“La crisis medioambiental está ahí afuera, y hay que detenerla, es el coronavirus del planeta entero…”.
Martín Villa Rodríguez, estudiante de grado quinto
“Una idea, si no se convierte en un hecho, sólo es un pensamiento”. – “Uno es un imán de lo que piensa”.
Ernesto Díaz Ruiz
-La guerra está en el monte -dijo-. Desde que yo soy yo,
en las ciudades no nos matan con tiros sino con decretos.
Gabriel García Márquez, “El amor en los tiempos del cólera”.
Una niña se sube al árbol de mango para “coger” la señal de Internet, unos estudiantes que tienen que ir hasta cierto punto en la montaña para compartir wifi y un único computador, otros reciben por correspondencia, a través mototaxi, camión o caballo, sus talleres y guías y por ese mismo medio envían sus tareas; los niños de una familia que comparten el único celular turnándose la precaria conexión con sus respectivos docentes y otros, una gran mayoría, que definitivamente no pudieron continuar con sus estudios debido a la carencia de dispositivos tecnológicos o de conectividad en sus hogares. Este es el dramático panorama de la educación rural en Colombia, en la modalidad “virtual” que impuso la pandemia. El menosprecio por parte del Estado con el campo y la desatención en materia educativa ha quedado de nuevo al desnudo. Es un aislamiento de toda la vida y hace parte de una deuda histórica que es imprescindible saldar, si es que de veras se quieren cortar de tajo los ciclos de violencia que han lacerado, desde el siglo pasado, la vida del país.
Cuando, por fin, se concretó la firma del acuerdo de paz de 2016, muchos acariciamos la esperanza de que se empezara, esta vez y de verdad, a reparar esa desatención que ha servido de combustible para la guerra. En el punto 1º de los acuerdos está planteada la urgencia de una intervención estructural, que no sólo debe incluir democratización del acceso y el uso de la tierra, programas específicos de desarrollo con enfoque territorial, apoyos económicos eficaces para acabar con las economías subterráneas: cultivos ilícitos, laboratorios de alucinógenos y minería ilegal, entre otros, sino planes de infraestructura que dignifiquen la vida campesina y rompan la injusta brecha entre el campo y la ciudad. Esto último debe concretar la presencia del Estado en programas de salud y en una política pública que recupere, del atraso, la educación y la convierta en puntal de transformación para la ruralidad.
Una visión de esta naturaleza hace promisoria la vida en el campo. Transforma el espejismo de la ciudad, otrora sinónimo de desarrollo, protección y progreso, y sus oportunidades, porque los mismos beneficios se tendrían en las áreas rurales
Sin desconocer que se han dado algunos pasos para la concreción de estos acuerdos, también es verdad que, en materia educativa, la intervención estatal sigue siendo tímida y escasa de visión, cuando no es inexistente. En el caso del Valle del Cauca, como en otras regiones de Colombia, el estado debe mostrar su compromiso con la paz y su capacidad para cumplir con los acuerdos liderando una recomposición del imaginario del campo que sea jalonada por un centro universitario emplazado en sus montañas, en sus laderas. No más pañitos de agua tibia, con asesorías itinerantes y burocráticas, de las universidades de las capitales o de las universidades de ciudades intermedias, sin verdadero contacto con la región. Ni qué decir de la precaria conectividad, algo que ha quedado en evidencia en este período de confinamiento. La atención a la educación rural debe ser decidida e integral y formularse con una visión estratégica que interprete su anclaje con las dinámicas económicas y sociales del país y reconfigure la relación íntima entre la ciudad y el campo.
Necesitamos la universidad en el centro de los acontecimientos, en íntimo diálogo con las comunidades, entendiendo sus problemáticas y respondiendo a sus necesidades, es decir, una universidad comprometida con los territorios rurales, que palpite con su vida y que aproveche los recursos del entorno. Esta es la Universidad de Ladera, con toda la infraestructura y la tecnología propia de los centros de alta formación de las grandes ciudades y que permita la capacitación profesional de quienes logran culminar la educación media.
Bastante tinta se ha derramado en diagnósticos sobre la postración de la educación rural, demasiados estudios e insuficientes resultados. Sabemos que la deserción escolar es alta, que los estímulos para que los jóvenes permanezcan en el campo, una vez culminan el bachillerato, son escasos; sabemos de la migración obligada, en busca de trabajo, a las ciudades ante la falta de oportunidades en la ruralidad, lo que produce verdaderos cinturones de miseria, debido a que quienes llegan en esas condiciones a los centros urbanos, por su escasa formación, deben ocuparse en trabajos mal remunerados. En el peor de los casos, al no obtener empleo, derivan en la prostitución o se convierten en ingredientes de la inseguridad urbana.
Esta contingencia del coronavirus puso a prueba a los maestros rurales en su capacidad para el manejo de los recursos virtuales
Con una Universidad de Ladera se reforzará la intención gubernamental de hacer una intervención sistémica en la educación rural que le permita aportar a la dignificación de la vida en el campo, recuperando los saberes de sus comunidades, leyendo e integrándose a sus contextos, volcando la atención a sus potencialidades económicas y ofreciendo, especialmente, formación para sus jóvenes en profesiones y especialidades relacionadas con su entorno natural, permitiendo utilizar su capital humano en el aprovechamiento y el cuidado de sus recursos. De esta manera se rompería la dinámica de la migración del campo a la ciudad y se haría una labor enriquecedora, recogiendo y recuperando los saberes que habitan en las comunidades rurales y posibilitando su acceso al conocimiento, la información, las ciencias y los avances tecnológicos, para que estos se pongan al servicio de los territorios donde más se necesitan: donde se produce la comida, como aporte a los emprendimientos que cuidan el planeta y que le apuntan a la soberanía alimentaria. Esto último retoma la principal enseñanza que nos deja la pandemia.
La Universidad de Ladera le dará sentido a hablar de desarrollo rural con enfoque territorial, habrá coherencia con los discursos de la defensa de la vida en el planeta, estará en concordancia con recuperar las prácticas amigables que salvaguardan los bosques, la capa vegetal y las fuentes de agua y dará empuje a un modelo económico alternativo que recobre la vocación agrícola de las comunidades ancestrales y la instaure en las nuevas, para que no sean un simple eslabón de las cadenas productivas, que funcionan al amaño de los vaivenes del mercado.
El Ministerio de Educación, en las orientaciones de la educación media con enfoque agropecuario, formula que: “… los productores rurales deben tener acceso a las actividades donde la cadena productiva genera utilidades, de lo contrario se mantendrá en el rezago y no tendrán opción para salir de la pobreza. Integrarse a la dinámica de la creación de riqueza entraña participar en el ciclo del producto, es decir en la transformación, intermediación, procesamiento y comercialización y no quedarse solamente produciendo la materia prima…”.
Una Universidad de Ladera que se mueve en doble vía, por un lado lee los contextos territoriales, parte de las necesidades y problemáticas de sus comunidades, asume como principio la indisolubilidad de la vida humana y del planeta y por el otro, acomete la modernización en términos de revisión y actualización de los planes de estudio en sus distintos ciclos, ofrece programas acordes a la realidad laboral local y a las posibilidades de emprendimiento de la región, establece alianzas estratégicas con instituciones públicas, con organismos internacionales, con fundaciones y gestores privados para garantizar el intercambio de experiencias y saberes que posibiliten la interconexión digital, que permitan sacar adelante proyectos productivos y posibiliten su inserción en las cadenas productivas. El bilingüismo deberá ser parte de los planes de estudio del bachillerato, con personal idóneo que asegure solvencia en el dominio del inglés de los egresados.
En este centro universitario se ofrecerán licenciaturas en educación, de esta manera se atenderá una de las tantas debilidades de la educación rural: la formación de sus docentes.
Fabio Jurado, en 2018, afirmaba: “… la educación en la zona rural ha sido la más desprotegida, la más débil, la más rezagada… Los niveles de formación de los docentes son muy regulares porque 80 por ciento de ellos ha hecho la licenciatura a distancia”. A esto agréguese el hecho de que muchos maestros aceptan una plaza rural no con la intención de quedarse en el campo, sino como algo transitorio mientras logran su traslado a la ciudad y algunos de ellos asumen en su horario laboral el viaje de ida y regreso a sus hogares, mermando el número de días en los que realmente están con los estudiantes.
Esta contingencia del coronavirus puso a prueba a los maestros rurales en su capacidad para el manejo de los recursos virtuales, según un estudio del Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana “el 48% de ellos ha manifestado que no tiene las habilidades pedagógicas y técnicas para integrar los dispositivos móviles a la enseñanza”.
Se ha repetido hasta el cansancio, tomando en cuenta los rangos de calidad educativa de países como Canadá, Corea del Sur, Finlandia y Polonia, que asegurar la calidad educativa debe pasar por dar una valoración social a los maestros, empezando por mejorar sus salarios y optimizar sus garantías laborales. Es necesario acabar el imaginario que asocia un puesto en el magisterio como parte de la repartija burocrática o con la facilidad de acceder a las licenciaturas, por los puntajes bajos que se exigen. Ser maestro es tener en las manos el alma de una nación, por eso debemos asegurar que quien llegue a la docencia realmente lo haga por vocación y si esta oferta se acerca a los miembros de las mismas comunidades rurales estaríamos asegurando oportunidades de empleo, permanencia y compromiso con sus proyectos.
Una visión de esta naturaleza hace promisoria la vida en el campo. Transforma el espejismo de la ciudad, otrora sinónimo de desarrollo, protección y progreso, y sus oportunidades, porque los mismos beneficios se tendrían en las áreas rurales. De hecho, la pandemia ha revertido la imagen: mientras la enfermedad y la muerte andan a sus anchas en las grandes ciudades, en el campo sus pobladores han seguido disfrutando de aire puro y de expresiones de vida a borbotones.
Muchos vislumbran un éxodo paulatino hacia las zonas rurales, especialmente aquellas zonas aledañas a pueblos y veredas. La Universidad de Ladera vendrá a servir a ese interesante intercambio de saberes y voluntades, captando personal cualificado que busca asentarse en zonas rurales y permitiendo replicar experiencias que contribuyan a elevar la calidad de vida de quienes habitan en la ruralidad.
Seguir de espaldas a la ruralidad es continuar los ciclos de violencia, es incentivar las economías ilegales, es negarse a aceptar una de las lecciones que nos ha dejado esta pandemia: en los círculos académicos, en los foros internacionales, en las redes sociales se clama por “Un nuevo pacto ecosocial para salvar el planeta que articule justicia social y justicia ambiental”.
Una apuesta por una Universidad de Ladera mostrará la intención gubernamental, que se la juega por la educación, construyendo, de paso, tejido social. Se requiere una lectura trascendente del momento histórico que atraviesa Colombia en esto de construir la paz, se requiere una interpretación propositiva respecto al balance que debemos hacer tras la pandemia, se requiere una clase política, un sector empresarial, unos líderes que estén dispuestos a jugársela por dejarle un mejor país a las generaciones venideras, se requiere, como diría Jorge Eliecér Gaitán, una restauración moral que considere lo público como algo sagrado y un sentido de la corresponsabilidad en su cuidado.
Crear la Universidad de Ladera es retomar un camino largamente extraviado, visibilizar esa otra Colombia dejada por fuera del proyecto nacional, permitir que el campo se beneficie de las ciencias, las tecnologías, las inteligencias artificiales, la conectividad digital; que los centros educativos tengan personal docente cualificado, maestros que sientan el campo como parte de sus proyectos de vida y que nuestras comunidades rurales vivan orgullosas por su reconocimiento como preservadoras de la soberanía alimentaria y como guardianes del planeta. Parafraseando el subtítulo de los Proyectos Ambientales Escolares (PRAE), estos son pasos concluyentes para forjar “Viveros de la nueva ciudadanía ambiental de un país que se construye en el escenario del posconflicto y la paz”.