Este fin de semana han debido ser las elecciones para comenzar a revitalizar al Polo Democrático Alternativo (partido fundado en los años 2000 y que desde entonces es una de las principales fuerzas de oposición en Colombia). Como todos los partidos con personería jurídica, el Polo debe convocar a sus miembros, organizar un Congreso y elegir a sus instancias directivas.
A la hora que escribo estas líneas, es decir 48 horas antes de dicha elección, se confirma un rumor que andaba circulando: varios de los actuales directivos del Polo han optado por aplazar estas elecciones. ¿Las razones? Una es que el Polo de 2021 no recogerá cientos de miles de votos para este Congreso interno, como en el pasado, sino una fracción mucho menor. Otra, que quienes hoy están en los puestos directivos no quieren rivales ni discusiones de cara a las decisiones electorales de 2022. Por supuesto, nada de esto se dice en público. Se usan otros pretextos, como tutelas, la pandemia, o algún problema técnico con el voto electrónico.
Es verdad que el Polo ya no es lo que fue. Ha perdido a varias de sus grandes figuras -por muerte, peleas internas, decisión de irse solo o en otras coaliciones. Pero aun guarda algo de su prestigio, y por eso muchos colombianos, incluso no inscritos en el partido, veían con buenos ojos que por fin se celebrara un congreso (han pasado más de seis años desde el último Congreso y éste no se ha vuelto a convocar).
La cancelación a última hora de esas elecciones no es una buena noticia. Hoy, como nunca, un partido de izquierda, democrático, transparente y paritario, hace mucha falta en Colombia. El Polo podría jugar un papel importante, o incluso determinante, para pasar de la indignación diaria a la deliberación dentro del campo político, siempre y cuando se abra a personas y debates nuevos.
¿Por qué siguen siendo importantes los partidos políticos?
La mala imagen de los políticos y la política lleva ya varios lustros en Colombia. En Colombia, ser político es considerado, por muchísimos sectores de la población, igual que ser corrupto, al punto que las palabras “política” y “corrupción” se han vuelto sinónimos. Por desgracia, la izquierda no escapa a esta asociación de ideas.
Así que el primer obstáculo a vencer es ese, el descrédito de la política y la desconfianza hacia los partidos y los políticos. Por supuesto, la izquierda debe dotarse de órganos de sanción severos frente a comportamientos de corrupción. Pero esto no bastará. En el imaginario colectivo -y esto sucede muchos países- la perennización de las mismas figuras políticas en los partidos implica, a la vez que un desgaste, una distancia con los ciudadanos.
Los diputados son vistos como privilegiados (por notoriedad, elevados salarios), como “notables” incrustados en aparatos políticos que se cortan de los problemas del común de la gente. Así que una mayor rotación de los políticos de izquierda garantiza no solo la renovación de sus fuerzas vivas, también acordona las tentaciones de caer en prácticas corruptas.
¿La categoría de “izquierda” es útil o es preciso usar otras categorías?
En Colombia se ha logrado posicionar la idea de que el comunismo es totalitarismo, el socialismo, tiranía, y la izquierda una amenaza contra el pueblo. Es preciso cambiar este discurso. Y esto incluye, claro, explicar qué del proceso venezolano es de izquierda y qué no lo es. La izquierda no debe ser vergonzante. Una izquierda temerosa de afirmarse como tal es lo que buscan los grandes medios de comunicación, que por supuesto son manejados por el poder económico.
La izquierda democrática, en muchas partes del mundo y en Colombia también, ha traído progreso y derechos para las mayorías. Los grandes cambios que benefician al pueblo de Colombia, desde las leyes laborales hasta la regulación de las relaciones con la Iglesia, desde el acceso a la educación hasta el reconocimiento de las minorías étnicas, han sido obra de la izquierda (representada en el pasado en el Partido Liberal, que tuvo un ala de izquierda, o en la Constituyente, que tuvo un sector de izquierda).
Hoy, en estos días de pandemia, movilización, bloqueo institucional y político, se hace aún más importante tener una línea directriz de izquierda. La izquierda y la derecha no tienen el mismo proyecto de país, así empleen un lenguaje similar. La izquierda y la derecha no ponen el énfasis en lo mismo. La línea divisoria es sencilla: la izquierda busca favorecer a las mayorías, allí donde la derecha busca favorecer a unos cuantos -los que han financiado las campañas electorales, los que han sido elegidos con esos dineros, y los dueños de los grandes medios, que repiten día a día las “bondades” de la derecha.
Así, izquierda y derecha hablan, ambas, de “luchar contra las desigualdades”, pero no lo hacen de la misma manera. La lucha contra las desigualdades por medio del impuesto progresivo es un tema de izquierda, mientras que la lucha contra las desigualdades con el impuesto regresivo es tema de derecha. Aumentar el IVA es lo que propone la derecha, allí donde la izquierda propone establecer impuestos más altos para los que más poseen.
Otro ejemplo: un modelo económico que busque proteger a los campesinos y productores locales, así como a la industria nacional, es un programa de izquierda. En cambio, un modelo económico que busque favorecer a un puñado de empresas (en Colombia, diez empresas realizan el 65 % de las exportaciones) y a la banca es un programa de derecha.
Así sucede con casi todos los temas de la agenda política, y con las prioridades del presupuesto nacional. Si se examina, por ejemplo, el gasto de los gobiernos anteriores, se verá que todos le han destinado rubros muy importantes a la “defensa y seguridad”, y muy poco a la educación. Un partido de izquierda propone lo contrario: alta inversión en educación, en salud, y menos importante en defensa y seguridad.
Sin partidos de izquierda en el Congreso, la movilización no conduce a cambios reales
Tras la firma de los acuerdos de paz, Colombia entró a la era de las reivindicaciones sociales de masa. Las movilizaciones han venido en aumento, y congregan cada vez más a una juventud tan determinada como excluida. Las movilizaciones continuarán, con o sin convocatorias sindicales.
Para que esta indignación colectiva se traduzca en acciones políticas, se requieren partidos de izquierda en el Congreso. La experiencia del paro de 2021 lo demuestra. Lo que ganó la calle (por ejemplo, la “matrícula cero”, que les permitiría a jóvenes de escasos recursos ingresar a la educación superior) lo hunden los partidos políticos de derecha (el 16 de junio de 2021, los partidos de derecha hundieron esa propuesta de ley). La izquierda, hoy, no está en posición de contrarrestar en el Congreso ni este, ni otros temas cruciales para hacer disminuir la injusticia social.
¿Se debe desesperar por esta situación? Claro que no, pero es fundamental tomar conciencia de la importancia que, en el sistema político actual, tienen los partidos políticos. Para que la justa rabia no sea un simple estallido, sino una transformación social de envergadura, se requiere una izquierda organizada, vigorosa, renovada y deliberante. ¿Defraudará el Polo? Esperemos que no, pero ayer es tarde.