¿Qué les queda por probar a los jóvenes en este mundo de paciencia y asco? (Mario Benedetti)
Rápidamente se acerca el mes de julio de este 2021. En efecto, tal como estaba pronosticado en alguna profecía (usted busque y la encontrará) ha sido un año de cambios, de convulsiones, de cerrar etapas, de derrumbar puentes obsoletos, de remover estructuras, de cerrar puertas y clausurar edificaciones.
Con mi país en llamas, he caminado despacito sobre los escombros, a tientas, con poca luz. A pesar de los miedos empecé a recorrer lugares viejos pero desconocidos, casas inhabitadas desde hace años, recónditos espacios de la memoria que desconocía, porque esos puertos en donde ya durante mucho tiempo había anclado mi barco, ardieron ante la mirada incauta de propios y extraños, y ese incendio, publicitado y anunciado por las aves de rapiña, consumió desde adentro mis ganas de continuar.
Sin embargo, ahí estaba la ansiedad militante, el corazón enardecido por el grito de “a la carga” en alguna manifestación de este largo mes y medio. Quizás lo escuchaba, opacado por el zumbido del aire acondicionado de esta oficina/cuarto que, como yo, se resiste a prescindir de las ganas de luchar, de caminar hombro a hombro, hombre a hombre, mujer a mujer, sabiendo plenamente que la transformación de la sociedad se da allí en donde la gente “grita, canta y rabia como pueblo” por un futuro mejor, distinto, más hermoso y menos desigual.
Mi oficina, casa, hogar, corazón, se resiste a caer bajo el manto del tedio administrativo. La adorno con sonidos que me recuerdan que la música salva, y que cantar en días lluviosos me alegra la jornada; andan por ahí unos cuantos posters que hablan/gritan la consigna, una estampita del Che, un león que me recuerda que soy fuerte y bravía, un Martin Luther King que me dice avanza, y un reloj que nunca ha dado la hora. Hay también por aquí y por allá, una que otra flor marchita, una máscara de la muerte que también llevo tatuada, esa comadrita que me recuerda que pa’ morirse solo falta estar vivo. Adornada está también con rastros del Carnaval de mi Barranquilla, de La Arenosa, esta ciudad tan mía, en donde he sido otras yo, Violeta, Lilith, LiliLó.
Mi(s) soledad(es) en estas épocas de cuarentenas se confabula(n) con el pitufo que vigila mi computador, ese, que con su dedo índice señala cada movimiento de mis manos, cada mirada, cada videollamada, cada segundo que transcurre, y que con sus cejas negras y sombrerito blanco me dice: hoy no has hecho nada. Justo ahí empieza la retahíla de dimes y diretes entre Frida, el Che y Lennon, para hacerme sentir remordimiento. Entonces, me asaltan los pesares, el “no te salves” de Benedetti carcome mis conexiones nerviosas y colapso.
Despierto al rato y me percato de que esos seres imaginarios habían logrado su cometido, han irrumpido en la tranquilidad de mi conformismo, en la hermosa pausa sin preocupaciones, en la insoportable levedad de mi vida nada puede ser igual. Requiero entonces retomar la lectura, aguzar mis sentidos, abrir ojos, oídos, y sobre todo la boca para explicar, para contar, para gritar, para decir eso que mi cabeza entiende y por ende critica, para decirles a “las gentes” oye tú, ahí, si tú, ese que está sentado cómodamente frente al televisor o frente al computador… despierta.
Sí, tú, mira, hagamos un trato, te invito a salir conmigo, te invito a caminar de mi mano por estos caminos en donde abunda la ignominia para que observes, para que te duela tanto como a mí, y que ese dolor, sea tan grande, tan fuerte, tan poderoso que lo único en lo que puedas pensar es en cambiar lo que sucede, en que es necesario subvertir el falso orden de las cosas y ponerlo nuevamente sobre sus pies.
Es difícil, lo sé, he estado allí en ese letargo cadencioso que te arrulla, que te adormece y no te deja pensar, pero una vez que lo intentas verás que no estamos solos, que somos miles los que gritamos, que podemos vencer el miedo, que podemos vencer el tiempo, el desgano, el tedio, y encuentras sonrisas y amores, y entiendes lo que es la humanidad y que por ella vale la pena arriesgarse a llevarle la contraria a los epitafios que sentencian el silencio, a los mercaderes de tristezas, a los que pintan de gris los arcoíris. Que vale la pena soñar que otro mundo realmente es posible, pero sobre todo necesario. Recuerda, te lo susurro suave al oído “… no te pienses sin sangre…”, porque qué les queda a los jóvenes, sino las inmensas ganas de luchar, “…sobre todo les queda hacer futuro, a pesar de los ruines del pasado y los sabios granujas del presente.