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Los regalos de la pandemia a la educación

La pandemia nos regaló la pausa para repensarnos como seres humanos y como maestros, y nos hizo aguzar los sentidos y revalorar los misterios, los milagros y las enseñanzas que esconde el medio natural.

Vuelta al colegio

Vuelta al colegio. Imagen de Bruno Germany en Pixabay

“La ética no borra la diferencia, va mucho más allá de ella: es diferencia sin indiferencia,
exterioridad que impulsa al hombre a resistirse a su propia tipificación,
a dar un salto de acogida y ver en el otro el esplendor de su humanidad
”.

Luis Guillermo Jaramillo E.

Se me ocurre que la principal virtud de la educación es la de la detención, la pausa; hacerse un tiempo para pensar lo que por su propia mutación ya no es tan evidente ni obvio: la jactancia del currículum y las didácticas como las formas nodulares y naturales de recrear y reinventar lo educativo”. Estas palabras de Carlos Skliar, que parecen escritas a propósito de todas las reflexiones que nos ha suscitado el confinamiento, hacen parte de uno de sus libros, Pedagogías de las diferencias (2017). Si algo nos ha regalado este encierro obligado ha sido la posibilidad de la pausa y de la reflexión. Los maestros, especialmente de las instituciones públicas, se vieron de la noche a la mañana frente a una problemática que debían vencer: ¿cómo mantener la comunicación y el proceso formativo con los estudiantes en una modalidad que en general los profesores no dominaban?

En el silencio de sus cuartos o en los espacios abiertos de su sala se las ingeniaron para llegar a las casas de los aprendientes. Adaptaron sus maneras de enseñar y sus didácticas a la modalidad virtual, enfrentándose al impasse de la falta de conectividad. Los discursos pedagógicos se han ido nutriendo de componentes insospechados; ahora el argot incluye la comunicación sincrónica y asincrónica, y se intercambian las bondades de tal o cual plataforma digital. Lo importante es evitar romper la comunicación con nuestros estudiantes.

Educación para el futuro
Educación para el futuro. Imagen de Gerhard G. en Pixabay

En días pasados, Emilio, maestro de escuela pública de los grados cuarto y quinto de primaria, que tiene a su cargo las áreas de sociales y lengua castellana, me envió al correo la grabación de una de sus clases realizada con algunos estudiantes. Se sentía emocionado, a gusto con ese encuentro virtual debido a la reacción suscitada en sus estudiantes y en otros colegas. Me advirtió: “No grabo todas las clases, sólo aquellas que considero claves a nivel de instrucciones y directrices, para que luego ellos puedan acceder a materiales de lectura o a tutoriales como continuidad de la propuesta planteada”. Esta estrategia, puntualizó Emilio, permite a los estudiantes conectarse a la clase en cualquier momento.

La clase giraba en torno a la lectura del relato El pueblo que abrazaba los árboles. Cada estudiante leía un párrafo. El maestro intervenía con preguntas para garantizar la comprensión textual. Sentía que sus estudiantes estaban enganchados con la historia, sus reflexiones evidenciaban la intertextualidad. Igualmente, fue receptivo y agradecido con las aportaciones de sus pares, ejemplos: “Podrías incluir un video de la historia de Wangari Maathai, la ecologista keniana ganadora del Nobel de Paz en 2004”. “¿Por qué crees que no es necesario, en una primera lectura, detenerse a investigar el significado de las palabras nuevas?”. “¿Cuál es el contexto de esta lectura?”. ¿“Me parece más acorde con el área de ciencias naturales”. “¿Cómo piensas evaluar los aprendizajes?”. “Podrías incluir relatos cercanos a la historia de nuestro país, por ejemplo reconocer quién lideró la siembra de árboles en la recta Cali-Palmira. Te lo dejo de tarea. Ja, ja, ja”.

Estos son los regalos de la pandemia. Recuerdo la incomodidad generada cuando el Ministerio de Educación Nacional (MEN) exigió a los maestros evaluar su desempeño mediante la filmación de una clase. Ahora, grabar nuestra práctica docente se ha convertido en lo más natural del mundo. Ahí tenemos las evidencias de las que tanto huíamos. ¿Por qué el temor a ser observados y evaluados en nuestras clases? Somos contradictorios: todo el tiempo estamos evaluando a los estudiantes, pero somos resbaladizos cuando de evaluar lo que hacemos se trata.

El bambú se demora más de seis años para que sus brotes emerjan de la tierra, luego como los niños crecen con la protección y el ejemplo de sus hermanos bambúes, y tratan de elevarse a su altura. Los bambúes nunca crecen solos; viven y se desarrollan en grupo.

La educación virtual ha retomado esa condición privilegiada del maestro en la que es sujeto y objeto de estudio en su labor educativa. En palabras de Fernando Bárcena, se trata de entender: “la condición de sujeto en educación como aquel que tiene conciencia de ser objeto afectado –‘sujetado’–por lo que siente o por lo que padece. El sujeto es, al mismo tiempo, agente y paciente, el que padece y se siente afectado por lo que le ocurre”.

Un maestro que reflexiona sobre sus prácticas de aula es un maestro que no esquiva la mirada o la opinión de sus colegas; por el contrario, entiende las bondades de esa retroalimentación. Caminamos, en el espectro educativo, un campo minado de preguntas, de incertidumbres y de problemas que enriquecen nuestro andar, estimulan nuestra creatividad y nos hacen sentir, todo el tiempo, conectados, tomándole el pulso al mundo.

En las charlas con los compañeros de la institución que regento, insisto en sostener que la modalidad virtual relanzó el imaginario de los maestros como personajes dispuestos a los cambios, como viajeros que no se arredran frente a las dificultades y como interlocutores necesarios para constituirnos en comunidades de aprendizaje. Los animo a que socialicen sus experiencias de aula porque al hacerlo así están generando sinergias para que otros docentes cualifiquen sus prácticas o para que sirvan de base para replicarlas, adaptarlas a otros contextos o mejorarlas. ¿Cómo mejorar una praxis si no hago de esta una reflexión? El concepto de evaluación es el que causa ruido. Se trata de mirarnos en nuestro quehacer, recibir sugerencias, aportes, realizar registros y compartir las bondades del acontecimiento educativo.

El “aprender-haciendo”, que hemos convertido en bandera de nuestro oficio, involucra también al maestro como “aprendiente”. Para Bárcena, educar “es una acción en la que el individuo se produce a sí mismo en la propia actividad. Actuando como educador, este no hace otra cosa que hacerse como educador”. Es el caso del profesor Emilio: al compartir su clase, está exponiendo su manera de movilizar e impactar aprendizajes, y a cambio recibe ideas que lo retroalimentan.

Por mi parte, además de felicitarlo, le sugerí que esa praxis perfectamente podría escalarse a los grados superiores. Como se trata de profundizar en la temática, no se quedaría en la recuperación de leyendas colombianas o en la importancia de cuidar nuestros bosques, sino que podrían abordarse problemáticas más complejas de importancia étnica, ecológica o social de gran actualidad. Analizar, por ejemplo, los efectos que provocaría dar licencia para la explotación de oro en el páramo de Santurbán o los desastres ambientales que implica la construcción de un puerto en el Golfo de Tribugá, litoral chocoano. Una experiencia educativa que se comparte abre cantidad de senderos y eleva nuestra calidad educativa.

Nuevos retos se vislumbran en el horizonte ahora que estamos abocados al regreso a clases mediante la modalidad de alternancia, sobre todo en el sector público cuando las brechas de desigualdad van in crescendo, expresadas en: escasa conectividad, precariedad en la dotación tecnológica, plantas físicas en deplorable estado, insuficientes baterías sanitarias. Todo lo anterior, devela las enormes dificultades a la hora de aplicar los protocolos de bioseguridad. Sumado a esto, contamos con una gran cantidad de maestros que presentan enfermedades de base o crónicas.

Cuentas.
Cuentas. Imagen de Ulrike Leone en Pixabay

Cabe recordar que en Colombia la educación, al igual que la salud, se ha convertido en un vulgar negocio; recuerden los escándalos del Programa de Alimentación Escolar (PAE) y el saqueo de los recursos en obras de infraestructura y de las capacitaciones inútiles.

Son escasos dos meses los que restan para terminar el año lectivo. La alternancia podría implicar tropiezos a la regularidad que se ha logrado consolidar con la modalidad virtual o remota, incluidos los atajos pedagógicos propios de las carencias que se viven en las zonas rurales y en los hogares de bajos recursos económicos, pero debemos, desde ya, prepararnos para asumir el retorno de tal manera que el próximo año lectivo tengamos las condiciones necesarias para atender a los estudiantes haciendo de nuestras instituciones educativas “refugios seguros”.

Retomando el adagio aquel que dice “No hay mal que por bien no venga”, otras dádivas de la pandemia son los informes de gestión que se han transformado en espacios de sana discusión donde se ventilan las preocupaciones de los docentes, se escuchan las opiniones, se respetan los puntos de vista y se promueve la participación de toda la comunidad educativa en eventos de la municipalidad y en foros para socializar las experiencias exitosas de nuestros maestros. Otra sería la escuela como comunidad de aprendizaje, los maestros tendiendo puentes con las familias, las escuelas de padres para escucharlos e integrarlos, los estudiantes realizando proyectos relacionados con problemáticas cercanas a su entorno y los directivos docentes buscando aliados para hacer realidad los proyectos misionales.

En el artículo pasado enfaticé que la flexibilidad y la innovación son las claves para navegar en estos tiempos de cambios abruptos. Para apoyar mi idea, una maestra trajo a colación la metáfora de la palmera que es firme y flexible a la vez, semejante a la metáfora del bambú que nos enseña a cultivar actitudes y valores: el bambú se demora más de seis años para que sus brotes emerjan de la tierra, luego como los niños crecen con la protección y el ejemplo de sus hermanos bambúes, y tratan de elevarse a su altura. Los bambúes nunca crecen solos; viven y se desarrollan en grupo. Es fuerte para resistir los vientos huracanados y, por ser flexible, no se rompen de tajo, se bambolean y sortean las adversidades. Esa misma flexibilidad permite a los bambúes adultos “agacharse”, y escuchar y orientar a los bambúes pequeños; además, guarda un símbolo de humildad: “Aunque está muy alto, no olvida que un día fue niño; tampoco olvida de dónde brotó”.

La pandemia nos regaló la pausa para repensarnos como seres humanos y como maestros, y nos hizo aguzar los sentidos y revalorar los misterios, los milagros y las enseñanzas que esconde el medio natural.

Nació en Armenia, Quindío. Licenciado en Ciencias Sociales y Especializado en Derechos Humanos en la Universidad de Santo Tomás. 30 años como profesor y rector rural. Fue elegido como mejor rector de Colombia en 2016 por la Fundación Compartir. Su propuesta innovadora en el colegio rural María Auxiliadora de La Cumbre, Valle del Cauca es un referente en Colombia y el mundo.

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