Los movilizan las ganas de ver florecer la democracia, los matan las balas de los que dicen defenderla. Amado Torres fue líder de su comunidad por muchos años, a pesar de la violencia encarnizada contra la región del Urabá Antioqueño en la que vivía.
Su compromiso social lo llevó, entre otros cargos, a presidir la Junta de Acción Comunal en la vereda La Victoria. Su responsabilidad con la vida le impuso siempre defender el interés colectivo por encima del particular, fueron esas las razones junto con su propia autonomía lo que lo puso en la mira de sus ejecutores.
Michel Forst, Relator de Naciones Unidas, sostuvo en febrero de este año que Colombia es uno de los países más peligrosos del mundo para la defensa de los derechos humanos.
Los embates de la violencia contra Amado Torres y su familia habían tenido su antesala con la ejecución extrajudicial de su hijo, Carlos Andrés Torres, en el año 2013, perpetrada por tropas del Ejército de Colombia, circunstancia que no menguó su quehacer comunitario, ni el empeño por sacar adelante su región hasta el día de su muerte.
Su historia replica la realidad y el deseo de muchos líderes del país, campesinos, afrodescendientes, indígenas, estudiantes, profesores, obreros y más. Su historia es la de aquellos que se levantan día a día para hacer florecer con su labor los sueños y las esperanzas de una tierra que tristemente sangra. Ellos y ellas son los vilipendiados, los que han abonado con su sangre los caminos de Colombia.
A Amado Torres sus asesinos no le perdonaron la afrenta de su dignidad, la misma con la que vivió y por la que estuvo dispuesto a morir. Según se sabe fue “un mal informe” a los paramilitares de las mal llamadas “Autodefensas Gaitanistas de Colombia” lo que selló su destino. A sus 49 años, rayando el alba del sábado 29 de febrero, y a pocas horas de la realización de uno de lo “Talleres Construyendo País” auspiciados por el Gobierno Nacional, y que contaría con la presencia del presidente Iván Duque y el senador y ex presidente Álvaro Uribe Vélez.
Es de anotar que, en Colombia, la ambigüedad con la que operan las instituciones es directamente proporcional a su paquidermia y cobardía. La misma fuerza militar que se desplegaba a pocas horas de camino para proteger a los representantes del Estado, era incapaz de garantizar la vida de un líder de la comunidad.
Mientras el General de la Policía Nacional, Óscar Atehortúa, anunciaba ante los medios el despliegue de sus hombres en el terreno para determinar los móviles y dar con los autores del asesinato, y ofrecía una recompensa de veinte millones de pesos, la Seccional de Investigación Criminal (Sijin) de la misma institución, le indicaba al hijo de Óscar que era imposible cumplir con su mandato porque el lugar “era muy inseguro”. Por esta razón el cuerpo de Óscar tuvo que ser recogido del lugar de los hechos por sus familiares y amigos y llevado en andas hasta la morgue local.
Amado Torres realizó su último recorrido a bordo de una carroza fúnebre negra, tan negra como la horrible e inagotable noche que pretenden continuar los gendarmes de la muerte. Partió como vivió, con ropa de trabajo y acompañado de los hombres, las mujeres y los niños con los que caminó los caminos polvorientos de la región, soñando porvenires libres, justicia social, dignidad y paz. Su viaje a la eternidad, lo realizó quizá como en otras ocasiones, acariciado por el viento y el murmullo de los árboles.
Michel Forst, Relator de Naciones Unidas, sostuvo en febrero de este año que Colombia es uno de los países más peligrosos del mundo para la defensa de los derechos humanos. Las cifras solas no muestran la tragedia humana que hay detrás de cada caso. Por eso un grupo de columnistas, hemos querido recuperar los rostros y las vidas de algunos líderes asesinados, y contar la historia de ellos.
#LaHuellaDeLosLíderes