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Yo me llamo Alexia

Tres hombres ganaron el Premio Planeta de literatura 2021. Los autores quisieron aprovechar el auge del feminismo y creyeron que, si la novela llegaba al concurso con nombre de mujer, el jurado fallaría con más facilidad que si llevara como autor a un hombre, peor si llevaba el de tres. 

Transexualidad

Transexaulidad. Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

En el Paseo de la Castellana la Guardia Civil se apresta a retener a un hombre que camina con dirección a Plaza de Castilla. Llevan en su mano una orden de detención por violencia de género. Su esposa, quien se había ido de casa hacía cuatro meses, ha interpuesto una demanda por agresión física y psicológica contra Humberto Huertas Portillo, su aún marido, cuyo trámite de divorcio, a pedido de Ayda, apenas entraba en trámite. 

Antes de abordarlo, la Guardia Civil lo llamó por su nombre, y él respondió con toda naturalidad. Pero cuando se le pidió su documento de identidad y se le notificó la orden, sacó de la parte trasera de su pantalón su nueva identidad: “Yo soy Alexia”, dijo, “Alexia Ramos del Corral”. Los guardias civiles comprobaron el físico de la Alexia del documento con el rostro de Humberto Huertas, el hombre que tenían al frente, y sí, ella era él, y él era ella. 

La historia empezó cuando Ayda, después de 16 años de casada, se cansó de ser un objeto en el hogar y se enteró de que ella, como todas las mujeres de este país, eran sujetos de derecho, y la polémica sobre esos derechos incendiaba los parlamentos, los púlpitos, las plazas públicas, los foros internacionales, las instituciones, los bares y los propios hogares. En España, la Ley de Discriminación Positiva entraba en vigor, -una ley para la igualdad efectiva de mujeres y hombres que ofrece una primera definición legal de las acciones positivas-. El abogado concluyó que, si un mayor porcentaje de casos de maltrato de género lo ejercían los hombres sobre las mujeres, entonces ellas serían las favorecidas judicialmente en contra de los intereses masculinos, no solo en virtud de esta ley, sino de otras tantas que ya estaban vigentes.

Ante este panorama, Humberto, acostumbrado a llevar el “orden de la casa” con mano de hierro, se sintió huérfano del poder patriarcal que ostentó desde siempre y fue a buscar al abogado que asesoraba a la extrema derecha del país. 

Éste ya había puesto en marcha un plan para rescatar y “empoderar” a los agraviados de las leyes de igualdad de género y había ido más allá: estaba utilizando las mismas leyes para responder a las “feminazis”, hundir al gobierno y ganar adeptos para su partido. 

Si el divorcio era reclamado por más de 100 mil parejas al año, al menos el 70 por ciento era iniciativa femenina. Esa conclusión lo llevó a pensar que las víctimas necesitaban una organización y, aprovechándose de bases de datos legales e ilegales, hizo llegar un mensaje personal, a nombre del partido, claro, a todos los “abandonados” afirmando categóricamente que una de las causas que habían empoderado a las mujeres en los últimos tiempos no era la violencia machista, como muchos lo creían y como lo quería hacer creer el gobierno socialcomunista, sino el hecho de que la mujer haya abandonado el hogar para incorporarse al trabajo. Sencillo. Muy sencillo. Es decir. Esa, y no otra, era la causa histórica de la destrucción de la familia y los invitaba a votar en masa a su partido para detener la emancipación femenina que estaba vulgarizando la convivencia. 

Pero a todas éstas, ya había sido aprobada, dentro de la Ley de Igualdad, la acción de que cada cual decida su sexo como quiera, solo debía anunciarlo ante las autoridades competentes. Humberto Huertas, para eludir algunas responsabilidades que preveía tras la aprobación de su divorcio, ya se había afiliado a una asociación de gays de Madrid. Sin embargo, seguía respondiendo a su nombre masculino (Humberto siempre se pensó, y sigue pensándose como un macho de verdad). Cuando se abolió el tema del visto bueno del psicólogo, la hormonación y la duda como causa negativa para cambiar de sexo y de nombre, decidió dar el paso definitivo y de esta manera imposibilitar cualquier acción judicial a nombre suyo. 

De tal manera que la Guardia Civil no pudo hacer nada frente a la demanda de las autoridades de retener a Humberto Huertas, pues legalmente aquella persona no se llamaba así y respondía, efectivamente, al nombre de Alexia Ramos. 

No es el único caso que he escuchado en los últimos años respecto a la utilización de la lucha feminista por parte de los ultras conservadores de todos los países del mundo. Tan solo la semana anterior, tres hombres ganaron el Premio Planeta de literatura 2021, quienes se presentaron con un seudónimo femenino. Una de las explicaciones que escribieron los internautas es que los tres quisieron aprovechar el auge del feminismo y creyeron que, si la novela llegaba al concurso con nombre de mujer, el jurado fallaría con más facilidad que si llevara como autor a un hombre, peor si llevaba el de tres. 

Los nombres de Alexia Ramos y Humberto Huertas Portillo no son los reales, sin embargo, la historia es verídica. La ultraderecha está confabulando para enfrentar directamente a hombres y mujeres en una lucha estéril que puede alargarse en el tiempo como una lacra más de la violencia intrafamiliar igual a la que ha azotado a ésta y a las anteriores generaciones. Identificar las causas y las soluciones a los miedos de las dos partes es un imperativo para seguir adelante como sociedades sin dominadores y dominados de género. 

Me encuentro muchas veces con Humberto. Nos hemos sentado a tomar un café y a estas alturas de la vida, sigue añorando lo que fue su familia. Y a su ex también. No obstante, sigue siendo Humberto, no Alexia, aunque muchas veces se pierde en el diálogo y deja escapar cierta confusión de su propia identidad. Sigue estando en contra de cualquier signo de liberación de la mujer y piensa que todo está perdido si esta fiebre feminista continúa su marcha. 

En manos de la ultraderecha, todo, absolutamente todo, puede ser utilizado en tu contra y como se ha demostrado (y este es solo uno de los cientos de casos que se dan en la forma contestataria a las leyes de incluyentes de género), los movimientos y organizaciones que luchan en diferentes partes del mundo tienen que agudizar sus cinco sentidos para detectar el cómo las leyes pueden ser violadas en las propias narices de los legisladores.

Periodista y escritor colombiano. Residenciado en Madrid, colabora con medios escritos y digitales de Latinoamérica y Europa. Autor de dos novelas, cuatro poemarios y dos libros de relatos. Conferencista en el Ateneo de Madrid.

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