Desde la mirada de cualquier observador la violencia en Colombia ha sido devastadora y generadora de casi, todos los males. Y ya son varias las ocasiones en las que me he preguntado si los caminos que hemos tomado son los indicados; porque siempre me cuestiono si los pensadores más críticos del país se dedican a analizar este fenómeno histórico, decadente, y profundo. Luego vienen otras dudas; he preguntado si nuestro Congreso legisla y debate profundamente sobre este tema y si la misma prensa y las universidades en el país ensanchan sus investigaciones para analizar hechos que han construido una violencia casi automática y normalizada.
A veces me preocupa que en este país donde durante décadas se ha hablado de balas, asesinatos y desapariciones, no se haya hablado en serio de la violencia, porque uno se encuentra estudios serios que se construyen desde la prensa y los críticos, pero, por ejemplo, en el Congreso, cierto es que solo se han presentado islas que no responden a muchas dudas y mucho menos se ha podido pasar de la discusión pública a una extensa y profunda respuesta para analizar y combatir la violencia.
Ya son varias las pláticas con amigos y familiares en las que hemos llegado a ver la pobre tarea del Congreso colombiano. Y este tema (la violencia) no es la excepción. Parece que, desde hace años, en el Congreso no se ha discutido en profundidad las acciones viables para dar solución. Se ha denunciado; se ha discutido con violencia y se ha señalado. Son pocos los congresistas que hacen un análisis decente y elaborado sobre la violencia en Colombia. Y esto me afana, me trasnocha y hoy me tiene aquí, escribiendo, porque socavo en páginas y no encuentro que en planos importantes de nuestra democracia se haya pasado de hacer comparaciones internacionales y análisis ligeros.
Están los que dicen en el Congreso que la violencia obedece a factores netamente regionales, y que ha dependido de las fuerzas de paz de cada departamento. Pero algo muy cierto es que no se puede hablar de este tema sin ver los departamentos cointegrados. La violencia que traspasa y sobrepasa los límites geográficos, por ejemplo, las mismas rutas de contrabando o rutas de narcotráfico, que en ocasiones abarcan entre ocho y trece departamentos; entonces no, no es un tema de cada departamento, es un cuento de un país sin un Congreso que abiertamente y en mayoría, debata y trascienda.
A este territorio colonizado, saqueado y con gobiernos sucesivos con esa misma lógica de poder, le queda a veces difícil recordar, por ejemplo, lo que entre historiadores se conoce como “Violencia clásica”. Esa etapa de violencia sectaria, politizada y partidista que decretaron dos fuerzas políticas desde 1946 hasta 1953; y que no quiere ser recordado quizá por la intención de no repetición. Aunque difícilmente ese rechazo por la historia nos salve de no vivirlo. Posiblemente esa negación por la historia nos condene a vivirlo nuevamente. Y así, entre intentos por contar y decir, me niego a no lanzar una petición al debate público:
No es mi intención soñadora tentar a que el Congreso colombiano un buen día inicie plenarias y lleguen a exponer el número de crímenes cometidos y la estadística exacta de la manifiesta violencia, no. Tampoco quiero que este sea el tema principal en las plenarias, pero me encantaría que desde allí se retome un debate con altura sobre la violencia, la justicia y la paz.
Me parece importante traer el tema de estadística de crímenes cometidos, mencionado por mí, como algo difícil de realizar y lograr. Esto incita a contar lo crueles que han sido los años en mi país, que nos ha costado o construido la reputación actual y, aunque el mismo concepto es relativo, sí hay tendencias que cuentan el contexto, porque uno puede repasar los periodos y no encuentra índices de violencia bajos en nuestra historia que hayan sido prolongados, pero sí halla periodos legislativos en los que se ha dejado de hablar, respetuosamente, de esto que nos ha marcado tanto.
Ojalá el Congreso colombiano no se haya sumado a esa parte de los literatos colombianos que ha decidido no mostrar la violencia colombiana, tal vez, como estrategia para no llamarla, para no darle los planos principales, para no hacerla protagonista. Porque ellos están en otros planos justamente, en otras obligaciones, en otros umbrales que se abren de otra forma. El Congreso está en la obligación de dar altura y dignidad a nuestras realidades, sino en este, ojalá en próximas elecciones se pueda elegir mujeres y hombres que, a todos los debates, le den altura y a cada proyecto le den un fondo.