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Educación para la vida

Foto de Rene Bernal en Unsplah

Foto de Rene Bernal en Unsplah

Explicando por qué se hizo científico en una de sus tantas entrevistas, Rodolfo Llinás contó una historia de la niñez con su abuelo. Frente a la pregunta ¿cómo vuelan los aviones?, lanzada por el niño, el abuelo se apresuró a sacar del refrigerador una barra de mantequilla y clavó dentro de ella un cuchillo. De esa forma le demostró al incipiente científico como un pedazo de metal puede quedar suspendido en una masa muchísimo menos densa, tal como sucede con los artefactos voladores respecto al aire. Rodolfo Llinás es un científico de talla mundial gracias a lo que él llama la educación con contexto: el aprendizaje en casa y no en las escuelas tradicionales. Llinás es crítico incansable de la escuela tradicional. Considera que no está conectada con el entorno en que se desarrolla la labor educativa y porque cercena la creatividad de las personas en formación.

La historia de Llinás y su abuelo es de otro tiempo, anterior al Covid-19. La sociedad ha sido impactada por la pandemia y parece abocada a una necesaria transformación en el futuro próximo. El sistema de educación pública es uno de los más afectados. Ha trastocado la cotidianidad de padres y madres que, en medio de la pandemia, trabajan, cocinan, limpian, hacen de recreacionistas de niñas y niños enjaulados y deben, además, hacer de tutores. A esto se suma el reto pedagógico de las escuelas y los maestros, muchos de los cuales también tienen niños con los que lidiar en casa. Como si esto no bastara, la educación se enfrenta igual a una crisis ambiental y la necesidad urgente de transformarse en lo tecnológico.

Los textos que hoy ofrecemos a nuestros lectores y lectoras nos llevan a una respuesta común: es necesario un modelo educativo que detenga la homogenización cultural que impide el pensamiento propio y autónomo.

EL COMEJÉN ha querido dedicar esta entrega de manera exclusiva al tema educación. Desde el Wayuu en el norte de Colombia, hasta los verdes de todos los colores de las laderas nariñenses. Desde el Cáucaso hasta los Estados Unidos. Nuestras y nuestros autores exponen sus ideas para que puedan ser debatidas. Las opiniones vienen acompañadas con testimonios como el de la niña indígena que muere de un balazo cuando se dirige a la escuela. La situación de jóvenes científicos que se ven indefensos ante un sistema de financiación usurero que convierte a la educación superior y la especialización en un privilegio. Estudiantes europeos que teniendo las facilidades materiales para educarse se encuentran ante retos imprevisibles. Maestros que se ven impotentes ante la deserción paulatina de sus estudiantes. Ideas y testimonios. Sin embrago, la pregunta de fondo sigue siendo la misma: ¿educación para qué?

Los textos que hoy ofrecemos a nuestros lectores y lectoras nos llevan a una respuesta común: es necesario un modelo educativo que detenga la homogenización cultural que impide el pensamiento propio y autónomo. Es necesario un modelo educativo que no muerda el anzuelo de desigualdad y la destrucción ambiental que se esconde detrás de la utopía tecnológica. La escuela debe cambiar a fondo. No es un problema únicamente de acceso a Internet o de la capacidad del Estado para dotar a cada estudiante de una tableta electrónica. Hoy se impone la necesidad de la educación como proyecto de transformación cultural, inserta en su propio contexto, proyectada hacia la comunidad y dedicada a buscar soluciones a los problemas concretos de su entorno. Una educación que rescate y enaltezca el conocimiento propio y que lo combine de manera creativa con los avances universales, para darle la vuelta a un modelo de desarrollo depredador que amenaza la vida sobre el planeta.

Hoy pareciera que “estamos nadando sin ver la orilla”, que las respuestas están lejos y en otras latitudes. Pero las respuestas que acá ofrecemos son otras. Evocando al escritor colombiano David Sánchez Juliao, podemos decir que el camino empieza por ver claramente quiénes somos, acabar con la ceguera cultural histórica que nos desafirma y poder repensarnos colectivamente en armonía con la naturaleza, aunque eso implique no llegar a Marte.

Equipo de redacción El Comején.

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