Algo más de 13.000 personas, muchas de ellos menores, duermen en arcenes, aparcamientos y descampados después de que un incendio devastara el campamento de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos. Sin otra alternativa habitacional ni mucho más que echarse a la boca, sufren además recurrentes cargas policiales y el lanzamiento de gases lacrimógenos por parte de unos antidisturbios que tienen como única función encerrarlos. Pero nos equivocaríamos si calificásemos, como muchos están haciendo, estos acontecimientos como un terrible incidente fruto de un hecho accidental. Este es un capítulo más de una tragedia, que no por anunciada resulta menos dramática, de una peligrosa deriva autoritaria y vulneradora de derechos en el conjunto de Europa.
Hagamos un poco de memoria. A finales de 2015, hace ahora cinco años, las guerras, el hambre y el cambio climático llevaban ya años expulsando a miles de personas de sus lugares de residencia. Algunas intentan llegar a Europa. La Unión Europea (UE) entra en pánico. Esa pretendida superpotencia mundial, autoerigida en cuna y bastión de los Derechos Humanos y demás valores solidarios, dice ser incapaz de lidiar con unos cuantos cientos de miles de personas que huyen de la muerte. De repente, por sus cuatro costados a Europa le empiezan a sangrar las fronteras y a brotarle las alambradas. Se suceden las reuniones de alto nivel, las propuestas y las bonitas palabras. Pero nada llega, solo los muros y el dinero para militarizar el Mediterráneo y subcontratar policías de fronteras en países alejados de los focos biempensantes. Tanta velocidad y recursos despliega esta UE para rescatar a bancos, como lentitud y racanería para rescatar personas. Y así pasan los años, mientras el mensaje dominante pasa del Refugees welcome a aquel Do not come to Europe del entonces presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, verbalizado precisamente en Grecia poco antes de firmar el «acuerdo» de la vergüenza entre la UE y Turquía. Los siguientes cinco años de la historia ya la conocemos, la seguimos sufriendo y de aquellos barros estos lodos.
la barbarie de Lesbos, el sumidero de derechos de Moria, las muertes en el Egeo o las patrullas fascistas en Mitilene solo son su cara más visible.
Volvamos a Lesbos. Ya en 2016 Médicos Sin Fronteras catalogaba el campamento de Moria como «la vergüenza de Europa» y uno de los peores campamentos de refugiados en los que habían trabajado nunca. Algo que podemos corroborar quienes lo hemos visitado en diferentes ocasiones, encontrándonos siempre la misma imagen: la de un basurero. Solo que lleno de personas que buscan asilo. O sea, un basurero de derechos. Y a pesar de las innumerables denuncias públicas, el tiempo pasaba pero las cosas no mejoraban en Moria, sino todo lo contrario: en estos años su población fue paulatinamente aumentando (donde oficialmente solo había sitio para 3.000 terminaron hacinándose 13.000) y la situación degradándose, sucediéndose los incendios accidentales o provocados, algunos de ellos con víctimas mortales. Todo ello ante la mirada impotente de una población local cada vez más hostil, cansada de ver cómo la UE es incapaz de aportar ninguna solución ni alternativa a la orfandad entre la solidaridad con quienes llegan del mar y los recortes que llegan de Atenas.
Hoy ya prácticamente nadie habla de cuotas de reubicación y el dinero solo va para comprar más barcos de Frontex y subcontratar a más países de paso para que violen por nosotros los Derechos Humanos de quienes migran, lejos de los biempensantes ojos europeos. Solo el pueblo salva al pueblo pero el pueblo sufre recortes. La solidaridad que no se convierte en derechos, las promesas que no se traducen en políticas, terminan generando frustración y cansancio, el caldo de cultivo perfecto para la guerra de los últimos contra los penúltimos en la pelea por unos recursos cada vez más escasos. Una terrible estrategia para que las y los de abajo compitan por las migajas hasta que etiqueten como el enemigo a quienes llegan de fuera con las manos vacías y no a quienes les expolian desde arriba con las manos llenas. Una estrategia lenta y fría, pero que termina dando sus frutos. En las últimas elecciones, Nueva Democracia fue por primera vez en años el partido más votado en Lesbos mientras no paran de aumentar los ataques racistas de la población local no solo contra las personas refugiadas, sino también contra las ONG que intentan ayudarles en el vacío que dejan las autoridades griegas y europeas.
Así que ya basta de repetir machaconamente titulares falaces: Moria no es una trágica excepción europea sino otra pieza más en el puzle de excepcionalidad permanente que lleva años armando la Unión Europea para convertir la mal llamada crisis de refugio, que en realidad es una crisis de derechos, en una situación de desborde políticamente construida con la intención de poder así justificar medidas excepcionales como la suspensión de los derechos más básicos y la violación de los tratados internacionales firmados por los países europeos. Sirva de ejemplo práctico lo que estamos viendo estos días: el incendio de Moria está siendo utilizado como pretexto para construir un nuevo campamento igual de precario e inhumano, pero esta vez cerrado. Las cenizas de las antiguas tiendas de campaña abonan un viejo sueño reaccionario: convertir los campamentos de refugiados en cárceles. Una aspiración del ultraconservador Gobierno griego desde que llegó al poder hace más de un año, pero que solo ahora encuentra la «ventana de oportunidad» para materializarlo al calor de la excepcionalidad de una dramática situación para algunos que se convierte en excusa perfecta para una nueva vuelta de tuerca en sus políticas de xenofobia institucional ante el silencio cómplice de las instituciones europeas.
Una UE que ya hasta ha renunciado a su juego hipócrita de bonitas palabras que luego se traducen en acciones opuestas. Cuando en marzo de este año aumentaron de nuevo las llegadas a Europa a través de la ruta migratoria greco-turca, Bruselas no se lanzó, como en otras ocasiones, a invocar la supuesta tradición europea garante de derechos para toda la galaxia. Justo al contrario: los presidentes del Consejo, el Parlamento y la Comisión Europea se plantaron en Grecia como muestra de apoyo a la reacción policial de su gobierno al que catalogaron como el «escudo de Europa». Un gobierno que estaba anulando temporalmente de facto el derecho al asilo, gaseando y disparando a quienes intentaban cruzar su frontera, familias y menores incluidos; negándose a rescatar a quienes flotaban a la deriva, e incluso acosando y provocando naufragios mortales; y amparando a grupos fascistas que desde hace meses hostigan a refugiados, organizaciones sociales y activistas. Pero todo vale, porque hace tiempo que se cayeron las caretas y desde Bruselas ya no esconden que la prioridad absoluta y única es «defender las fronteras europeas». Al menos ya nadie podrá llevarse gratuitamente a engaños euro-reformistas de esos que tanto abundan también entre nuestras filas.
Las imágenes de familias viviendo al raso o sufriendo los gases de los antidisturbios son el espectro más visible de los viejos fantasmas que recorren de nuevo Europa.
Las cenizas del campamento de Moria son la hoguera donde Europa quema los derechos de todas y de todos. Una muestra palpable, otra más, de la deriva reaccionaria europea, que no solo se traduce en nuevos discursos de odio, sino en acciones concretas donde ese odio se convierte en políticas públicas. Porque si hasta hace poco hablábamos de la «lepenización de los espíritus» como esa peligrosa capacidad creciente de la ultraderecha para marcar la agenda social y política, hoy Europa vive una lepenización acelerada en toda regla. Y la barbarie de Lesbos, el sumidero de derechos de Moria, las muertes en el Egeo o las patrullas fascistas en Mitilene solo son su cara más visible. Pero no nos equivoquemos de ámbito: más allá de la evidente urgencia humanitaria, la situación de Moria y de las y los refugiados en Lesbos no es solo ni principalmente una cuestión de solidaridad, sino una disputa política de primer orden que nos interpela a todos y a todas. Moria es un síntoma, no una excepción. Y la normalización de la excepcionalidad es el sumidero del derecho y la puerta de entrada a la verdadera barbarie autoritaria.
Lesbos nos enseña también cómo la pausada y cruda estrategia de abandono oficial no solo quiebra voluntades solidarias populares, sino que poco a poco va cultivando la lucha xenófoba de los últimos contra los penúltimos. Por ello, integrar en la solución de esta crisis de derechos a las comunidades locales de las zonas de llegada de migrantes forma parte también de los desafíos pendientes, especialmente para las izquierdas.
Las imágenes de familias viviendo al raso o sufriendo los gases de los antidisturbios son el espectro más visible de los viejos fantasmas que recorren de nuevo Europa. Y la UE que los crio, ahora los abraza ya sin miramientos. Nos estamos jugando el presente y el futuro. La crisis política y de derechos que se vive en las fronteras y en los CIEs solo son la punta del iceberg. La pelea por determinar quién tiene derecho a tener derechos ha entrado en una fase determinante y nos interpela a cada uno de nosotros. Más vale que lo veamos a tiempo antes de que sea demasiado tarde.
Texto publicado originalmente en el blog de Miguel Urbán en el Diario Público