en que sepultaron a Albeiro en el municipio de Mesetas, Meta, es una fotografía del sufrimiento. El sufrimiento de apostar por una paz sin reconocimiento gubernamental.
La avalancha de asesinatos que ocurre en Colombia solo es posible detenerla cuando se junten dos factores. Uno externo y otro interno. La presión y la amenaza de sanciones políticas por parte de la Casa Blanca al Gobierno de Colombia y la elección de un nuevo huésped en la Casa de Nariño que se desmarque de la deriva autoritaria que rige en el país y retome la implementación de los acuerdos de paz. Sin estos dos condicionamientos, temo que la violencia contra los líderes sociales y excombatientes no disminuya.