El origen de la humanidad tiene un claro consenso entre investigadores, coinciden en pleno que la vida humana moderna surgió hace miles de años en África. Es apenas lógico que donde se dio la vida humana haya surgido el lenguaje. Así lo cree el investigador neozelandés Quentin Atkinson, quien sitúa el nacimiento del lenguaje en algún lugar del sudoeste africano. Y amplía la consciencia de la formación de nuevos pueblos en el mundo a partir de la simiente africana. Es el de Atkinson un estudio relevante para comprender el nacimiento de los pueblos y sus lenguas. La aparición del lenguaje, o digámoslo de otro modo de la palabra, multiplicaría como en Babel los sonidos de la humanidad.
Era el fin perverso y último, eliminar cualquier vestigio de racionalidad en la humanidad de hombres y mujeres con fines netamente económicos. Surge entonces, el término raza para poner en relieves a unos y rebajar a otros.
El lenguaje escrito o verbal tiene un poder inconmensurable. Es lo que pienso y creo frente a una expresión muy popular, sobre todo en los Estados Unidos y que carrera hizo en el mundo occidental. Además, de un término que es usado de manera casual si se quiere entre poetas, escritores, historiadores, investigadores, políticos, y lógicamente en la comunidad global. La gran prensa parece partir por la mitad la fruta más dulce, cada vez que le da uso a esa expresión y al término que pondré en disensión. La expresión altisonante que me produce un absoluto rechazo humano y étnico, es esa que señala que los hombres y mujeres descendientes de africanos, somos “de color”, la otra que me produce igual abominación es la palabreja “raza” que surgió en los albores del siglo XVIII para hacer una clasificación de los humanos con base en su apariencia física, social y cultural. Fue esa clasificación la que dio origen a los procesos de esclavización. Y encontró sustento teórico en los trabajos de importantes “científicos”, que le dieron fundamento a la maldad desde la biología del reino animal. La Biblia en su magnitud espiritual fue determinante cuando oculto la compasión y el entendimiento propio entre seres humanos y avaló el tráfico infame y estableció un tribunal de corrección de los distintos saberes de los pueblos originarios, a través de la mal llamada “Santa Inquisición”. Aún sigue sin reparaciones múltiples crímenes cometidos contra millones de africanos.
Pero fue todo un proceso estructural y Joseph Conrad usaría su corazón lleno de tinieblas para que se instrumentalizara legítimamente a los africanos. En contraposición resalto el ensayo de Chinua Achebe. Una imagen de África: Racismo en El corazón de las tinieblas de Conrad.
Debo puntualizar antes de exponer las razones de mi rechazo e invitación a que no se siga usando de ese modo la expresión y la palabreja expuesta. Es que cuando nuestros ancestros fueron secuestrados en África, para ser esclavizados en Europa y América, lo que se buscaba era rebajar a la categoría de animales irracionales, cosa u objeto a esos seres humanos. Era el fin perverso y último, eliminar cualquier vestigio de racionalidad en la humanidad de hombres y mujeres con fines netamente económicos. Surge entonces, el término raza para poner en relieves a unos y rebajar a otros. El término se aplicó por mucho tiempo y su uso infinitivo generó de manera consciente, en los bárbaros esclavizadores, una pirámide, donde los hombres y mujeres de ascendencia africana, ocuparon por eternidades el último lugar, y quienes los esclavizaron aparecían en la cúspide, ostentando una supremacía humana que jamás tuvieron. Creo que el descubrimiento del genoma humano, en tiempos de Bill Clinton, presidente para la época de los Estados Unidos le dio un giro a esa mirada que menoscaba desde la ciencia, la historia, y el arte en general, las humanidades de los africanos y posteriormente de sus descendientes. El descubrimiento planteó una de las últimas grandes revoluciones del mundo viviente, cuando estableció, que las diferencias entre seres humanos no resultan ser estructurales, como se creía, y simplemente dejó en claro que la diferencia entre humanos, eran fenotípicas, y correspondía porcentualmente a un 0.4 o 0.6 de su misma humanidad.
El genoma dejó para siempre de lado la creencia de que los blancos tenían diferencias sustanciales en la composición de sus ácido desoxirribonucleico (ADN) con los descendientes de los africanos. Seguro ese descubrimiento produjo una conmoción en quienes consideran la pureza de ciertas razas, y la inferioridad de otras, y aunque un amplio sector de la comunidad mundial, sigue comportándose como si tal descubrimiento no existiera, eso no contradice de ninguna manera a la realidad. La realidad jamás se ha dejado mentir.
Es un imperativo que los investigadores, historiadores, medios de comunicación y la comunidad global, le empiece a dar la justa connotación a la cuestionada frase y la palabreja “raza”
Lo otro que da cierta grima es ver que los afroconscientes y sentipensantes siguen alargando ese discurso propuesto por los blancoides e insisten en repetir desde estadios diferentes que los hombres y mujeres de ascendencia africana somos seres de color, cuando probado está científicamente, que para que surja “el color negro” deben mezclarse los colores primarios. Lo que afirmo bajo ese sustento es que en la especie humana, si alguien no es de color somos los afrodescendientes. Claro que para el “blanco” y el blanco mestizo nombrarnos de ese modo va en línea con la acritud de los esclavistas y sus descendientes. La expresión y la palabreja insisten en la cosificación de lo humano de descendencia africana. Lo que se plantea es que los descendientes de los africanos no olvidemos que alguna vez fuimos considerados piezas.
¿No son acaso los objetos a los que se les da un determinado color para identificarlo? Era un imperativo que la valiosa mercancía tuviese un rótulo que la unificara, que fuera fácilmente identificable y a la vez produjera efectos negativos en sus racionamientos. Por eso lo llamarían “negro” y lo asociarían a todo lo perverso, caricaturesco y malo. Valdría la pena revisar que se pensaba del ser “blanco” en la Grecia antigua. El blanco era algo que los griegos asociaban a la debilidad, a la falta de carácter. Es evidente que los conceptos varían según la época y quien los emplee. Es un imperativo que los investigadores, historiadores, medios de comunicación y la comunidad global, le empiece a dar la justa connotación a la cuestionada frase y la palabreja “raza”. Creo que la lucha contra el racismo por lo menos en el debate humano, académico, artístico y social ganaría muchísimo. Más allá de la llamada discriminación positiva que a menudo nos hace caer en las trampas ajenas y propias.