Brasil está en camino de ser el segundo país con más muertes por Covid 19 en el mundo. Hay más de 250.000 vidas perdidas en una nación cuyo gobierno está tratando de lavarse las manos ensangrentadas. Los responsables de este aterrador resultado continúan burocratizando el proceso de compra de vacunas mientras reducen la burocracia en la compra de armas. Implantan un clima de confusión sobre las reglas sociales frente a la pandemia y culpan a las instituciones democráticas de todos los problemas.
En el Ministerio de Salud está un General inepto, subordinado y cómplice de Bolsonaro. Responsable junto a él por la muerte de miles de brasileños y de uno de los episodios más tristes de nuestro país, el asesinato de más de 30 personas en la ciudad de Manaos por falta de oxígeno en los hospitales.
El Tribunal Supremo Federal ha sido el principal blanco del Gobierno. Cuando encuentra oportunidad, Bolsonaro llama a sus seguidores a atacar a los ministros y pedir el regreso de la dictadura militar. Su fascinación por este período no es nueva, desde que era diputado coqueteaba con el colapso institucional. Hoy cuenta con el apoyo de las Fuerzas Armadas y la Policía Militar. Los coopta a través de empleos en el aparato estatal. Casi 10.000 militares en ministerios e instituciones clave del país como la Fundação Nacional do Indio (FUNAI), Vigilancia Nacional de Salud Agencia (ANVISA), Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales (IBAMA), Petrobrás en entre otros.
Ya estamos pagando un precio alto por esto. En el Ministerio de Salud, por ejemplo, tenemos a un General inepto, subordinado y cómplice de Bolsonaro. Responsable junto a él por la muerte de miles de brasileños y de uno de los episodios más tristes de nuestro país, el asesinato de más de 30 personas en la ciudad de Manaos por falta de oxígeno en los hospitales. El Ministerio de Salud fue notificado días antes y no hizo nada.
Estamos asombrados de presenciar esta barbarie mientras el palacio del Planalto derrocha en compras a precios excesivos. Son millones de reales en carnes de primera, mariscos, cervezas e incluso leche condensada en un país que ya tiene más de 10,3 millones de personas que padecen hambre.
Con la caída del apoyo popular por el cese de las ayudas de emergencia, la ausencia de un plan de vacunación nacional y el descubrimiento diario de la corrupción, Bolsonaro reacciona con autoritarismo y amenaza con un golpe de Estado. La semana pasada usó a un parlamentario para decir lo que le gustaría. El diputado Daniel Silveira, un ex policía militar que fue expulsado por faltas graves en el servicio y conocido por romper una placa en honor a Marielle Franco, la lideresa asesinada por milicianos en marzo de 2018. Daniel Silveira agredió a miembros de la Corte Suprema y grabó un video en el que declara su deseo de volver a AI5, un instrumento de extrema violencia utilizado en la dictadura. La acción del supremo fue inmediata y decretó la detención del diputado. Lo que iba a constituir una acción ejemplar de la democracia contra el extremismo fue tildada por los seguidores de Bolsonaro como antidemocrática.
Lamentablemente, Bolsonaro ha encontrado un escenario de desmovilización de la sociedad para articular el más vil de sus viejos deseos.
La narrativa bolsonarista busca demonizar a las instituciones, partidos y movimientos que luchan por el Estado de Derecho. Y este extremismo no ha sido patrocinado solo por sectores nacionales simpatizantes del ‘fascismo nazi tupiniquim’ sino también por dineros que provienen del exterior. El ministro del supremo Dias Toffoli declaró que recursos financieros internacionales están patrocinando fake news y acciones reaccionarias en Brasil. Nos queda saber quién y con qué propósito.
Los movimientos sociales resisten este escenario de terror y buscan la articulación de la sociedad. El Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) y la Central Única de Trabajadores (CUT) crean estrategias para unir a la población en protestas seguras. Organizaron carros por todo el país exigiendo la devolución de la ayuda de emergencia y la vacunación para todos. Sin falso optimismo, las protestas no han tenido suficiente apoyo popular. Creo que el partidismo de los movimientos ha creado barreras con un pueblo todavía resentido. Lamentablemente, Bolsonaro ha encontrado un escenario de desmovilización de la sociedad para articular el más vil de sus viejos deseos. Mientras tanto, sigue la política de exterminio de brasileños y brasileñas cuyas vidas podrían haberse preservado. Creo que para un genocida megalómano y vago, nada mejor que la ayuda de un virus.