Lo que no borró el desierto es un libro muy colombiano, escrito por Diana López Zuleta. En la obra, Diana narra el asesinato de Luis López Peralta, su padre, y descifra códigos presentes en la sociedad, la política y los procesos electorales de Colombia. Una política impregnada por ambición y el deseo que obtenerlo todo, todo el poder. La autora describe el ascenso político de un comerciante y la visión que tenía para el país. Eso era Luis López Peralta, un hombre adelantado a su época.
La prosa es lenta y dura, posiblemente reflejo de los años que tardó Diana en descubrir eso que ahora se sabe, el cómo murió su padre. Conmovedor. El libro es más que un testimonio, es el reflejo del país y sus miles de historias. Duele lo que narra Diana: nombres que se apagan, hombres y mujeres silenciados por la acción de mentes y manos siniestras.
Nada como adentrarse en las páginas del libro y sentirse por momentos exhausto, abismalmente lejos de las cosas que hemos soñado y añorado desde la infancia. Durante la lectura sentí que la historia ya la conocía, pero con otro nombre y otra ciudad. Un nombre que me pertenecía. Una historia que era tan mía como de la autora. Diana nos llega a todos y todas, nos llega al alma.
Se nota el exhaustivo trabajo investigativo de la autora. Se nota en cada párrafo. Es un andar lento por el rastro dejado por los protagonistas. Descubrimos un país marcado por el narcotráfico, en el que la cultura del empatronamiento se consolida. Una historia que se repite. Pienso en Diana, en sus noches y madrugadas escribiendo, llorando sobre los recuerdos y las pérdidas. Lo que ocurrió en Barrancas, Guajira, y otros lugares de Colombia. Hechos terribles que la historia oficial distorsiona, sucesos jamás esclarecidos, desparecidos de la memoria colectiva.
Un libro exquisito y duro a la vez. A Diana, mi admiración por la fortaleza y la convicción de escribir para sanar. Ojalá, en este país, de cuentos y muertos, se cuente un día que lo pasado se ha memorizado, sanado y aprendido.