Cuando era más joven esperaba con ansias cumplir 18 años porque dentro de las cosas que podría realizar al ser mayor de edad era votar; aunque cuando los cumplí no hubo elecciones presidenciales y debí esperar dos años más para poder ejercer mi derecho al voto.
En febrero de 1998 Costa Rica vivía un ambiente electoral muy intenso, y yo sinceramente era una jovencita que había crecido en un ambiente religioso, conservador y fundamentalista, por lo que desconocía muchos temas de política.
Los partidos con mayor fuerza eran La Unidad Social Cristiana y Liberación Nacional, ambos creados con principios socialistas de centroizquierda y centroderecha.
Salía uno a las calles y las banderas verde y blanco junto a las azules y rojo adornaban la mayoría de las casas de los y las costarricenses.
Recuerdo que uno le preguntaba a la gente: ¿Por quién va a votar? Y respondían: Por Liberación o por la Unidad ¿Y por qué va a votar por ellos? Y la respuesta más fuerte era: Porque la tradición de mi familia es votar por este partido.
Liberación Nacional fue fundado en 1951 como un partido socialdemócrata de centroizquierda y La Unidad Social Cristiana, después de una coalición, fue fundado oficialmente en 1983 como un partido con principios socialcristianos; y Democracia Cristiana de centroderecha.
Ambos partidos como los más tradicionales del país se basaban en principios humanistas y sociales, donde sus fundadores fueron unos de los creadores de Las Garantías Sociales en los años 40 y la Abolición del Ejércitoen el 48.
Veintitrés años después, aquel acto ilusionante de votar se quedó opacado por la corrupción y la mediocridad de partidos y políticos que se encargaron de hacer de la “democracia” un circo lleno de pantomimas y falsas esperanzas, dejando a un lado los principios y poniendo sus intereses de primero y no los del país.
Tal vez mi espíritu anarquista me llevaría a decir que esta democracia en la que habito no me invita ni seduce a soñar con un mejor futuro, y mucho menos a creer que mi voto es útil, por lo que si hiciera caso a esa vocecita revolucionaria tomaría la decisión de no votar.
Conforme los años se han ido sumando a mi vida y al involucrarme poco a poco en ambientes muy distintos a los que crecí, dejé de lado el creer que “ese tema no me importa”, a pasar a creer y hacer de mis caminos un ser político donde mis acciones, voz y voto valen y tienen que ser escuchadas.
Esto me lleva a varias preguntas:
¿De qué vale mi voto si el Estado hace y deshace a su antojo?
Cuando yo voto, ¿Qué estoy entregando a los políticos?
¿Realmente el voto es útil?
¿Al votar soy una persona libre o más bien les doy poder para que me roben la libertad?
Y bueno, podríamos hacernos muchas preguntas más y se me viene a la mente la frase de Emma Goldman: “Si votar cambiara algo, sería ilegal”
A ver, retrocedamos un poquito el tiempo y pensemos en las mujeres anarcofeministas que eran socialistas e iban en contra del voto femenino.
No nos alarmemos, realmente ellas tenían bases fuertes. Decían: “Si a los hombres el votar no les ha servido de nada y más bien los ha oprimido, ¿por qué pensamos que las mujeres queremos votar para tener una causa más de opresión?”.
Uno de los puntos de las anarcofeministas de 1931 era que las mujeres carecían en aquel momento de la suficiente preparación social y política como para votar responsablemente. Que estaban muy influenciadas por la Iglesia y su voto podía ir a parar a los partidos conservadores y el oportunismo político sería muy notable, además que había un alto grado de analfabetismo en las mujeres y habían sido eliminadas de los derechos políticos porque las leyes habían sido dictadas por hombres.
Y es interesante esa mirada, ya que no voy a negar que el derecho al voto ha sido un gran triunfo y avance para la historia y procesos de las mujeres, así que no puedo negar ese derecho y más bien lo aplaudo. Pero mi enfoque va por otro lado, y no sobre el derecho, sino sobre la opresión, manipulación y falsedad que hay detrás del voto.
Ahora, la mirada y posición de los anarquistas en general (hombres y mujeres) de esos años era muy realista al decir que “votar es una idiotez” ya que creían que: “votar por un monarca absoluto, rey constitucional o simplemente presidente, el candidato que llevamos al trono, al gobierno o al parlamento siempre será nuestro señor y que son personas que colocamos «arriba» de todas las leyes, ya que son ellos que las hacen, cabiéndoles, además, a ellos mismos la tarea de verificar si están siendo obedecidas.”
Además, decían que “el poder ejerce una influencia enloquecedora sobre quien lo detenta y los parlamentos sólo diseminan la infelicidad”.
Entonces, ¿votar nos hace libres o nos hace esclavos?
¡Vaya dilema!
Y es que hoy en día hasta por un pedazo de pan hacen que vendamos nuestro voto, y no, no podemos culpar al pueblo al intercambiar su voto por comida, por un pequeño diario, por un puesto laboral, por unas medicinas o por unos cuantos pesos, porque la dificultad de la vida con sus necesidades hace que los políticos se aprovechen y ofrezcan cosas a cambio de un voto.
Y esto no es de ahorita, la historia nos cuenta que hace más de 2500 años en Atenas, los políticos hicieron su primer trueque y hasta el día de hoy han venido perfeccionando esta forma rudimentaria de la compra de votos.
No podemos generalizar que esto sucede en todos lados o con todas las personas. Normalmente, este intercambio se da en condiciones específicas y prospera en circunstancias de vulnerabilidad donde se escoge este camino por ambas partes, ya que los partidos políticos al no conseguir construir una marca que convenza a los votantes de que pueden confiar en sus promesas electorales, optan por “comprar” bajo cualquier forma sus votos.
Una práctica ilegal ejercida bajo presión y muchas veces bajo amenazas, donde deberían existir leyes y consecuencias más fuertes a quienes las promueven. Por otro parte, y sin dejar la realidad existente, tal vez al proporcionar cambios en la cultura y en las mismas instituciones políticas, algún día se logre que la palabra pronunciada se cumpla y las promesas hechas no se las lleve el viento y así acabar como dijo alguien: con las ilegalidades que desvirtúan la voluntad popular.
Tal vez algún día vuelva a creer en el voto, hoy lo ejerzo como un derecho, más no como una opción que me ofrezca algún tipo de libertad.