“… me pone triste el hecho de que este virus llegó en mi infancia, cuando más estaba disfrutando de la vida, y me asusta que la recuperación total del Covid tarde mucho, tanto que cuando termine ya no sea una niña y me haya perdido de la libertad de ser un niño…”(Monólogo de una niña de 5° grado)
No vemos la hora de regresar a las clases presenciales. Bastantes lecciones nos ha dejado este largo confinamiento, y tal vez las que más sentimos, las que más hemos interiorizado es que nada reemplaza los espacios de encuentros cotidianos como la escuela, la clase, el grupo. Nos hemos visto privados durante muchos meses del apretón de manos, del abrazo, la cercanía de los rostros, la lectura de los gestos, las palabras a viva voz. Cuando se está presencial, con un grupo, se siente una extraña complicidad, como si en el ambiente flotaran los afectos, esos lazos invisibles que se van agigantando en el viaje compartido, en las charlas cotidianas, en la expresión de los dolores, las preocupaciones, los sueños y las tristezas. Con los grupos donde damos clases o con los que interactuamos por nuestro rol en las instituciones educativas vamos creando una segunda familia.
Cada día nos miramos a los ojos, sonreímos, conversamos y nos sentimos partícipes de proyectos formativos. Es una verdadera fiesta el encuentro cotidiano, mutuamente nos hacemos sentir que importamos y que nos hacemos falta, recordamos a qué destino le apuntamos y vamos trazando rutas que se enriquecen en la curiosidad y las preguntas de los niños y niñas. Ahora, con este largo tiempo de encierro, con esta experiencia de la educación virtual, de la educación distante, tenemos mayores razones para comparar y exaltar las bondades de la educación presencial.
Con mis maestros me nutro de sus experiencias con la educación virtual. Coinciden en que han aprendido sobre el manejo de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), en estos quince meses, y su utilidad en los propósitos educativos, lo que jamás había pasado por sus cabezas. Han intentado por todos los medios mantener el vínculo con los estudiantes, despertar su ánimo, tenerlos conectados a sus propuestas de aula, pero ya sienten el cansancio de estar todo el día frente al computador, sienten la impotencia de que algunos escapen “alegremente” de sus clases y se quejan de la distancia “real” que se crea con los estudiantes. No es fácil descifrar lo que pasa por la mente de nuestros estudiantes, y los mismos niños manifiestan agotamiento con una modalidad que se torna más impersonal cuando algunos docentes caen en el “simple envío de guías”.
“Por favor, Germán, prende la cámara…Germán, si no la prendes deberé enviarte a la sala de espera…Germán, Germán, contesta, ¿estás ahí?”, un escenario bastante repetitivo en la modalidad de educación virtual. Otro niño confiesa abiertamente: “Profesor, no coma cuento, los que más se ven atentos, los que miran tan fijamente la cámara, realmente están mirando su celular, contestando WhatsApp, están en YouTube o en algún juego en línea…admito que yo mismo lo he hecho”. “¿Y por qué te saliste de clase ayer?”. “Profe, se me cayó el Internet”.
“Toca la próxima clase, el profe saluda, asigna trabajo, lo hago, se despide y toca la próxima clase, el profe saluda, asigna trabajo, lo hago, se despide… Estoy exhausta, exhausta de la rutina que se repite día tras día, exhausta de no poder ver a mis amigos, exhausta de estar encerrada con mis pensamientos y exhausta de que nada cambie… ¡Ya no aguanto! Cálmate, por favor. ¡No! ¡Necesito volver al colegio y necesito volver a tener clases normales!”. Es una producción escrita de una niña de grado quinto. Su nombre es Gabriela. Ha tenido la oportunidad de ir en alternancia a su colegio y aun así expresa su molestia cuando debe confinarse una semana en su casa y estar ocho horas “sembrada” a un computador. El profesor que me comparte esta producción escrita me advierte que se trata de una jovencita bastante madura para su edad, que ha sacado provecho de la educación virtual. “Estamos evidenciando en nuestros estudiantes picos preocupantes de cansancio con esta modalidad virtual y los mismos maestros comienzan a sentir los estragos de estar tantas horas frente a las pantallas de los computadores, yo mismo no veo la hora de volver a mis clases normales y retomar las dinámicas que posibilita la presencialidad”.
Nada volverá a ser lo mismo. Esta inmersión abrupta en la educación virtual ha permeado drásticamente la manera de concebir los procesos educativos. No es posible volver al esquema de las clases tal como los docentes las realizaban antes de la pandemia, sería como un regreso al antiguo estrado: la tiza, la almohadilla y el tablero. No, ni estudiantes ni maestros pueden concebir ya esos espacios cuadriculados de las viejas aulas de clase. Los maestros entendieron que las tecnologías deben ocupar un lugar transversal en los asuntos educativos, toda vez que el mundo se comunica, navega, comparte sus universos culturales y entrelaza sus economías a través de las redes virtuales. Ya no hay lugar a la satanización del uso de los recursos informáticos en las clases y menos a permanecer pasivos en la exploración de todo lo que nos ofrecen las redes digitales. La nueva normalidad ha empujado a los maestros a ingeniárselas para sorprender a sus estudiantes en unos nichos virtuales que niños y jóvenes ni siquiera conocían y para cuestionar el famoso mito de los “nativos digitales”.
En las reuniones que realizo periódicamente con los maestros de la institución que lidero, reflexionamos sobre este punto de quiebre al que nos ha llevado este largo período de aislamiento preventivo. No es posible regresar con “más de lo mismo”, no es posible que sigamos con ese repertorio de asignaturas desconectadas entre sí y, peor aún, desconectadas de la realidad. Considero que deberíamos recogerlas en tres bloques relacionados con las competencias que requieren nuestros estudiantes para forjarse como ciudadanos globales. Estas son: competencias comunicativas –que incluye el dominio del inglés-, competencias digitales o tecnológicas y competencias ciudadanas. Bloques de áreas que deben girar en torno a proyectos de aula o proyectos productivos que tengan relación con necesidades y problemáticas de las comunidades o con “el perfil del estudiante” que cada comunidad educativa postula en su Proyecto Educativo Institucional (PEI).
Hay gran expectativa por parte de los estudiantes y de los maestros por el anuncio esperanzador que ha hecho el gobierno de que pronto volveremos a las aulas de clase. La mayoría de los maestros ya se aplicaron la primera dosis de la vacuna y en este mes se estarían aplicando la segunda. Esto garantiza la asistencia de todos los maestros a sus centros educativos. Es un regreso saludable para todos, es algo que me llena de regocijo. En este período crítico en que está sumido el país hace más de 36 días, considero que regresar a clases es inaplazable, va a servir para oxigenar el ambiente tenso en que vivimos.
No para eludir sus causas, sino para unirnos a pensar el país que soñamos, el país que nos merecemos. También para hacer nuestro propio mea culpa –individual y grupal- respecto al desorden de cosas que hemos alimentado, que hemos consentido y en el que nos acomodamos para defender “nuestra zona de confort”. Cada uno que examine su conciencia y determine si va a hacer parte de los cambios que están jalonando los jóvenes o, de lo contrario, que tenga el valor moral para dar un paso al costado.
Vamos a llegar distintos a nuestras escuelas, vamos a llegar renovados. Necesitamos hablar y escucharnos. Cuántos silencios guardados detrás de la virtualidad, cuántas lágrimas derramadas a escondidas, cuántos gritos de rabia, de dolor, guardados. Cuántas familias golpeadas emocionalmente por el confinamiento, cuántas sufriendo penurias económicas por causa de la pandemia. Cuántas cosas por hacer, cuántos asuntos por resolver de manera conjunta. Es un remezón que despertará a muchas escuelas de su letargo y que nos invita a unirnos –como dice la canción- al baile de la reconstrucción nacional.
Me atrevo a pensar que hemos llegado a un estado de cosas en que no basta un cambio de piel. Es inapelable un cambio en nuestra espiritualidad, en nuestros usos éticos. No más excusas. Dejemos de echarle la culpa a los otros, revisémonos y cambiemos. No hagamos más parte de la quejadera, hagamos parte de las soluciones que el país reclama. Unas soluciones que tienen su raigambre en la cobertura y la calidad educativa.
Necesitamos encontrarnos para festejar que salimos vivos de esta pandemia. Necesitamos encontrarnos para comprometernos con el nuevo país que se asoma en el horizonte. Necesitamos estrechar nuestras manos para sentirnos fuertes y unidos en los mismos sueños, en los mismos propósitos. ¡Necesitamos regresar ya a las escuelas!
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