Moscú es como la Ciudad Gótica de Batman. El de los dibujos animados que combina en sus computadoras piezas de tecnología digital con palancas, poleas y otros artefactos mecánicos. Los restos de la era soviética cubren la ciudad de la nostalgia que se siente por las esperanzas rotas. La atmósfera moscovita evoca la visión de futuro imperante en los años 50 y 60. Los y las que imaginaron esos futuros en la URSS, en Europa o EE.UU., nunca los vieron hacerse realidad, pero vivieron esperanzados, moviéndose hacia ellos. Les proveían una buena razón para vivir, eran útiles. Utopías, las llamábamos en el lejano siglo veinte.
Todo indica que estamos viviendo la versión distópica de futuro que incluye la amenaza real de extinción de la humanidad. Ni los mejores científicos se atreven a pronosticar lo que podremos estar viviendo en cincuenta años. Solo se ofrecen posibles escenarios que varían de acuerdo a como se vayan manifestando los cambios en el planeta.
En contraste, nosotros somos las primeras generaciones de seres humanos que estamos habitando en la idea de futuro que se fue consolidando desde que éramos niños, o al menos en gran parte de ella. Mucho de lo que nos ofrecían las películas de ciencia ficción de los años 60 y 70 ya existe. Son cosa de uso diario para muchos, desde las videollamadas hasta aparatos que encienden las luces o cocinan y a los que damos ordenes cual miembros de alguna realeza. El Laptop y el Smartphone son quizás los mejores ejemplos de esta nueva era. Sirven hasta para levantarse contra golpes militares, como en Myanmar. Pero esa idea de futuro en la que existimos también incluye el ascenso global de grandes corporaciones y su gradual toma del poder político, la aparición de archimillonarios al estilo Lex Luthor, gobernantes como Trump, la crisis climática y una larga lista de catástrofes y extinciones.
Todo indica que estamos viviendo la versión distópica de futuro que incluye la amenaza real de extinción de la humanidad. Ni los mejores científicos se atreven a pronosticar lo que podría pasar en cincuenta años. Solo se ofrecen modelos que varían de acuerdo a como se vayan manifestando los cambios en el planeta. En el camino se van arreglando las cargas, una ruleta rusa. A pesar de que esta semana llegarán a Marte tres sondas espaciales enviadas desde la tierra por tres países diferentes, para grandes contingentes de jóvenes la realidad en el planeta significa una vida llena de precariedades, donde lo más elemental puede costarles la vida. Son las grandes mayorías que viven en el no futuro, como el colombiano Rodrigo D.
“La mayoría de manifestantes son jóvenes de barrios marginales que no saben ni el nombre del presidente, son antisistema, pero para ellos el sistema incluye todo, a la izquierda, los sindicatos y organizaciones de derechos humanos, se sienten por fuera de todo eso, se han criado en las calles, sin empleo, en los estadios de fútbol, solo piden una esperanza para vivir”.
El pesimismo y el escepticismo parecen ir transformándose en el surgimiento de una ola nihilista que amplía la brecha generacional y tiene a los jóvenes como protagonistas. No se acepta creer en nada, ningún sistema, todas las promesas de futuro tan ofertadas en el siglo veinte fueron falsas.
Así describen un periodista y un defensor de derechos humanos residentes en Túnez a los manifestantes que desde el 14 de enero tienen ardiendo las calles del país. Señalaron también, en entrevista para el diario El País de España, que los jóvenes de los partidos políticos se manifestaron, pero por separado, sin mayor impacto. Algo similar a lo vivido en Chile durante las revueltas del 2019 que llevaron a una Asamblea Constituyente. Algo parecido a lo de Ecuador durante las protestas contra el paquete neoliberal de Lenin Moreno y a los primeros levantamientos de este año en Perú. En Myanmar, luego del golpe militar, los jóvenes punkeros fueron de los primeros en tomar las calles y se mantienen en primera línea de la protesta.
La misma historia se podría contar sobre los jóvenes de las últimas revueltas en Barcelona, la insurrección del 2019 en Bogotá, los levantamientos contra las medidas sanitarias en Los Países Bajos y las manifestaciones de los chalecos amarillos en Francia. La idea de futuro, de un horizonte plausible hacia el cual moverse cada día, empieza a difuminarse en una realidad cada vez más líquida. Sin espacio para las utopías, las expectativas e identidades políticas de las nuevas generaciones, víctimas del sistema, cambian, son manipuladas o desaparecen.
El pesimismo y el escepticismo parecen ir transformándose en el surgimiento de una ola nihilista que amplía la brecha generacional y tiene a los jóvenes como protagonistas. No se acepta creer en nada, ningún sistema, todas las promesas de futuro son falsas. Las imágenes de saqueos y estaciones de policía o edificios gubernamentales en llamas o sitiados ya son comunes hasta en Washington. La rabia contra las desigualdades es parte de la ecuación. Por eso la operación de sabotaje de compra de acciones de GameStop resulta tan atractiva. El verbo venganza se empieza a conjugar como nunca antes en política. Estamos posiblemente ante una de las nuevas formas de lucha para esta época. Muchas otras tendrán que surgir. Las nuevas generaciones buscan soluciones posibles, no sólo deseables, a corto plazo. Se mueven por acciones contundentes, de resultados inmediatos, y que vayan saldando las cuentas con los ricos. No creen en propuestas de futuro color rojo, rosa o azul. No les basta con el sermón de una buena utopía.
“Me temo que viven con la idea de que no hay futuro por la destrucción que hemos causado en el planeta. Pienso que el activismo ecológico es más que parte de la lucha, es la precondición para todas las luchas”, dijo Judith Butler.
Entre tanto, la izquierda binaria, la que todavía hace política ofertando infalibles sistemas de felicidad, como en el siglo pasado, tarda en conectar con la nueva realidad. Como lo explica Yezid en este artículo, esa izquierda binaria ve todo en blanco y negro, no acepta matices. Ellos allá y nosotros acá. No se comunica con esos jóvenes desesperanzados. Mientras que Bad Bunny les habla de feminismo y dignidad, Pablo Iglesias se trenza en una discusión desquiciada con el Rubius, el youtuber más famoso de España. En Ecuador, por primera vez en la historia, las izquierdas son absoluta mayoría en las elecciones presidenciales, todo un hito en la historia de América Latina, pero el pensamiento binario no entiende ciertos temas, o los distorsiona, como el del medio ambiente, y prefiere minar los puentes de unidad. Hay gobernantes de izquierda que se oponen al aborto legal y tenemos otros autoproclamados progresistas que negaron la existencia de la pandemia hasta que ya era demasiado tarde. Ninguno rechaza con contundencia los combustibles fósiles y el extractivismo, ahí podemos incluir al presidente Argentino.
En un video lanzado por The British Academy el 9 de febrero, entrevistan a la legendaria académica y activista de la tercera ola feminista Judith Butler. Cuando le preguntaron qué les diría a los jóvenes de hoy, respondió “me temo que viven con la idea de que no hay futuro por la destrucción que hemos causado en el planeta. Pienso que el activismo ecológico es más que parte de la lucha, es la precondición para todas las luchas” y recomendó la creación de una amplia alianza de feministas, trabajadores, estudiantes, jóvenes, con las ideas de un socialismo renovado, profundamente ecológico y de carácter global. Butler se declaró impresionada por lo hecho por el movimiento Ni Una Menos en Argentina y el colectivo Las Tesis de Chile, por estar creando alianzas alrededor del feminismo, pero también alrededor de derechos laborales, contra el extractivismo, contra la violencia policial. Feminismo popular o de la cuarta ola dirían mis valientes compañeras en la Argentina. Ojo, Comején, de cómo se transforme esa izquierda binaria también depende si seguimos encaminados hacia un nihilismo autodestructivo o se construyen nuevas esperanzas.