La vida es un coral anaranjado
extenso como el mar.
Con el silencio arde,
estrella vulnerable,
aragonita sin sentido despreciada.
Las bocas son sus rayos distraídos;
la voz una manzana,
un alma consternada.
Su corazón un atelier desnudo
midiendo con cuidado las palabras
cosiéndolas despacio, sin apuros,
entretejiendo en ellas el efímero ocaso,
cambiando sus colores por un violín prestado,
haciéndose con ellas un traje tipo sastre,
queriendo parecerse a una paloma,
y siendo solo voz desmenuzada.
La vida es un coral anaranjado
y a mí solo me queda su semilla,
lo que quedó del fuego,
la transfiguración de una palabra,
el paroxismo eterno de quien calla
fingiéndose almirante o trapecista.
La vida es un coral anaranjado
vestido de amapolas desprendidas,
una hoguera que arde,
el crepitar de un hueso que se quiebra,
la solapa que canta mientras duerme.
Es la lluvia anhelada, la ternura del hombre,
la seriedad secreta de los niños,
el grito del silencio,
la levedad del mármol,
la leyenda traviesa del futuro,
el tren que nunca parte al horizonte
porque no tiene ruedas, sino alas.
Una sombra infinita de las constelaciones,
las tierras que se toca
para después hundirse
bajo el gélido surco de la nada,
la vida.
La vida es un coral anaranjado.
Y es esta hermosa fiebre
grave y atragantada
de no saber ya nada
de la vida.