Ana Esther Ceceña es economista, doctora en Relaciones Económicas Internacionales por la Universidad Paris I-Sorbona, profesora del Posgrado de Estudios Latinoamericanos en la Universidad Nacional Autónoma de México, fundadora y coordinadora del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica. Ana Esther ha dedicado gran parte de su extensa carrera académica al estudio de los fenómenos hegemónicos y de emancipación, muy de cerca a los movimientos sociales latinoamericanos, fue integrante del Polarization Project (coordinado por el sociólogo Immanuel Wallerstein) y ha querido compartir con EL COMEJÉN algunas de sus reflexiones sobre las elecciones presidenciales en Estados Unidos, próximas a realizarse el martes 3 de noviembre.
¿Cómo lees tú la situación actual de los EE.UU., estamos de verdad frente al fin del “imperio”?
Estados Unidos está en una situación complicada en este momento. Situación que de algún modo ha sido fraguada por Trump, pero que ya venía de un poco más lejos, porque los términos de competencia que tiene Estados Unidos con el resto del mundo, principalmente con China, son muy complicados.
O sea que Estados Unidos sí está en una situación difícil y continuará así porque este proceso es histórico. No se trata de que a futuro va a recuperar la posición que tenía. Esa es irrecuperable.
Son maneras muy diferentes de entender y hacer el capitalismo. Mientras Estados Unidos, acostumbrado a su posición hegemónica, ha puesto a trabajar al resto del mundo para él, China se puso a trabajar por sí misma. Digamos que China se convirtió en una potencia económica en sí misma, mientras que Estados Unidos depende del resto del mundo para eso, sus redes de producción son mundiales. Eso es muy bueno porque puede extraer recursos y riquezas de todas partes, pero al mismo tiempo lo pone en una situación de fragilidad, por ejemplo, en este momento de encierro con la pandemia la fragilidad de Estados Unidos se ha hecho muy evidente porque no es capaz de producir por sí mismo sin contar con el resto del mundo, mientras que China sí lo es. China le apostó a sí misma. Claro, China partía de otra condición, tenía que hacerlo así, pero también lo ha hecho deliberadamente. Ahí hay una política de Estado que ha ido construyendo la posibilidad para que China emerja como la potencia mundial más importante. Es una posibilidad, porque para que eso ocurra todavía falta un buen trecho, porque no basta con la competencia económica estrictamente hablando, sino que son muchos los elementos que hay que considerar para pensar en términos, por ejemplo, de un recambio hegemónico.
Lo que sí está claro es que esa hegemonía de Estados Unidos está tremendamente cuestionada hoy en día y también en un terreno en el que en general se pensaba incuestionable que es el militar. Allí también está siendo cuestionado ya no tanto por China, aunque también los chinos están avanzando mucho en tecnología militar, en formación de sus fuerzas militares, en inteligencia. Además, se ha desplazado el terreno, se ha desplazado todo al ciberespacio en realidad. Entonces acá la batalla es una batalla tecnológica, en términos de inteligencia artificial, de métodos de intervención, etcétera, donde China ha estado avanzando, pero sobre todo Rusia.
Rusia tiene una tremenda importancia en tecnología militar y ha avanzado, por supuesto, mucho más que Estados Unidos en algunos de los sectores claves. Entonces sí, efectivamente, la hegemonía de Estados Unidos es una hegemonía cuestionada y por el otro lado también cuestionada culturalmente. El American way of life, que era algo tan deseado, que era algo tan fascinante, en este momento ya la gente no lo quiere tanto, ya lo ve como lo que nos ha arruinado. Es una sociedad un poco descompuesta, un poco enferma también la de Estados Unidos. La gente empieza a separarse de esos imaginarios, de esos horizontes y se está corriendo hacia otro lado.
O sea que Estados Unidos sí está en una situación difícil y continuará así porque este proceso es histórico. No se trata de que a futuro va a recuperar la posición que tenía. Esa es irrecuperable. Ahí nunca se va a poder recuperar, lo que no significa que no siga peleando por mantenerse en el lugar donde está, que está en un lugar muy favorecido. Allí está dando una batalla, pero tremenda, porque no lo tiren de ese lugar, porque el mundo no lo tire de ese lugar. Ni siquiera es China o Rusia, no, es el mundo; un poco esa coalición que a veces parece más constituida, a veces menos y que de algún modo es la que está determinando la competencia y haciendo que en muchos terrenos Estados Unidos vaya perdiendo su posición anterior.
¿Cómo se puede leer el papel que ha jugado Trump en ese proceso de lucha por la hegemonía?
Yo creo que Trump tomó conciencia de este hecho e intentó recuperar internamente su capacidad, digamos, regenerativa. De allí esta idea de hacer América grande otra vez; que en realidad se dirigió hacia el sector productivo y a impulsar mucho la producción interna. A mí me parece que era en parte una reacción consciente a esta pérdida de espacio que Estados Unidos está teniendo en el terreno hegemónico. Lo intentó, pero no, evidentemente no lo ha logrado. No se puede lograr tampoco de manera tan inmediata. Allí lo que se tiene es un giro de política, pero que todavía no termina de tomar consistencia.
Al mismo tiempo generó una batalla en el terreno institucional, porque está claro que institucionalmente el capitalismo de hoy ya no se siente cómodo. Hay muchas normas institucionales que lo limitan, incluso para hacer el cambio que requiere el sistema mismo, este tránsito hacia un capitalismo digital. Allí las instituciones estaban resultando pesadas, estas instituciones fuertes en Estados Unidos, que tienen por todos lados el accountability le empezaron a causar incomodidad a esta reestructuración capitalista que estaba empezando y que es necesaria para su adaptación a esta nueva época.
Esa es la entrada en escena de Trump. Empezó a golpear muy fuerte la institucionalidad y se rompieron algunas cosas. Pero la verdad creo que es un sistema, una institucionalidad muy consistente, muy establecida desde hace tiempo, probada desde hace tiempo y que no acepta fácilmente ser cambiada.
Entonces, a partir de ahí y en su relación con la sociedad en general se generaron muchos terrenos de conflicto, quizá innecesarios, que han provocado una situación que incluso mucha gente la define como antesala de una guerra civil en Estados Unidos. Claramente las políticas racistas en todos los campos que ha establecido el Gobierno de Trump han sido muy, digamos subversivas, en el sentido de que han levantado a una gran cantidad de grupos sociales, ahora sí ya definitivamente para reorganizarse en otros términos. Hay grupos incluso que se están armando, pero como grupos de choque. O sea, ahí tú tienes supremacistas blancos, pero de repente hay una respuesta que parece como de “supremacistas” negros; a lo mejor no lo es, allí si no podría yo asegurarlo, pero es una respuesta a la provocación que tuvo la gente no blanca de Estados Unidos. Vas a encontrar negros, latinos, asiáticos, gente que está siendo muy rechazada en la sociedad y que no está conforme con eso. ¡Imagínate la población afroamericana! es la población con la que se hizo la nación americana, que son tan americanos a pesar del papel que les tocó jugar siempre, del colonizado, el esclavo, del que estaba en la posición desafortunada de la relación. Y cómo a ellos se les va a negar la posibilidad de reivindicarse como americanos como cualquier otro.
Entonces se ha generado una situación muy complicada y en ese contexto es que tenemos estas elecciones. Unas elecciones muy difíciles, porque lo que se está construyendo no se ha terminado de construir. El proyecto que de algún modo tiene a Trump como como figura, no se ha terminado de construir y no parecen quererlo abandonar antes de avanzar más con él y darle una condición más sólida, más estable.
Por el otro lado, tenemos a esa otra sociedad norteamericana que de algún modo reclama un poco una vuelta al pasado, que eso es parte del problema. Lo que viene con Biden no es un futuro promisorio, es una vuelta a un pasado promisorio que no necesariamente convence, pero evidentemente hay una amplia franja de la población que estaría votando en contra de Trump, en contra del proyecto de Trump, no a favor de Biden, sino para impedir que siga ocurriendo este cambio de la sociedad norteamericana a una cosa tan bárbara como la que proponen los supremacistas, una sociedad aún más excluyente. Allí más bien hay una franja importante, yo diría una tercera parte de la población del país por lo menos, que es la que no quiere que sigan estas políticas, que no está convencida de las que está proponiendo el Partido Demócrata y que entonces está entre el abstencionismo y el voto contra Trump, el anti-Trump.
Lo que está claro es que hay mucha gente muy inconforme, cansada de lo que está pasando y que está descreeyendo de todos estos principios liberales de la libertad y la igualdad.
Esto será una situación muy complicada el día de las elecciones y posteriormente, porque las elecciones, desde mi punto de vista, no se resuelven este martes 3 de noviembre. Los candidatos están muy parejos. Hace un mes las encuestas daban una distancia creciente favorable a Biden y en este momento están casi empatados, sobre todo en los estados más influyentes en la votación. De manera que, gane quien gane, existe la posibilidad de un escenario de fraude. Es decir, hay la posibilidad de abrir un escenario también de especie de guerra civil, más soterrada o abierta, dependerá del desarrollo mismo de los acontecimientos, pero da la impresión de que vamos rumbo al conflicto. No solo porque no será fácil la decisión electoral, sino por todas las tensiones que tienen y que se han agudizado por la pandemia, con la cantidad de armas que hay a disposición de la gente, cualquiera puede tener un arma. De hecho, se han vendido una cantidad enorme de armas durante la presidencia de Trump, ¡como nunca! Entonces es muy fácil que se produzcan choques, incluso armados.
En todo este escenario de trifulca no hay nadie que se atreva ahora a hacer un pronóstico porque no está muy fácil calcular qué es lo que va a pasar en esa sociedad. Lo que está claro es que hay mucha gente muy inconforme, cansada de lo que está pasando y que está descreeyendo de todos estos principios liberales de la libertad y la igualdad, que han prevalecido en esa sociedad, porque además los cuerpos de seguridad están todos los días azuzando a la gente para que se levante. Todos los días matan a un afro, matan o castigan a un indocumentado. Hay una política racial muy agresiva contra la población, contra las que llaman minorías, que en realidad si haces las cuentas ahí la única minoría, creo yo, es la blanca.
¿Qué se juega América Latina en estas elecciones?
Pues esta misma incertidumbre que hay con respecto al futuro próximo de Estados Unidos, la hay con su relación con América Latina.
Está claro que ahí hay una apuesta que no lograron ganar a tiempo, que era la de doblegar a Venezuela. Eso no lo alcanzaron y era una de las cartas fuertes de Trump para mantener la hegemonía de Estados Unidos en el continente. Ahora se les complica aún más con el triunfo en Bolivia y en Chile. Esa disposición, esa convicción que mostraron los pueblos chileno y boliviano, se suma a la que ha mostrado el pueblo venezolano, que más allá de cómo se discuta el caso de Venezuela está claro que la gente asume que sus problemas se resuelven internamente y no se van a dejar imponer ningún criterio desde fuera.
La verdad es que mecanismos como la OEA o como el Grupo de Lima están tan desprestigiados que ya no tienen peso.
Esa es una resistencia que ha impedido que Estados Unidos logre articular al continente completo en su favor. Esa batalla ya la perdió por lo pronto para el tiempo siguiente. Habrá que ver cómo se replantea la estrategia hacia América Latina, pero en este momento no la tienen, por lo menos no la tienen en el lugar que querían. No digo que la tengan perdida porque todavía Estados Unidos ocupa mucho espacio, toman muchas decisiones por el continente, disponen de riquezas y de muchas cosas, pero no la tienen como querían. No han logrado, desde hace rato ya, no han logrado hacer esta articulación hemisférica a la que tanto le han apostado y que la perdió Bush y luego la siguieron perdiendo y hasta ahora no la logran consolidar.
La verdad es que mecanismos como la OEA o como el Grupo de Lima están tan desprestigiados que ya no tienen peso. El último buen momento de la OEA fue ese traspié que dio el Gobierno de Bolivia al permitirles calificar la elección presidencial de 2019. Eso fue realmente, desde mi punto de vista, un error de apreciación de parte de los bolivianos porque ya la OEA en ese momento no tenía condiciones de ser ningún ente evaluador de nada. O sea, la OEA está claramente como un instrumento al servicio de los intereses de Pompeo, del Departamento de Estado en una de sus versiones más intervencionistas de la historia. Y el Grupo de Lima no es nada, el grupo de Lima lo infló Estados Unidos, pero no existe como tal.
Finalmente ¿qué libro y qué película recomendarías a nuestros lectores?
Esa es la parte más difícil de la entrevista. ¡Hay tantas películas y tantos libros que recomendar!
Yo recomiendo un libro que es muy bonito, no estoy de acuerdo con él en todo, por supuesto, como siempre, pero es un libro lindo, con un propósito que me gusta, aunque no siempre tan logrado, pero creo que la mayor parte aporta muchísimos elementos muy importantes. Sirve para conocer lo que son nuestros pueblos, nuestras culturas, si se quiere incluso nuestra grandeza y para relativizar la cultura moderna occidental. Se llama 1491, de Charles Mann.
Hay una película muy bonita sobre la diáspora africana, que se llama Adú. Es de un niño que se llama Adú. La recomiendo, dice muchas cosas.