Descubrí que era daltónico cuando me hicieron el examen para ingresar al ejército, cuenta Nico, quien creía que eso era un problema, que no lo aceptarían. Le dijeron que no se preocupara, que tendría la plaza. Lo importante es que ya sabes de qué color es la sangre, le dijo un oficial de reclutamiento. A Nico lo llevaron en calzoncillos hasta un cuarto pequeño en el que había un hombre que tenía por trabajo revisarles el ano a los reclutas. El hombre le ordenó que se inclinara y abriese las nalgas con las manos para que pudiera observar bien. El hombre contemplaba hasta que decía: Okey.
Nico, es Nicholas Walker. Estadounidense. Participó en más de doscientas misiones en Irak. Hizo parte de un pelotón médico. Allí vio mucha sangre derramada estúpidamente. Volvió atormentado a los Estados Unidos. Recorrió los meandros de la heroína para mitigar el sufrimiento. Asaltó bancos. Fue apresado y condenado.
La llamada Comunidad Internacional que sanciona, embarga, bloquea a países que están muy lejos del récord de asesinatos y violaciones de los Derechos Humanos que suceden en Colombia, contemporiza con esta situación
Lo que cuento arriba lo relata Nico en Cherry, un crudo libro que escribió en prisión. El relato ha superado la rigurosa crítica norteamericana. Los lectores, entre los me cuento, percibimos en Niko Walker un estilo vertical que nos recuerda a Charles Bukowski, y una cadencia cercana a la literatura beatnik. Como En el camino (On the road) de Jack Keroauc.
Es mucha la sangre que se ha derramado por estos días en Colombia. Las armas del ejército, paras y reductos guerrilleros han incrementado su producción mortífera. Nariño es la región del país más castigada. Cuando se produce un episodio cruel como el ocurrido en las afueras de Samaniego, el Estado, el Gobierno, procede de acuerdo a un libreto harto repetido. Como el notario que atestigua con su firma un hecho consumado. Como el hombre, descrito en Cherry, que escudriña los anos y dice que todo está bien. La misma mierda de siempre. Un tuit del presidente lamentado los hechos. Un viaje del ministro de Defensa en compañía de un general hasta el lugar de la matanza. Un consejo local de seguridad. Una rueda de prensa en la que se barajan las consabidas hipótesis sobre los criminales y sus móviles. La captura de un par de chivos expiatorios para no tener que volver a Bogotá con las manos vacías y poder ofrecerle un poco de carnaza a los medios. Vuelo de regreso a la oficina o la guarnición militar hasta que ocurra una nueva masacre, la cual suele pasar en una misma semana.
El periodismo puede ser letal, dijo o escribió Robert Fisk, el laureado periodista británico
Los asesinos poseen dos caras. Como las monedas. Al principio de la peste mostraron la cara simpática. Eran los días en que distribuían comida y kits de aseo a las comunidades para tenerlas en el bolsillo. Ahora enseñan la otra. Una calavera. La muerte. La muerte que cabalga por los cañaduzales de Cali. Por las plantaciones de café y coca de Samaniego. Por las laderas de Leyva. Cabalga como el Rey de la Noche, el Caminante Blanco que mató Arya Stark con una daga de acero valyrio. El Estado, el Gobierno que preside Iván Duque, mira para otra parte. No quiere matar al demonio. Mira hacía Venezuela o Cuba. La llamada Comunidad Internacional que sanciona, embarga, bloquea a países que están muy lejos del récord de asesinatos y violaciones de los Derechos Humanos que suceden en Colombia, contemporiza con esta situación. Por menos han iniciado una guerra. El periodismo colombiano, el que influye sobre millones de personas, hace ruido, pero no ataca al Gobierno. Un Gobierno que permite que su juventud muera a destiempo y deja que la poca moral que aún queda en el país acabe por diluirse de manera definitiva. El periodismo puede ser letal, dijo o escribió Robert Fisk, el laureado periodista británico.
Colombia, que parecía abrirse y seducía al mundo por el optimismo creado a partir de los Acuerdos de La Habana y la utopía de la paz, vuelve por sus peores tiempos. Quizás, es una mera conjetura, el país necesita un viraje político. Ensayar otro camino. Quizá, las elecciones de 2022 sean la última oportunidad que le queda a Colombia para no volverse en uno de los peores lugares del planeta para vivir.