Que, a escasos días de cumplirse los cinco años de la firma del tan atacado Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Rey de España, Felipe VI, acuda a entregarle al Gobierno de Iván Duque el Premio Mundial de la Paz y la Libertad, es una más de las innumerables paradojas que nos arroja este camino sembrado de sangre y muertos que lleva nuestro país en su intento por dejar atrás la guerra.
Y que en el discurso de agradecimiento Iván Duque se atreva a decir que la democracia se libra todos los días pese a obstáculos como el narcotráfico; cuando las pruebas verídicas y verificables de que él está puesto en la Casa de Nariño gracias a la mafia costeña que lo patrocinó es, además de paradójico, un insulto a todas las víctimas, las de antes y las de después de la firma del Acuerdo.
Que un personaje tan anacrónico como lo es un Rey en el siglo XXI, se atreva a decir que “Este premio es una muestra de apoyo a la norma fundamental de este querido país. La Constitución de Colombia regula un sistema político basado en la concordia, la igualdad, el reconocimiento del pluralismo político y el respeto al imperio de la ley», es una clara prueba de que Felipe VI deliberadamente está ignorando nuestra cruda realidad.
Ignoro el trasfondo que la entrega de un premio de tal envergadura (Mandela, Churchill o Cassin son algunos de los galardonados) tenga para Colombia; pero a ojos de los mortales es un exabrupto. Con una democracia tan débil y tambaleante como la nuestra, con un partido de gobierno que tiene cooptados todos los órganos de control, que cercena cada día un poco más las libertades, con un gobierno que mata firmantes del Acuerdo; y que en cada movimiento se empeña en hacerlo trizas asesinando líderes sociales, estudiantes, voces discordantes; que mutila y judicializa manifestantes, que viola todos los derechos humanos, que regala los recursos naturales, que desplaza a sus campesinos, que desprecia a sus indígenas con unas fuerzas armadas asesinas; y una polarización política que ha hecho que medio país se convierta en enemigo a muerte del otro medio, sin contar la corrupción más que descarada.
La conmemoración
Después de 250 mil víctimas mortales, millones de desplazados, cuatro años de negociación (en la etapa definitiva, sin contar los intentos fallidos), la pérdida de un plebiscito, cinco años de implementación (se estiman 15, pero en realidad se necesitan más de 20), el asesinato de más de 300 excombatientes, algo más de 1.200 líderes sociales asesinados, 13.000 comparecencias ante la Jurisdicción Especial para La Paz (JEP), con siete macro casos creados con más de mil comparecientes, y un millón de víctimas reparadas (de 9 millones reconocidas) muchos de los actores implicados en el Acuerdo, dentro y fuera del país, conmemoraron, unos con más entusiasmo que otros, el primer lustro de este trasegar en el camino para encontrar la paz.
Madrid fue el centro de uno de los actos más emblemáticos programados para la celebración. La Universidad Carlos III, muy comprometida con el avance de los Acuerdos, se dio a la tarea de reunir en un solo evento a los principales protagonistas de las dos partes. Por un lado, el expresidente y Premio Nobel de Paz, Juan Manuel Santos; y por otro, Rodrigo Londoño (Timochenco), excomandante de las FARC. Acompañados, entre otros, por el expresidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero; la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra; el secretario de Estado para la Agenda 2030 y exasesor jurídico de las FARC en las negociaciones de La Habana, Enrique Santiago; Josefina Echevarría, directora de la Matriz de Acuerdos de Paz del Instituto Kroc por La Paz Internacional; y Marina Monzón, directora de la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas.
Como una muestra de la dura lucha que a los firmantes les ha tocado librar para sacar adelante el Acuerdo, Rodrigo Londoño comenzó su intervención aludiendo a la polémica desatada, cuando el día del aniversario de la firma compartió mesa junto con el expresidente Santos, mientras se bebían una cerveza artesanal fabricada por excombatientes de las desparecidas FARC; dado que algunos sectores descalificaron el instante y lo tildaron como una burla para las víctimas y el país, y no como un gesto de la reconciliación a la que se puede llegar con la paz.
“Contrario a cualquier lógica civilizada, un sector político de posiciones extremas vinculado históricamente al latifundio y la corrupción, que hizo de las soluciones violentas un propósito excesivo, se declaró desde un principio opuesto a los Acuerdos y se propuso hacerlo trizas –en sus propias palabras-. Sin duda que habrá otras razones que convergen con ello, pero en nuestro parecer, esa posición es en gran medida la responsable del calvario que ha significado la implementación de lo acordado”.
“Detuvimos una guerra que causaba miles de muertos al año y firmamos un Acuerdo de paz con el Estado y, pese a que la Corte Constitucional sentenció que ninguno de los tres gobiernos siguientes podía modificarlo, al tiempo que todos los poderes e instituciones deberían implementar y cumplir lo pactado con la mayor buena fe, ha sido necesario porfiar con el actual Gobierno una y otra vez para sacar avante la implementación. Aun así, nada de eso consigue desanimarnos. Dejamos las armas, nos convertimos en partido político legal. Emprendimos con la mejor voluntad nuestra reincorporación social, política y cultural, juramos que nuestra única arma sería la palabra y, por tanto, reiteramos que nunca volveremos a la guerra. Nuestra lucha hoy es porque el Estado cumpla en la implementación. Si bien somos conscientes de que el camino es largo, nos mantenemos en nuestra convicción que la paz es el mejor de los caminos políticos” afirmó el dirigente del partido político Comunes.
Durante el seminario, mientras escuchaba hablar a Londoño, apreciando su figura regordeta a tan solo tres metros de distancia, analizaba sus ojos vivaces con su cara de abuelo bonachón y pensaba en lo esperanzador que es oír hablar de paz y de su compromiso irreductible con ella a una persona que tiene tantos muertos y tantos y tantos actos atroces a su espalda. Sin duda, este es el mismo optimismo que siento cuando escucho a un paramilitar como Mancuso hablar de su deseo de no volver jamás por la senda de la barbarie. Por ello, mi sentimiento se une al de millones de colombianos que no comprendemos por qué si estos dos personajes pueden deponer las armas físicas, el resto del país no puede deponer las armas ideológicas para que entre todos consigamos que algún día en Colombia sea más fácil dejar este mundo de muerte natural, y no cegados por las balas. Y para que, por fin, los excluidos comienzan a ser tenidos en cuenta en algo distinto a las encuestas.
Por su parte, refiriéndose a la experiencia y balance de los cinco años de la firma, Juan Manuel Santos, otro de los protagonistas de la paz, aseguró que hacer la paz es mucho más difícil que hacer la guerra. “Y lo digo porque me ha tocado hacer las dos. Es más difícil perdonar que agredir, sanar heridas que dar órdenes a los comandantes que ataquen al enemigo. El balance es positivo, pero agridulce. Positivo porque en los primeros cinco años más del 50% de los acuerdos en el mundo fracasan y el nuestro está caminando; más del 95% de los excombatientes siguen el proceso y se ha avanzado mucho en la primera fase de la desmovilización, desarme y reintegración. El engranaje jurídico es igualmente un gran avance pese a sus detractores políticos, porque es la primera vez que las dos partes en conflicto se sientan para crear un sistema de justicia sin precedentes y deciden someterse a él sobre la base del derecho de las víctimas”.
“La verdad es una catarsis por la que tiene que pasar la sociedad colombiana para poder realmente reconciliarse, aun cuando haya gente que no quiere escucharla, creo que nunca hemos debido dividirnos en la búsqueda de la paz y la verdad. Considero que alrededor de la paz debería estar unida toda la sociedad, porque no hay un objetivo más noble que buscar y vivir en paz. El asesinato de los excombatientes es altamente preocupante y muchos de los líderes sociales están siendo asesinados porque tienen que ver con la implementación del proceso. El tema de la reforma agraria es una deuda que tenemos los colombianos hace 200 años porque el nuestro es uno de los países con la peor distribución de la tierra en el planeta y ahí está el origen de buena parte de nuestros problemas” aseguró Santos.
La presencia de Enrique Santiago, consejero del Ministerio Español de Asuntos Sociales para la Agenda 2030, y quien obró como abogado asesor de las FARC-EP durante la negociación del Acuerdo, fue un plus agregado a este seminario. Su compromiso y trabajo juicioso en búsqueda de unos acuerdos justos fue ampliamente reconocido y aplaudido por todos los asistentes al evento, incluido el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, quien se refirió a él como “el auténtico fontanero de los derechos humanos y la paz en Colombia”.
Fue el mismo Rodríguez Zapatero quien, además, reconoció el trabajo de Juan Manuel Santos a quien le dijo “puedes estar tranquilo, porque has hecho una misión en la vida que lo justifica todo, no hay crítica, ni intransigencia, ni fanatismo que pueda con tu valentía”.
“Mi reconocimiento también es especialmente para Rodrigo Londoño. Tus ideas, tu reconocimiento de los motivos que te llevaron a dejar las armas tiene una especial importancia, no ya para la paz que no fue, sino para la paz que debe haber en Colombia. Lo que hicisteis en Colombia no es un Acuerdo, es un tratado para la paz y era lo que exigía un conflicto de los más graves de la historia moderna y contemporánea en cifras, en duración en el tiempo, en efectos, en muertos en desplazados, en exiliados. Lo que se ha conseguido es un acuerdo para llegar a la paz. El mérito del tratado que habéis firmado es que tuvieron que hacerlo en medio de una coyuntura política dificilísima, que además emerge con la Administración Trump y con una actitud del expresidente Álvaro Uribe totalmente incomprensible” concluyó Zapatero.