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La izquierda colombiana ante el espejo

Una izquierda unida con gran respaldo popular avanzaba, hasta que empezaron a salir los esqueletos que estaban guardados en el armario. La izquierda además de hablar de cambio también tiene cosas por cambiar.

Ego

Ego. Imagen de mohamed Hassan en Pixabay

Hace tres semanas, justo antes de su viaje a Colombia, tuve la oportunidad de conversar con la ministra de cooperación internacional de Noruega, Anne Beathe Tvinnereim. Colombia es mucho más que un país que necesita ayuda para implementar la paz. Por su agenda, el gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez, puede ser el perfecto aliado de Noruega en América Latina para el desarrollo de la agenda global que busca detener la extinción de la humanidad. Además, ese gobierno tiene un papel determinante por jugar en la resolución de conflictos regionales como el de Venezuela, Nicaragua y Cuba, la protección del Amazonas, la crisis migratoria y la construcción de una nueva política antidrogas. Ese fue mi mensaje a la ministra. Ella, visiblemente entusiasmada, comentó que había tenido la oportunidad de escuchar a Gustavo Petro en sus intervenciones ante la Asamblea General de las Naciones Unidas y en el foro de Davos y que esperaba encontrarse con él para conversar personalmente sobre sus ideas y el futuro del planeta. La ministra habla castellano perfecto desde sus días de joven activista. Los periódicos colombianos titularían después, con foto de una sonriente Anne Beathe en Bogotá, que Colombia es el principal aliado de Noruega en la región. De ser un país en guerra y apestado, pasamos a tomar la palabra en los debates más centrales de la política internacional y ha jugar un rol geoestratégico determinante.

Si con el proceso de paz durante el gobierno Santos Colombia se ubicó con voz propia en el atiborrado concierto internacional, con los pocos meses del gobierno de Petro saltó a la vanguardia del debate global. Un debate electoral cargado de propuestas serias dio paso a un gobierno que dignificó el debate político y puso al país a discutir sobre los temas claves para su desarrollo: transformación energética, política fiscal redistributiva, reforma agraria, reforma a la salud, reforma laboral, reforma pensional y paz total, por nombrar sólo algunos de los temas más sonados. De la habitual chismografía cotidiana con la que embobaban al público, pasamos a los debates más serios de la política.

La llegada de una fuerza alternativa a la dirección de las dependencias del Estado también propició el destape de esa corrupción crónica que pudre al país. Clientelismo, tráfico de influencia, enriquecimiento ilícito y alianzas con capitales ilegales constituyen el pan de cada día en el sector público colombiano. Las revelaciones de la SAE, de la Unidad Nacional de Protección, del DAPRE, entre muchos otros casos, mostraron claramente como el Estado colombiano ha estado secuestrado por mafias políticas y élites acomodadas que, sin desarrollar la economía, medran a expensas de las arcas públicas.

La izquierda en el gobierno, con la cascada de reformas y los destapes de corrupción, estaba dándole sopa y seco a las élites tradicionales. En la lona, la oposición solo inspiraba lastima. Una izquierda unida con gran respaldo popular avanzaba, hasta que empezaron a salir los esqueletos que estaban guardados en el armario. Le pasó a las FARC con la extradición de “Rambo” luego de la dejación de armas. Le pasó al Polo Democrático con Samuel Moreno en Bogotá, y también pasó en Barranquilla con el cura Hoyos hace tres décadas. El ser de izquierda no inmuniza contra las lacras de la cultura corrupta que han hecho de la política colombiana un lodazal. Ni los hijos de los presidente quedan exentos.

Hasta ahora la izquierda estaba pasando de agache. El no haber tenido responsabilidades de Estado y la victimización permanente a la que fue sometida le servía para esquivar sus culpas, la mantenía por fuera de los reflectores. Sin embargo, la llegada al gobierno la ha puesto por fin frente al espejo, con la ayuda de la oposición y algún oportunista. Salieron los trapitos al sol. Que esto ocurra es apenas natural, al haber sido derrotados en el debate político, la oposición echará mano al escándalo.

La primera factura pendiente de la izquierda se la cobraron las mujeres y el feminismo, un Me Too interno fue lo primero que la sacudió. Los hombres de izquierda también somos hijos de la cultura patriarcal y, a menos que decidamos cambiar como individuos, reproducimos las injustas estructuras de dominación sobre las mujeres. Lo sucedido con Víctor de Currea-Lugo, por ejemplo, ha sido un revulsivo eficaz que ha puesto a la izquierda ante la necesidad de asumir públicamente sus errores e introducir los cambios necesarios. A nadie le sorprendió que hubiera personajes de la izquierda abusadores de mujeres, lo importante fue como se manejó el caso, las decisiones que se tomaron y la pedagogía política hecha hacia la ciudadanía y hacia adentro del propio movimiento. La izquierda además de hablar de cambio también tiene cosas por cambiar.

Los escándalos de corrupción, enriquecimiento ilícito y tráfico de influencias protagonizados por familiares y allegados del presidente Gustavo Petro son un capítulo más de esta historia. El más explosivo, sin duda, pues fue justamente en oposición a esa corrupción que se erigió el proyecto del Pacto Histórico y Petro construyó su carrera política.

Lo primero por hacer es dejar la hipocresía. ¿De verdad estamos tan sorprendidos de que haya políticos de izquierda corruptos? Sería tan estúpido como pensar que no hay hombres de izquierda maltratadores. La izquierda no crece en el vacío, y aunque el proyecto del Pacto Histórico tiene unas metas y un programa de cambio claro, sigue compuesto por individuos, hombres y mujeres de todo género, que también reproducen lo bueno y lo malo de la cultura que los moldea. La reflexión debe ser profunda, el cambio no es solo externo y estructural, es también interno e individual, ético. Ese mensaje debe quedar claro y el que no esté a la altura debe abandonar el gobierno y el proyecto de cambio.

Con estos escándalos de corrupción la izquierda tiene una oportunidad privilegiada de marcar un cambio sin precedentes en la historia política del país, de reconciliarse con la ciudadanía y demostrar que el cambio nos incluye a nosotros mismos. Lo importante, como en el caso del Me Too, es como se actúa ante la evidencia, la pedagogía ciudadana que se haga, los cambios que se introduzcan en el Estado y en las propias filas de la izquierda. En lugar de encerrarse y agachar la cabeza, la izquierda colombiana y el presidente deben lanzarse hacia adelante, mostrando sin vergüenzas sus propios errores, poniéndose como ejemplo de cambio, de superación, en lugar esconder el polvo bajo el tapete, como lo han hecho las élites políticas históricamente. Esto es crucial si no queremos que el proyecto de cambio se empantane por los errores y flaquezas éticas de algunos individuos.

Por eso se debe actuar con transparencia, abriendo las puertas al escrutinio público, acabando con la tapadera, cueste lo que cueste. Eso también es parte del cambio. De lo contrario, el gobierno y el propio presidente corren el riesgo de convertirse en rehenes de los escándalos presentes y futuros divulgados por las élites y la oposición.

Desde la popa del Titanic. Historiador colombiano residente en Noruega.

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