En Barranquilla todo, o bueno, casi todo, se hace por moda. De ahí viene la famosa palabreja, utilizada a modo de adjetivo, que nos han enganchado como definición por antonomasia del quillerismo tropical, “espantajopo”. Que, para quienes leen esta columna desde otras latitudes y desconocen el remoquete, se refiere a aquella condición de estar sí o sí a la vanguardia, a la moda, en los lugares, hablando sobre temas, discutiendo en torno a noticias o escribiendo sobre lo último, de lo último, no teniendo relevancia alguna si te interesa o te gusta, solo porque es lo que está en boca de todos.
Con la pandemia quedó expuesto, una vez más, como en otros sectores de la sociedad, no solo la ineficiencia, sino el desinterés de las administraciones por generar políticas públicas para salvaguardar las tradiciones, los saberes y todo aquello que compete a lo cultural, más allá del ámbito de las fiestas carnestolendas.
¡Caramba! Es que, por estos lares, incluso la defensa de la lucha por, se presta para lograr seguidores y likes. Durante años, hemos visto llegar y con las mismas partir en el olvido, eslóganes, performance, campañas, intervenciones y más recientemente, hashtags a favor o en contra de X o Y. El rasgarse las vestiduras, invocar a las fuerzas del más allá y del más acá para intentar salvar algo, se ha convertido en una forma más de ser un perfecto representante del espantajopismo ribereño.
La más reciente preocupación y profundo sentido de guerrear por una causa en el bajo y medio mundo del espectáculo de L.A, no Los Ángeles, sino La Arenosa, AKA, Barranquilla, volvió a ser la cultura. Ese comodín que se utiliza para definir todo, en donde caben desde el vaivén de las caderas que bailan cumbia, hasta las manos que le dan forma circular a la masa de maíz “pa” formar una “arepa e’ huevo”.
Y en el intersticio, un tejido heterogéneo, con hilos de diversos colores, que intentando parafrasear a Byung Chul Han, se estructuran en una red de filamentos e interconexiones que se yuxtaponen, hasta generar y regenerar vínculos comunitarios. Esos vínculos que hoy suceden en un mundo “hyper”, con fronteras diluidas en el espacio y el tiempo, en donde un click basta para satisfacer mi necesidad de pertenecer a un “nosotros” que cada vez es más difuso.
El año comenzó con sendas noticias que pusieron en alerta a quienes como gallinazos merodean las redes sociales para buscar cuál será el próximo caballito de batalla y contribuir con un post, live o tweet a la lucha. Sí que hubo de qué comer. Comenzamos con un joven estudiante de universidad privada, quien para muchos no tienen velas en este entierro, que se declaró en huelga de hambre para intentar llamar la atención en torno a una edificación que lleva, como la institución a la que pertenece y como muchas otras, ya varios años en perfecto abandono, en donde se supone debe funcionar la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico. ¿Qué pasa con la educación pública? ¿No es esto cultura? Olvidamos que el artículo 71 de la Constitución política de Colombia reza que “Los planes de desarrollo económico y social incluirán el fomento a las ciencias y, en general, a la cultura”.
Luego se conoció, solo hasta el 20 de enero, que el Consejo de Estado emitió, en mayo del 2020, un fallo en el que ordena a la Fundación Carnaval de Barranquilla restituir el manejo de las fiestas a otro organismo con participación estatal, que implica entregarle al Distrito una retribución por las ganancias percibidas, entre otros aspectos que tienen el ánimo de salvaguardar los derechos colectivos de un patrimonio cultural de la nación, la moralidad administrativa y la defensa del patrimonio público, como reza el fallo. Porque sí señores y señoras, desde el 2001 las fiestas carnestolendas fueron declaras “Patrimonio Cultural de la Nación”, y en el 2003, por la UNESCO, como “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad”. ¿Quién ocultó esta información? ¿Por qué demoraron casi 13 años en proferir un fallo, si desde el 2008 se había interpuesto esta acción popular?
Como si con esto no fuese suficiente, llega la noticia en donde se confirmó lo que ya era vox populi. Que en el 2021 el Carnaval será virtual, y peor aún, que el lunes y martes no sería festivo.
Con esto se sigue demostrando que el carnaval es otro comodín, uno del que se han apropiado, una teta cada vez más privatizada de la que maman unos pocos, pero que sentimos, vivimos y vibramos muchos más. Por la que estamos en una batalla constante, disputando la calle, el disfrute, el goce de ese nosotros que se desdibuja, no por las pantallas, sino por el sudor, las risas y el wipirreo compartido en una rueda de cumbia en pleno barrio Abajo. Ese carnaval que sucede todo el año, que es mucho más que la vía 40.
Como si con esto no fuese suficiente, llega la noticia en donde se confirmó lo que ya era vox populi. Que en el 2021 el Carnaval será virtual, y peor aún, que el lunes y martes no sería festivo. Oh dolor de patria, oh yugo indolente que te ciernes sobre el ya débil cuerpo de la sociedad barranquillera. Esta fue la estocada final para el espantajopo que cree que Barranquilla no es nada sin su carnaval, ignorando que, como hormiguitas, como quijotes, hombres y mujeres de la cultura, con el poco o nulo apoyo gubernamental continúan, a pesar de la muerte, o más bien, en honor a ella, creando, viviendo y gozando con letanías, cuentos, historias, bailes, murales y pinturas, esas dinámicas sociales y culturales del pueblo que nos han querido arrebatar.
Con la pandemia quedó expuesto, una vez más, como en otros sectores de la sociedad, no solo la ineficiencia, sino el desinterés de las administraciones por generar políticas públicas para salvaguardar las tradiciones, los saberes y todo aquello que compete a lo cultural, más allá del ámbito de las fiestas carnestolendas. Hablo de los museos que hoy están cerrados, desfinanciados o cayéndose, de las bibliotecas distritales que posan como mausoleos, de las pequeñas salas de teatro que intentan sobrevivir con las migajas de pan que representan los estímulos, el teatro Municipal cerrado y entregado, los cines dominados por dos grandes emporios del audiovisual, la academia, ¡ay la academia! En general, los espacios de formación y difusión de todo aquello que nos hace, construye y constituye como comunidad.
Yo no lo dudo, sí que somos la ciudad de brazos abiertos, somos la puerta de oro de Colombia, pero eso no lo da solo el Junior, ni el carnaval, si así fuera el Flecha diría ¡tronco e’ nombre pa’ tres salones, ah!