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Esta inevitable realidad

Ha comenzado el verano en el hemisferio norte. En la mayoría de países europeos los bares con terraza están llenos y los museos han abierto sus puertas para que los visitantes puedan apreciar magníficas obras, siempre que se guarden medidas de distanciamiento que muchas veces son difíciles de cumplir.

Imagen de Alexas en Pixabay.

Imagen de Alexas en Pixabay.

Ha comenzado el verano en el hemisferio norte. En la mayoría de países europeos los bares con terraza están llenos y los museos han abierto sus puertas para que los visitantes puedan apreciar magníficas obras, siempre que se guarden medidas de distanciamiento que muchas veces son difíciles de cumplir.

Ha finalizado el estado de alarma. Los cerca de 500 mil muertos que ha dejado la pandemia del Covid-19 en el continente, y los aplausos al personal sanitario hacen parte del pasado reciente, aquel que se mantiene a la espera de que la memoria lo ubique correctamente en el registro de recuerdos.

Nosotros haremos lo mismo, pero sin dejar de observar lo que ocurre en aquellos lugares donde el clima, caprichoso e indefinible, dicta el curso de los acontecimientos de una forma más arbitraria; aquellos rincones donde el calor o la lluvia inclementes no permiten respirar, donde los ríos se secan o amanecen ensangrentados y nadie puede refrescarse en ellos (…)

Las puertas se abren internamente para los 27 países que conforman la Unión Europea y, de momento, solo se admite la entrada de ciudadanos del espacio Schengen. Los terceros países todavía no están invitados a la fiesta de la nueva normalidad. Un nebuloso clima de seguridad que se ampara bajo las noches frescas frente al Mediterráneo invita a los europeos a movilizarse dentro de sus fronteras, como si el virus hubiera aprendido a contagiar por nacionalidades.

En Europa los restaurantes se preparan para reactivar su lastimada economía, las playas sacarán la bandera azul para la satisfacción de los bañistas, y las revistas preparan su edición especial para este período de calor en el que habitualmente los lectores y lectoras tienen más tiempo para disfrutar de los relatos de ficción, los cuentos y la poesía.

Nosotros haremos lo mismo, pero sin dejar de observar lo que ocurre en aquellos lugares donde el clima, caprichoso e indefinible, dicta el curso de los acontecimientos de una forma más arbitraria; aquellos rincones donde el calor o la lluvia inclementes no permiten respirar, donde los ríos se secan o amanecen ensangrentados y nadie puede refrescarse en ellos, donde los gobiernos autoritarios e irresponsables no han sido capaces de tomar las medidas necesarias para evitar la catástrofe, donde el coronavirus se hace pequeño frente a otras enfermedades, frente a la miseria, el desempleo y la violencia.

Durante este tiempo estival vamos a abrir puertas y ventanas que han estado cerradas durante casi cien días para que entre un poco de aire fresco, pero no dejaremos en la sombra cuestiones importantes.

Vamos a vestirnos con ropas más ligeras para poder apreciar la compañía de amigos como El Viejo Topo, que traerá textos para compartir en nuestro portal; vamos a sacar el mantel de cuadros rojos y la cesta de picnic para disfrutar de historias íntimas, micro relatos, fotografías, recomendaciones literarias y opiniones que abarcan diferentes temáticas. Nos adaptaremos, conservando las precauciones necesarias, a este paréntesis abierto para seguir narrando esta realidad inevitable. Y la vamos a contar sin mascarilla.

Equipo de redacción El Comején.

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