Ooh ooh ooi adiós mamita,
ohh ooh oi me voy adiós mamita…
…Mamá juliana que está tronando
Y todo el cielo se encuentra gris
Se escuchan olas enfurecidas
Que en los manglares se ven morir.
Ya se fueron río arriba piangueros y leñadores
Las aves, los cocoteros, la mar tà brava ohh eh
Ya no quedan pescadores de chinchorro ni atarraya
No se ve la playa ohh eehh
Se marcharon las canoas y el mar muy solo se encuentra
Hay una tormenta oohh eh…..
Los recientes hechos de violencia en el litoral pacífico, fruto de la reconfiguración de los grupos armados, hacen añorar el “orden” en la guerra de las antiguas FARC. El escenario es propicio para aquellos ingenuos o cínicos que abogaban por una buena guerra antes que avanzar en una defectuosa paz.
La presencia de nuevas estructuras armadas en el litoral pacífico motivadas por el control de narcotráfico, la minería ilegal y la delincuencia común, le devuelven la confianza al uribismo. Están a punto de tener el escenario perfecto para el retorno de la seguridad democrática, pues ahora si pueden hablar de la anhelada amenaza terrorista y convertir el miedo en autoritarismo.
La sociedad y el Gobierno colombiano sabían de la necesidad de copar con presencia del Estado las zonas que habían estado bajo el control de las FARC. Contrario a esto, el Estado en su conjunto, y no solo el Gobierno, dejó a las comunidades del Pacífico totalmente indefensas al tiempo que militarizó Buenaventura y Tumaco, buscando disuadir las justas protestas sociales.
Una tormenta esperada
Imagino una buena guerra, si tal cosa pudiera existir, como aquella en la que las partes en conflicto están claramente identificadas, el campo de batalla bien delimitado y ausente de población civil. Nada parecido a la realidad del conflicto colombiano.
Aunque resulte difícil señalar al Estado como el determinador de las fuerzas que se mueven en el litoral, la tormenta que tenemos dio claras advertencia de su llegada; vimos el cielo nublarse con viejos grupos como el de Guacho y los nuevos que se dibujan en el horizonte.
La tormenta fue creada por las omisiones y las vagas acciones del Estado en la materialización la paz. El incumplimiento de los acuerdos de paz, especialmente aquellos que iban orientados a eliminar las causas estructurales del conflicto por parte del Estado y del Gobierno del sub-presidente Duque, así lo demuestra. Ni los planes de sustitución de cultivos ilícitos, ni los programas de desarrollo con enfoque territorial recibieron el impulso necesario para sacar a nuestros jóvenes de las manos del narcotráfico y de los grupos armados.
La presencia del Estado no es limitada a las fuerzas militares y el establecimiento lo sabía. Una respuesta funcional en el litoral. Las y los reinsertados estigmatizados por el Gobierno y sus fuerzas uribistas recibieron resistencia por parte de las comunidades, y a falta de una atención integral del Estado quedaron a merced de la fuerza corruptora del narcotráfico.
Los últimos coletazos de la tormenta uribista
La respuesta es No, no necesitamos una buena guerra. Lo que necesitamos es un buen Estado, o al menos uno decente. Hasta finales del siglo pasado tuvimos gobiernos corruptos e ineptos, dominados por una élite de herencia colonial que intentaron mantener la corrupción en sus justas proporciones con una aparente funcionalidad de los poderes del Estado. Esto, a fin de ganarse un lugar de reconocimiento en el concierto internacional.
La llegada del narcoparamilitarismo uribista al poder significó la pérdida del monopolio en el poder de las antiguas élites y con ello el debilitamiento de la poca institucionalidad existente. Bajo el lema paisa, “pá las que sean papá”, se descuidaron las formas dejando al descubierto las vergüenzas de la nación.
Este nuevo poder se vio amenazado en las anteriores elecciones por el claro rechazo del suroccidente del país. Se entiende entonces el movimiento del uribismo como el último y desesperado intento por doblegar la resistencia de la región; como un castigo por no apoyar la confrontación, el extractivismo y la continuada pérdida del patrimonio nacional.
Pero olvida el uribismo que en la región Pacífico se encuentran los hijos y las hijas de las brujas que el colonialismo no pudo quemar, las cimarronas hermanas en linaje y coraje de Nani, la reina de los cimarrones, y las tachinaves protectoras del saber milenario en estas tierras. Esta nueva tormenta no minará la fuerza de la región y nuestra tradición de pueblos pacíficos, pero aguerridos defensores de la vida.
Tormentas vienen y van, bien sabemos de esto en el litoral. Aunque la actual se presenta imponente y arrasadora, ¡por los dioses viejos y los nuevos que resistiremos! Le diremos adiós a esta tormenta y a su portador uribista, les mostraremos que otro mundo es posible. Un mundo de seres humanos dueños de su destino, en oposición al de pequeños hombrecillos con tibios deseos de gloria sometidos por su mediocridad a la humillación de hacer de títeres en una obra patética y de baja audiencia.
Volverán las aves, los pescadores, las piangüeras y cocoteros. El manglar volverá a ser fuente de vida, los ríos volverán a fluir cristalinos, las orillas se llenarán del sonido de los pueblos, los niños volverán a jugar en ellas, y esta tormenta será contada en las noches de lluvia por las y los abuelos, como una experiencia más de los pueblos milenarios en el litoral recóndito.
Tormenta adiós, adiós oh oh, adiós tormenta ooíii ehhhh.