Sí, teníamos la percepción de que habíamos llegado tarde a todo, cuando lo que buscábamos ya hacía parte de la historia. Menos en el amor. Cuando empezamos a nutrirnos de la historia, Fukuyama nos advirtió que con el colapso de la Unión Soviética la historia había terminado. Porque, según el filósofo japonés-norteamericano, es la lucha de clases la que impulsa la rueda de la historia. Al derrumbarse el campo socialista, se daba por descontado que el liberalismo había triunfado sobre la lucha de clases, y sin lucha de clases no hay historia. Con el tiempo estamos viendo que no solo continua la lucha de clases, sino que el liberalismo, incluso el neoliberalismo, están entrando, ahora sí, al fin de su historia.
Cuando empecé a escribir algo que para mí era poesía, me dijeron que había mucho poeta en el mundo. En Colombia se decía que, si alzas una piedra, allí te encontrabas a un poeta. Al llegar a España me encontré con que por cada siete poetas había un lector de poesía. Y cuando empecé a escribir novela, anunciaron en toda la tierra el fin de la novela. Incluso el fin del arte. Para los escritores de habla hispana había un muro supuestamente infranqueable: el Boom latinoamericano. Aparentemente, también esa generación nacida entre el 50 y los 70 había llegado tarde a todo. Incluso cuando nos echamos a la espalda el sueño de la rebelión armada para liberar a nuestros países, los Beatles nos dijeron que era mejor hacer el amor que la guerra.
Ahora se anuncia con vehemencia el fin del amor. Esa utopía romántica que abrazamos con fuerza ya no existe. Los que soñamos con ella llegamos tarde, cuando todo tipo de relaciones sociales se habían sometido a reajustes sociales de acuerdo a las normas del mercado, sobre todo a una de ellas: la oferta y la demanda.
La primera vez que leí sobre la muerte del amor fue del Nobel García Márquez. Decía él que el amor se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que revivirlo al día siguiente con el desayuno. Después fue al místico oriental Osho: el fin del amor llega en el momento en que uno se casa. Hasta ese instante es amor, aventura, imprevisión, palpitar del corazón y miedo, miedo a perderla, a perderlo. Entonces nos sometimos a la regulación establecida en los códigos, en las tablas religiosas, en las tradiciones y costumbres y firmamos un contrato de pertenencia, de fidelidad, de unidad hasta la muerte. Y es esa firma la que mata al amor.
De ahí en adelante la relación se convierte en compromiso, algo muy diferente a la libertad. Osho no relaciona todas estas conductas con la política y la supremacía económica que impuso el neoliberalismo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Eva Illouz, la socióloga franco-israelí, entrevistada por Xavi Ayén para el periódico La Vanguardia de Barcelona, nos habla del “Fin del amor”, y pone de relieve que hoy es el desamor el que ha tomado las riendas de las relaciones de pareja, pues el individuo de estos tiempos toma como punto de identidad la negación de todo compromiso y contrapone una serie de códigos que reniegan incluso de la intervención de ciertas instituciones como la religión y la familia, que antaño era una norma moral y ética para validar la legitimidad de una pareja.
Aquel vestido blanco que ayer era la honra de la mujer, hoy es cuestionado por ellas mismas al suponer que al negarles la experiencia de la libertad sexual y la aventura del amor, también se les negó una práctica usual en el campo masculino. El motivo de muchas parejas para el divorcio en los últimos años es ese: quieren vivir la soltería que no tuvieron como experiencia y que es fundamental para afianzar la confianza de un amor duradero. Y en este caso coinciden la mística con el comportamiento mercantil de nuestros tiempos.
El grito de poderosos movimientos como el feminismo y la homosexualidad ponen sobre la mesa la libertad sexual, y colocan en un extremo de la balanza esa misma libertad que las instituciones quieren manipular, y al otro extremo los instrumentos que facilitan la conversión de esa libertad en mercancías como marca indiscutible de los tiempos del neoliberalismo, que muchas veces arrastra a su juego las relaciones corporales y sexuales, degradándolas a simples relaciones comerciales.
El pronóstico de Eva Illouz sobre el fin del amor tiene su punto clave en la incertidumbre que reina hoy en todos los ámbitos de la cotidianidad. Las relaciones laborales, políticas y culturales tienen su máxima expresión en el beneficio que puedan aportar estos vínculos. Y para ello, no hay problema si le ponemos valor a la mirada, a la figura de la mujer, al deseo insatisfecho de la muchedumbre.
Entonces hay que regularizar lo íntimo y la intimidad es, básicamente, incertidumbre. “La incertidumbre se ha convertido en un problema sociológico, porque hoy la certidumbre es una anomalía en una relación sentimental. Hoy, entrar en una relación amorosa es introducirnos en un territorio totalmente incierto. No sabemos cuál es la buena conducta a seguir, y esta tremenda incertidumbre no tiene precedentes en la historia. La sociología nos ayuda a gestionar esto. Ojo, no estoy diciendo que los individuos no sean diferentes, sino que hay individuos con muchos más problemas que otros. Los individuos se mueven en instituciones y entornos que no dominan, cosas que no funcionan, y que son constantemente eludidos en la comprensión de los psicólogos en sus terapias”, anota Eva Illouz.
Hace algunos años, un individuo demandó en España a su pareja por no permitirle su desarrollo paternal integral, es decir, de acuerdo a las normas del patriarcado reinante. Lo leí hace mucho tiempo, y no he encontrado en el momento de escribir este artículo, cuál fue la decisión del juzgado. Me lo imagino: concorde a las regulaciones religiosas y sociales de la época.
“Por ejemplo -dice Eva Illouz- en los años 70 y 80 el escritor Gabriel Matzneff podía tener comportamientos pedófilos, acostarse con niños impunemente se consideraba parte de su libertad sexual. Hoy eso ya no es posible. Hay, pues, ajustes y redefiniciones de la libertad. Me doy cuenta de que los grandes valores que han defendido las feministas y los homosexuales, que jugaron un papel importantísimo en todo el siglo XX y en el advenimiento de la democracia, cambian de cariz al ser cooptados por lo que yo llamo el capitalismo escópico, las industrias que utilizan la mirada, el ojo del espectador, para extraer valor de otra persona, a partir de la belleza evaluable del cuerpo de una mujer. La idea de libertad de ese capitalismo escópico cambiará profundamente la definición de la masculinidad y la feminidad, así como de la sexualidad. Se trata de algo muy político: privilegiar a la vez la libertad y la desigualdad. Dado que no existe una igualdad de partida, la libertad sexual se utiliza contra las mujeres”.
En la práctica, la socióloga franco-israelí, en su libro El fin del amor, lo que hace es digitalizar o sistematizar teóricamente lo que muchos de nosotros y nosotras sentimos y entendimos y la confusión que los tiempos de hoy generan. A menudo suelo preguntarle a la mujer que está a mi lado si ha considerado en algún mi comportamiento como acosador. Una palmada en la nalga a mi compañera de siempre, que yo consideraba una muestra de cariño, hoy es cuestionada como una falta de respeto. El piropo en la calle, discutido en parlamentos y foros internacionales, no tienen un límite claro. La ofensa y la admiración han perdido sus dominios como respuesta al fin del amor.
“No sorprende que, en este sistema, el rol de la mujer esté hipersexualizado, y marcado como diferente. Este cuerpo sexualizado se ha integrado en las formas actuales de dominio capitalista, las que conciernen a la mirada, la que reconoce la belleza, y que da a algunas mujeres una sensación de empoderamiento, pero junto a la mirada también son necesarios los procesos de reconocimiento social, emocional y romántico, y ahí la hipersexualización de las mujeres -que los hombres no sufren- va a impedir que se produzca ese reconocimiento”, concluye Eva. Y la consecuencia no puede ser otra que el fin del amor.
Una de las conclusiones de Osho, es sencillamente que todo lo previsible significa la no vivencia y que la vida es aventura o no es vida, y la aventura en el amor es renovación constante de la existencia. El matrimonio es el fin del amor.
García Márquez cree en la muerte diaria del amor y su posterior resurrección. Eva Illanuz nos lleva a una conclusión más íntegra: la práctica de la libertad, pero siempre acompañada de igualdad y fraternidad, eso que, precisamente, ha borrado de la psiquis el sistema comercial de nuestros tiempos. Y ahora mi conclusión: el amor ha muerto. Larga vida al amor.