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Tiempos de minga, tiempos de unuma

Los poderes fácticos nos han hecho creer que el cambio es una utopía; algunos nos hemos rendido y quizás estamos embriagados de apatía. No nos rindamos. No normalicemos las políticas de muerte, no nos limitemos a apoyar las luchas de otros, aprendamos de ellas.

Orinoco y Amazonas

Orinoco y Amazonas. Imagen de Ponciano en Pixabay

El 20 de octubre de 2020 me emocioné mucho viendo fotos y videos en Facebook sobre cómo entraba la Minga Indígena del suroccidente a Bogotá. Ver las chivas con su colorido tradicional, llenas de gente digna, bastones de mando con sus cintas de color verde y rojo al viento, me hicieron arrugar el corazón. Pero, sobre todo, me emocionó ver la cantidad de personas que salieron a la calle a recibirla con pancartas de apoyo, desde los andenes, los separadores o los puentes peatonales de abundan en la ciudad y que completan su particular estética. 

Me emocionó ver que las cosas aparentemente han cambiado, que la movilización social ya no está tan estigmatizada como hace años, a pesar de los esfuerzos macabros de tiranos que en días previos intentaron por todos los medios deslegitimar la movilización. Sin embargo, la gente salió a la calle a demostrar su apoyo. 

Fue gracias al trabajo colectivo, a la cooperación y a la asociación entre los diferentes seres que lograron acceder a los frutos maravillosos que el árbol poseía. Este mito es común entre varios pueblos de la Orinoquía y Amazonía.

Asimismo, después de navegar un rato en internet y tras analizar de manera superficial las reacciones y comentarios de varios usuarios sobre la Minga, recordé con algo de nostalgia los folletos y panfletos que hacíamos con unos compañeros y compañeras de la universidad para sensibilizar a la gente sobre la violación de derechos humanos en general y de los pueblos indígenas en particular. 

En ese entonces era difícil que la gente saliera a la calle a apoyar las reivindicaciones que los pueblos indígenas venían haciendo desde hace años. Ahora parece que el escenario es otro, o por lo menos se percibe en la sociedad colombiana un sentimiento más cercano a la solidaridad que al de la apatía. 

Entre las publicaciones que leí en redes sociales había varias con enfoque pedagógico que explicaban, por ejemplo, el origen de la palabra “minga”. “La mink’a en quechua”, “solicitar ayuda”; “trabajo comunitario”; “trabajo común”. “Minga, tradición milenaria”; “minga institución precolombina”. También había algunas publicaciones que iban más allá y que diferenciaban de manera clara “la minga” como trabajo comunitario y la Minga Indígena como un movimiento concreto que surge en el suroccidente colombiano para la reivindicación de sus derechos. 

El punto es que una no puede entenderse sin la otra pues justamente lo comunitario, la unión, la cooperación y el apoyo colectivo son el germen y sustento del movimiento. Algo difícil de comprender para algunas de las almas individualistas que suelen habitar la gran ciudad tanto en el norte como en el sur global, y que por lo general cuando enuncian el “nosotros” lo hacen para defender unos privilegios fundados en la opresión y subordinación de los “otros”. 

Sin embargo, esta forma de trabajo comunitario asociado como propio de los pueblos originarios de la cordillera de los Andes, es algo que podemos encontrar en muchos otros rincones del continente americano y sobre el que, a mi parecer, deberíamos empezar a aprender. Y por aprender no me refiero a conocerlo sino a interiorizarlo y a asumirlo como una estrategia de lucha y de movilización social en muchos otros escenarios y espacios. 

Ésta efectivamente no es una idea nueva, pero por alguna razón siento que en el momento de la historia en que nos encontramos, con la pandemia como consorte, el colapso de las democracias y una Colombia desangrada, necesitamos tener de dónde agarrarnos para mirar el futuro a los ojos. 

Mi apreciación y admiración por la minga no es nueva, es algo que me acompaña desde hace años, pero que además pude comprender gracias a las enseñanzas y a la infinita generosidad que el pueblo sikuani, y en particular las gentes del resguardo Wacoyo han tenido conmigo. 

Para este pueblo el trabajo comunitario se llama unuma. Los abuelos y sabedores sikuani narran que el primer unuma lo hicieron los héroes culturales cuando tumbaron el árbol del Kalibirnae, un majestuoso árbol que emergía de la vega del río Orinoco con grandes ramas de las que colgaban una gran variedad de frutos. 

Dos grandes principios del pueblo sikuani: el trabajo colectivo unuma, y la distribución colectiva de los alimentos wakena.

Fue gracias al trabajo colectivo, a la cooperación y a la asociación entre los diferentes seres que lograron acceder a los frutos maravillosos que el árbol poseía. Este mito es común entre varios pueblos de la Orinoquía y Amazonía colombianas como también en otros pueblos de las tierras bajas latinoamericanas como es el caso del pueblo guaraní. El mito es bastante extenso y lleno de detalles. Además, tienen múltiples versiones, pero el núcleo del asunto es que, según la tradición oral, a partir de la tumba del árbol los ancestros tomaron los frutos y las semillas, sembraron la tierra y crearon la agricultura. 

Asimismo, y tal vez esto es lo más importante, fue que nacieron los dos grandes principios del pueblo sikuani que son el trabajo colectivo unuma, y la distribución colectiva de los alimentos wakena. Además, al caer el árbol a la tierra se inició la marchadel tiempo y aparecieron la vida y la muerte. 

La narración sobre cómo los seres ancestrales tumbaron el árbol del Kalibirnae nos ayuda a aprender y conocer sobre el origen del trabajo comunitario unuma. Sobre cómo se pueden establecer convenios colectivos y de apoyo más amplios y sobre la importancia del apoyo mutuo, el trabajo cooperativo y de intercambio para el bien colectivo. Como comenté anteriormente estamos en un momento complejo de la historia. Más allá del clima de incertidumbre que nos ha traído la pandemia, el mundo cada vez más polarizado en el que vivimos nos lleva a situaciones a veces esquizofrénicas en las que es difícil articular la lucha social. 

Los poderes fácticos nos han hecho creer que el cambio es una utopía; algunos nos hemos rendido y quizás estamos embriagados de apatía. No obstante, mi invitación es que no nos rindamos. No normalicemos las políticas de muerte, no nos limitemos a apoyar las luchas de otros, aprendamos de ellas. Apoyemos la minga y aprendamos de ella. 

Pongámosla en práctica, tanto en nuestras luchas como en nuestra vida cotidiana; esa es la trinchera. Escuchemos la lección que nos dan los pueblos en minga, los pueblos en unuma. En lo colectivo, lo comunitario también está el germen de nuestras resistencias, no lo dejemos de lado.  

Doctora en Antropología Social, Magíster en Estudios Amerindios, Máster en Estudios Contemporáneos de América Latina por la Universidad Complutense de Madrid y Licenciada en Antropología de la Universidad Nacional de Colombia. 

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