En el Caribe colombiano, a los pies de las Sierras de María, a cuarenta y cinco minutos en automóvil de la ciudad de Cartagena del Caribe, en el departamento de Bolívar, Colombia; entre montañas, arroyuelos y ciénagas, pervive un lugar donde más allá del paso del tiempo se mantienen costumbres, tradiciones y ritos, que no es otra cosa que la apropiación de la vida de sus ancestros originarios que hicieron sus pobladores, desde tiempos coloniales. Esos que fueron arrancados de mala manera de esa África, siempre lejana, misteriosa y profunda.
Palenque de San Basilio es una comunidad que no necesitó de la Constitución de 1991 para autoreconocerse como una comunidad negra, diferenciada, descendientes legítimos de la libertad, de los antiguos cimarrones que enfrentaron en época colonial al poderoso imperio español. En 1714 lograron pactar con esa potencia un Entente Cordiale (Cassiani Herrera 2014). Debemos decir que es una comunidad rebelde y contestaría y un referente en el Caribe colombiano, donde se le reconoce como el Primer Pueblo Libre de América. Es una comunidad que tiene aproximadamente una población de 30.000 habitantes, concentradas en el poblado, y en ciudades como Cartagena, Barranquilla, Bogotá, y la vecina República Bolivariana de Venezuela. Es una comunidad que defiende su esencia humana desde una mirada espiritual que fue construida en tiempos pretéritos, que tiene su arraigo en el bantú y en su plural muntú, que anuda a todos los hombres en un solo tronco y que los hermana con los muertos, los vivos y con los otros animales, las plantas, los minerales y además con todo aquello que podemos percibir, pero no vemos.
“Los ritos funerarios, como rituales de paso, tienen un significado claramente religiosos, ya que son, en primer lugar; una respuesta elaborada a la constatación del hecho de la muerte –una reflexión trascendente- y una exaltación de la memoria de los muertos”.
Los palenqueros tienen su arraigo de vivencia y vida en el muntú, una filosofía que encierra varias categorías: kintu, kuntu, hantu y muntú. El kintu es la categoría que agrupa en un solo circulo a los animales, objetos y a todas esas fuerzas que no poseen raciocinio. El kuntu protege y defiende a la forma de ser, el estilo y la belleza. El hantu es tiempo y espacio y el muntú hace referencia a los seres humanos, es un universo o muchos universos, es una cosmovisión donde todo es imaginable y fuera de ella nada es inimaginable.
Sobre el muntú el investigador William Mina sostiene lo siguiente: “Existe una interacción siempre presente entre todos los reinos y las criaturas de la tierra, que se extiende a aquello que no podemos percibir”. Es allí donde el lumbalú encuentra su lugar como una de las manifestaciones más íntimas de la comunidad palenquera. El lumbalú, canto o baile a los muertos, determina ciertas prácticas rituales entre los vivos y los muertos y es la manifestación más intestina del legado ancestral y cultural palanquero.
Canto o baile a los muertos: Lumbalú
La “llevavidas” tiene un espacio de altísima significación en los rituales fúnebres del velorio y el lumbalú, es una categoría propia de los pueblos africanos que busca establecer un tránsito tranquilo de las ánimas, hacia “el mundo paralelo”, hacia “el más allá”. Lo que se busca con la puesta en escena de tales manifestaciones físicas y espirituales es garantizar el justo reencuentro del muerto con los amigos y sobre todo con los familiares que lo esperan en estado incorpóreo en el “otro mundo”.
El velorio y el lumbalú tienen importancia prevalente en la comunidad palenquera y existen creencias arraigadas en la cosmovisión de los hijos de Benkos Biohó, primer revolucionario de América, que fuera traicionado, ahorcado y desmembrado en 1623. Es un imperativo cumplir con todos los pasos determinados para despedir a un finado y se cree que cuando se incumple con los rituales el ánima del muerto queda vagando en el plano terrenal con manifestaciones recurrentes en los sueños de familiares y amigos, su presencia pondrá ser sentida por las personas que tienen “ojos para verlos”.
Esos que tienen el don de ver lo perteneciente al otro mundo terminan viendo afectada su salud por presenciar lo inexistente en términos terrenales, puesto que el muerto no debería pertenecer a la vida conocida. Debería estar reposando en un mundo de serenidades donde las urgencias cotidianas de la vida terrenal no pueden importunarlo o tocarlo. Por eso cumplir con los ritos de paso genera alta tranquilidad en la comunidad palenquera. “Los ritos funerarios, como rituales de paso, tienen un significado claramente religiosos, ya que son, en primer lugar; una respuesta elaborada a la constatación del hecho de la muerte –una reflexión trascendente- y una exaltación de la memoria de los muertos” (Barou, 2010). El velorio y los cantos de lumbalú comulgan en una misma escenografía, pero es el lumbalú quien abrirá los senderos de la vida conocida y aquella por conocer.
En otras palabras, el lumbalú, su canto y su baile, permite una interacción de cantos, melodías y recados entre los vivos y los muertos. Estos rituales claramente reflejan el papel protagónico que juegan las ánimas en la vida de cada individuo que se autoreconoce como palenquero. Debemos aclarar que la presencia en América de estas prácticas rituales se dio por el proceso de colonización española y es el resultado de la comercialización de los seres humanos que fueron secuestrados en África para ser esclavizados en América. El historiador Alfonso Múnera Cavadía asegura que unos quince millones de almas fueron arrancadas de cuajo a la madre África.
Las noches de velorio
Es evidente que esta práctica sincrética existe para que los familiares puedan superar el trance de la muerte de un ser querido. Por otro lado, es una forma de presentar respeto y una consabida solidaridad y fraternidad que es altamente africana, transmitida por generaciones entre palenqueros y que necesariamente hace participe a los familiares y amigos del difunto en un conjunto de prácticas que van desde el montaje y elaboración de los elementos que deben conformar el altar, hasta la disposición anímica de los hombres, mujeres y niños en rededor del difunto, los rezos u oraciones a entonar además del tiempo destinado a esa práctica que no será superior a nueve días y nueve noches, que empiezan a contarse un día después del entierro del cuerpo del occiso.
Los familiares de la persona en estado de gravedad se turnan para cuidarlo y espantar al muerto que intente alimentarlo con viandas traídas del otro mundo.
Dice el señor Jhon Jairo Cáseres Florez, docente palenquero: “El velorio es la iluminación que se realiza con velas o velones delante a una sábanas blancas acompañada de un cristo y algunas imágenes de santos, frente al muerto, frente al cual se reza durante nueve días y nueve noches”(Ataole 2016). Durante esas noches de velorio se suelen practicar juegos tradicionales y de suerte. El velorio se concreta como un espacio de encuentro entre quienes viven en el poblado y los amigos o familiares que por necesidades distintas deben vivir fuera del espacio geográfico del Primer Pueblo Libre de América. Es justo que se aclare que es el velorio porque suele ser confundido con el lumbalú, que es canto y baile a los muertos.
Las características del lumbalú
El lumbalú es la manifestación más íntima y dolorosa de la comunidad ancestral palenquera. La antropóloga Nina De Friedermann que vivió en la comunidad y realizó en sus procesos investigativos viajes a regiones bantúes de África, para complementar sus investigaciones, hace una acertada descripción etimológica de la voz africana lumbalú, que es originaria del bantú, y está compuesta por dos elementos: lu, prefijo colectivo y mbalu que significa melancolía. Es una liberación de las ánimas a través de ecos —lecos— y del danzar de las mujeres frente al difunto, acompañado de estribillos y voces melodiosas, para guiarlo en el camino a seguir hasta “el más allá” y darle, por tanto, la posibilidad de rencontrarse con sus seres queridos que han partido antes que ellos. Dice el folclorista y docente Sebastián Salgado Reyes: “El lumbalú es un ritual que se hace para recoger el ánima del difunto. En nuestra espiritualidad y durante el estadio del velorio y los rituales de lumbalú existen cuatro grandes episodios:
El momento de la agonía.
En nuestra comunidad alrededor de la muerte o la calamidad existen unos signos premonitorios que la comunidad reconoce como “presagios” asociados a la presencia de la quitavidas y que pueden anunciar el momento y el lugar del seguro fallecimiento de uno de sus miembros. Uno que resulta determinante es el canto de un ave que tiene el nombre de kajambá y que aparece en el poblado dejando caer su canto amargo para anunciar la muerte de un palenquero o una calamidad de sangre derramada. El baile en círculos del golero o gallinazos es otro presagio que puede dar a conocer la ubicación del futuro occiso en el poblado. A partir de ese momento la llevavidas recibe el nombre de María Lucrecia, quien personifica a la muerte en la comunidad y tiene además la tarea de acompañar el tránsito sano de las ánimas al “mundo paralelo”.
Los rituales de Lumbalú inician en la comunidad cuando una persona está grave de muerte, generalmente esta persona recibe visita de amigos o familiares ya muertos, que suelen tener dos misiones específicas, una es traer medicina o indicar dónde puede conseguir el remedio necesario el enfermo para curarse de la enfermedad, la otra es darle de comer alimentos del mundo de los muertos al enfermo. En caso de que la persona enferma acceda a consumir la comida que traen los muertos y se lo haga saber a las personas que tienen la obligación de cuidarlo, es inminente que esa persona morirá. Los familiares de la persona en estado de gravedad se turnan para cuidarlo y espantar al muerto que intente alimentarlo con viandas traídas del otro mundo. En la comunidad existen médicos tradicionales que determinan la gravedad de la persona en una auscultación que se realiza observando el físico del individuo, o tocando el cuerpo del enfermo, especialmente sus partes íntimas.
La preparación del finado
Este es uno de los momentos más dolorosos y tristes para los familiares. Se trata de preparar los elementos que la persona fallecida llevará al “mundo paralelo”, además debe hacerse la desocupación de la vivienda. Se recogen todas las pertenencias que en vida fueron del finado, para que la casa quede libre y puedan las ánimas de los familiares y amigos ingresar a la vivienda sin problema alguno. Luego prosigue la preparación del cuerpo, y se cubre la boca del difunto. Una vez cumplido esos pasos el cuerpo es ubicado en el centro de la sala de la vivienda del muerto. Esto marca el inicio del llanto y el baile de las mujeres, alrededor del cuerpo, acompañadas de canticos.
En ese instante empieza el desprendimiento de las ánimas del cuerpo, que según Sebastián Salgado Reyes, se da en tres momentos: cuando el ánima sale del cuerpo el día que fallece la persona, cuando el ataúd se coloca en el centro de la sala, encima de una meza, y el ánima sale del cuerpo hacia el “más allá” guiado y arropado por el llanto y el movimiento de las mujeres para poder llegar donde están otras ánimas palenqueras. El tercer momento, dice el docente Salgado Reyes, se da en la novena y última noche del velorio cuando, a las doce se sale a recoger el ánima del fallecido que se encuentra en la calle, se llega a todas las casas que él visitaba en vida. Esto termina a las dos de la mañana.
Nos reconocemos como un pueblo diferenciado que encarna un pedacito de la madre África en tierras americanas. La tierra donde se sembró la primera semilla de libertad en las Américas, la tierra del primer revolucionario de América: Benkos Biohó.
Finalmente, a las cuatro de la mañana empieza el último ritual, que es para recoger el ánima que está en la casa. En este paso lo que se busca es poner en conexión al ánima del muerto con las de los familiares del fallecido que escucharán el leco, los movimientos y proclamas de los amigos en el mundo paralelo y sabrán exactamente donde se encuentra y será la partida definitiva y que no le permitirá al muerto volver.
Terminados los rituales del velorio y el lumbalú, se da paso al entierro en Casariambe (casa de los muertos). Un acto donde es determinante la lejanía en la que puedan estar los familiares que vendrán a darle el último adiós. El velorio suele tener en cuenta la popularidad o importancia sociocultural del muerto para el acompañamiento.
El velorio: Es un momento de la vida
Durante el velorio, especialmente en las noches, se recrea la vida del difunto con juegos de velorio, de azar como el dominó y chistes de toda índole. Se cree que una de las tres ánimas del difunto está allí, compartiendo, de manera espiritual, con amigos y familiares y muchas veces se evidencia la presencia del muerto en algunos lugares de casa, mediante olores característicos o manifestaciones como escuchar la voz o la risa del difunto. En el último día de velorio el altar es reorganizado, se cambia las velas, se cubren con papeles de hacer cometas. Se hace alimentos suficientes para todas las personas que deseen acompañar el último día del difunto entre los suyos. Este día termina con la salida de familiares y amigos a recoger el ánima y llevarlo al cementerio, además del recogimiento del paño o altar, esa sábana generalmente blanca que sirve de cama a los cuadros de santos católicos y a Jesús crucificado en ese cristo eterno. Este levantamiento se realiza sustrayendo cada cosa que hubo en el altar mientras se deja caer un canto distinto por cada elemento retirado y finaliza cuando se apaga cada lumbre de los cirios que flamearon sobre el ánima del difunto. Solo una vela se mantendrá encendida en la casa, en ese momento estalla un llanto colectivo que desgarrador.
La recogida del ánima
Una vez que se cumplen con todos los rituales de paso y el paño ha sido levantado se debe encender una vela que durara treinta días y treinta noches junto a un vaso de agua, así mismo es necesaria la compañía de familiares y amigos durante esos treinta días para evitar que el ánima del difunto se concentre en la casa. Durante esos días los familiares y amigos deben dormir en el suelo y dejar libres lugares de tránsito como puertas y ventanas, pasillos para evitar tropezarse con el ánima del difunto.
La comunidad palenquera es una comunidad supersticiosa, mística y mitógrafa que encuentra sustento pleno en sus creencias más ancestrales. Esas creencias nos posibilitan comprender o acercarnos de algún modo a la cosmovisión palenquera porque establecen una conexión de cada uno de los habitantes del Primer Pueblo Libre de América con tres mundos. El mundo del “más allá”, donde ese encuentran las ánimas de los fallecidos; el mundo del “más acá” donde se encuentran los vivos; y el mundo “inverso” que es el del Chimbumbe y del Moján.
Debo terminar diciendo que es esta una de las manifestaciones que permitieron que en el año 2005 Palenque de San Basilio fuera declarado Obra Oral e Inmaterial de la Humanidad. Nos reconocemos como un pueblo diferenciado que encarna un pedacito de la madre África en tierras americanas. La tierra donde se sembró la primera semilla de libertad en las Américas, la tierra del primer revolucionario de América: Benkos Biohó.
Para consultar: 1). Barou, J. (2010). La idea de la muerte y los ritos funerarios en el África subsahariana. Permanencia y transformaciones. Trace. 2). Alfonso Cassiani Herrera (2014) Palenque Magno: Resistencias y luchas libertarias del Palenque de la Matuna a San Basilio Magno 1599-1714. 3). Francisco Maza, Patricia Jerez (2016) Paso de muertos percepción intergeneracional de los rituales fúnebres –velorio y lumbalú-en San Basilio de Palenque.