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Las alegrías de Chile

No se trata de desesperanza, de desadaptación, anomia o vandalismo. Las paredes que han continuado hablando en medio de la pandemia lo sentencian: “agradezcan que pedimos justicia, no venganza”.

Demostración en Santiago de Chile

Demostración en Santiago de Chile. Imagen de Juan M. Núñez Méndez en Unsplash

Al grito de la ‘izquierda unida jamás será vencida’ las mayorías nacionales inauguraron la primera alegría de Chile de los últimos 50 años para las mayorías, como lo narra La Batalla de Chile, film documental de Patricio Guzmán que recoge los pormenores del triunfo de la Unidad Popular en cabeza de Salvador Allende.

Sobrevino al intento del socialismo a la chilena el ataque feroz de la casta huérfana de poder,  que aliada con la CIA y el Departamento de  Estado norteamericano se aprestó pronta a  ahogar esa primera alegría de las mayorías chilenas en un mar de sangre, desapariciones, ejecuciones sumariales y torturas que permanecen en la impunidad hasta el presente.

Resulta paradójico que los mismos que señalan que ‘así no se puede’, que ‘no es la forma’, y que ‘se trata de delincuentes y bandidos enemigos de la democracia’, son los mismos que en el pasado estuvieron de acuerdo con bombardear el Palacio de La Moneda.

El sociólogo Tomás Moulian en su Chile actual, anatomía de un mito señala cómo a los tiempos de oscuridad ya descritos les siguió el ‘transformismo’ de lo que sería una nueva alegría trunca. Señala Moulian: “llamo transformismo al largo proceso durante la dictadura, de una salida a la dictadura (…) culmina entre 1987 y 1988 con la absorción de la oposición en el juego de alternativas definidas por el propio régimen y legalizadas en la Constitución del 80”. El proceso reseñado es retratado con altibajos o no, -todo dependerá de cómo se mire-, por Pablo Larraín en su película No protagonizada por Gael García Bernal.

Las citadas alegrías han sido duramente cuestionadas desde todas las orillas de la sociedad chilena, en algunos casos visualizadas como utópicos saltos al vacío, en otros casos por la timidez de sus alcances. Lo real  es que así como no llego el “Chile bien diferente” tan coreado a bordo del tren de la cultura que recorriera Chile, tampoco llegó la alegría anunciada con banderas de arco iris en la década de los 80.

La tercera alegría  de la historia reciente la abrieron los escolares. Los pingüinos, como se les llama coloquialmente en Chile a los estudiantes secundarios, repletaron de señales los tonos grises de las franjas televisivas, la evasión del pago en el metro, la negación a la Prueba de Segregación Universitaria (PSU), las batucadas, los bailes de encapuchadas y los torsos desnudos fueron signos permanentes que marcaron a fuego los imaginarios colectivos en la revuelta que inició el 18 de octubre de 2019. Tampoco en esta ocasión la reacción se hizo esperar. De unas y otras madrigueras se escurrieron los partícipes del establishment para montarse con sus mejores galas en el caballo de esta alegría y ponerle prontamente las bridas de un acuerdo político entre las élites.

Lo que es indiscutible es que este nuevo momento histórico estremeció los cimientos del hacer caduco de la clase política, convocó a la sumatoria,  y hoy por hoy se resiste al olvido. Hace pocos días con motivo de la conmemoración el primer aniversario de la revuelta, nuevamente la Alameda se llenó de gentes del común exigiendo dignidad. Los manifestantes agolpados multitudinariamente en la ex Plaza Italia le dieron un baño de sangre al General Baquedano y procedieron a instalar sobre la cabeza de su caballo el recordatorio de los ojos cegados en Chile; homenajearon a Gustavo Gatica y a Fabiola Campillay, quienes siguen esperando justicia tras ser víctimas de violación a sus derechos humanos por parte de agentes del Estado.

Muy a pesar de que el ministro de relaciones exteriores, Andrés Allamand, haya ordenado a las delegaciones diplomáticas chilenas en el mundo dar un parte sin novedad de la situación actual, Chile se mueve. La ira de los movilizados no se hace esperar, la cuenta de cobro se expresa en la quema de iglesias y mobiliario público. No se trata de desesperanza, de desadaptación, anomia o vandalismo. Las paredes que han continuado hablando en medio de la pandemia lo sentencian: “agradezcan que pedimos justicia, no venganza”.

En este marco el descontento sigue creciendo de manera exponencial tal como sucedió con las cifras de muertos por la pandemia. Chilenas y chilenos ya entendieron que su destino no tenía por qué tener un desenlace de tragedia. A  fuerza de razón  y de coraje han venido ganando pequeñas batallas cotidianas, desenmascarando abusos policiales, llevando ante los estrados a sus agresores, cobrando lo que por derecho propio les pertenece.

En contraposición, la queja de los mismos de siempre retumba del Senado y el Palacio de La Moneda al barrio alto a los pies de la cordillera; son condenables los destrozos, los incendios, los saqueos, la acción directa contra las instituciones y demás. Resulta paradójico que los mismos que señalan que ‘así no se puede’, que ‘no es la forma’, y que ‘se trata de delincuentes y bandidos enemigos de la democracia’, son los mismos que en el pasado estuvieron de acuerdo con bombardear el Palacio de La Moneda, incinerar cuerpos y saquear propiedades de sus opositores para hacerse al poder. En síntesis, no tuvieron reparo alguno en quebrar la democracia y confeccionarse una institucionalidad hecha a su medida.

El domingo tomaré el tren a Barcelona para ir a votar con una ilusión que me hace llorar, pero de alegría porque sé que ganará el apruebo, porque Allende ya lo dijo “tengo fe en Chile y su destino”.

 Ad portas del proceso plebiscitario que se realizará el próximo 25 de octubre, una colega gestora cultural chilena residente en Catalunya señala en sus redes sociales: “comienzo a sentir la emoción del día que se acerca, día esperado, soñado, imaginado. El domingo tomaré el tren a Barcelona para ir a votar con una ilusión que me hace llorar, pero de alegría porque sé que ganará el apruebo, porque Allende ya lo dijo “tengo fe en Chile y su destino”.

En lo personal veo con preocupación que eso que denominara en el pasado “la enfermedad infantil del izquierdismo” se perpetúa. Los llamados a no votar, a votar en blanco y a anular hechos por los promisorios dirigentes de múltiples vanguardias, dan cuenta no solo de una utopía romántica con tendencia a trasnocharse; son la prueba viva del eterno problema del dogma que recorre los campos y ciudades de nuestra América.

Esperemos que en Chile, frente a la posibilidad de una nueva alegría, podamos desaprender del pasado y como diría el poeta aprendamos a “defender la alegría como una trinchera… de la miseria y los miserables… de los neutrales y de los neutrones… de los ingenuos y de los canallas… de las endemias y las academias… del relente y del oportunismo…y también de la alegría”.

Sociólogo y Docente Investigador radicado en Chile

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